Pocos lo identifican por su nombre. En todo México se le conoce –y todos lo identifican–, como “El Niño Verde”.
Niño, porque a pesar de sus 40 años –y que ha ocupado cargos de los más relevantes en México–, sigue siendo un ñoño –una suerte de bobo más bien emparentado con la estupidez–, incapaz de articular dos palabras con un mínimo de sensatez.
Y verde, no sólo porque es dueño de una de las herencias más insultantes de la grosera partidocracia mexicana; el mal llamado Partido Verde, que ni es partido y tampoco se preocupa por la ecología. Si acaso a sus dueños les importa el “verde de los dólares”.
Y es que pocos, si no es que nadie, conocen al dueño del Partido Verde como Jorge Emilio. El de “Jorge Emilio González” es, en realidad, su mote, porque el nombre verdadero es el de “Niño Verde”, que pronto podrá mudar al de “Ñoño Verde”.
Hoy todos conocen no sólo la mala suerte del “Ñoño Verde” –quien cayó al alcoholímetro y fue remitido al “El Torito”–, sino que pudieron ratificar que la estupidez es la razón fundamental por la que sigue siendo –y será toda su vida–, el “Niño Verde”.
Pero muchos jóvenes que recién incursionan en el estudio y análisis de la política no saben de dónde surgió ese cuestionable personaje –emparentado con “Los Ternuritas” del #YoSoy132–; y para los que quieren conocer esa historia, van algunas pinceladas.
El tristemente célebre “Niño Verde” viene de cepa priísta. Su abuelo, Emilio Martínez Manatou, fue diputado, denador, gobernador de Tamaulipas y se desempeñó en diversas áreas del gobierno federal como secretario de Salubridad y asistente del presidente José López Portillo.
De hecho, en 1970, Martínez Manatou peleó la candidatura presidencial a Luis Echeverría Álvarez.
El “Abuelo Verde” se hizo fama de “sacadólares” y desfalcador de arcas públicas. Martínez aprovechó las posiciones de poder para consolidar negocios propios y mejorar relaciones. Así fue como entró en contacto con la familia González Torres.
La amistad entre Martínez Manatou y los González Torres se consolidó luego del matrimonio entre la hija del entonces gobernador –Leticia González– y uno de los herederos del emporio farmacéutico El Fénix; Jorge González Torres. De esa unión nació el “retoño” que hoy todos motejan como “Niño Verde”.
Jorge González Torres –el padre– aprovechó los contactos de su suegro para militar en el PRI y fundar en 1986 el Partido Verde Mexicano. No obstante, el que sirvió de receptáculo al cascajo priísta –como también ocurrió con el PRD–, perdió el registro en la elección presidencial de 1988.
Para 1990, González Torres insistió con el Partido Ecologista de México y nuevamente salió de la plantilla de opciones políticas en 1991 al no acumular los votos suficientes. Sin embargo, para 1993 –contra toda lógica y regla– el Partido Verde Ecologista de México acreditó 86 mil simpatizantes y entonces regresó a la arena política.
Desde entonces y durante 14 años –hasta 2001–, Jorge González Torres administró el que a todas luces era y sigue siendo un negocio familiar. De hecho, son tales la opacidad, el autoritarismo y la antidemocracia al interior del Verde, que Jorge González padre heredó el cargo a Jorge González hijo; el “Ñoño Verde”, quien no deja de abusar de su impunidad heredada y de exhibir una alarmante falta de sesudez.
Y eso no es lo peor. Además de medrar con la bandera ecológica –bandera que sólo explota pero no defiende–, el “Ñoño Verde” ha pagado sus escándalos y excesos con dinero público desde 1994, fecha en que ocupó su primer cargo de elección popular: un asambleísta en el Distrito Federal. Y desde entonces, no ha hecho más que estirar la mano y cobrar del dinero que aportan todos los mexicanos.
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