Por: Claudia Herrera Beltrán
San Simón Zahuatlán, Oax. Por sus ojos hundidos y su piel ajada, María Martínez parece tener más de 50 años. No recuerda cuándo nació, explica en mixteco, mientras la enfermera da vuelta a unas hojas hasta despejar la duda: 35 años, y la bebé que carga es su séptima hija.
Esther, de un año seis meses, luce bien, pero en la sombra se puede apreciar su cabellera pálida y escasa. La báscula indica que pesa 7.5 kilos, cuando lo normal serían unos 10 kilos 500 gramos.
Y no se ve tan desnutrida porque le siguen dando pecho, afirma Jesús Cariño, médico de la clínica IMSS-Oportunidades de San Simón Zahuatlán. Después voltea y señala al hermano de Esther, Maximino, de 11 años, cuya desnutrición crónica –dice– se evidencia más en sus brazos huesudos y en las manchas blancas de la piel.
Y quizá la parte más difícil de esta lucha contra la desnutrición es de índole cultural. En San Simón Zahuatlán la planificación familiar no es común. Cada pareja tiene en promedio seis hijos, lo cual se traduce en 70 u 80 embarazos mensuales.
Las madres amamantan a sus hijos durante tres o cuatro años, periodo durante el cual son la principal fuente de nutrición y se vuelven anémicas. Los niveles de hemoglobina de María son de siete, cuando lo normal es de 12 a 14, indica su expediente médico, y por eso padece con regularidad infecciones respiratorias y vaginales.
Al igual que ella, muchas familias viven con 10 o 15 pesos al día (la cuarta parte de un salario mínimo) que obtienen, sobre todo, de la maquila de balones de futbol y de sombreros de paja, con lo que pueden comprar sopa de pasta, frijoles y, si mejoran los ingresos, pollo o res cada 15 o 30 días.
Un pollo cuesta 80 o 90 pesos, no me alcanza, explica María.
La desnutrición, la lejanía, la falta de empleo y de educación los mantienen en la geografía de la miseria, aunque 300 familias reciben Oportunidades, explica Cariño, quien en los próximos días viajará a Huajuapan a informarse sobre la Cruzada Nacional contra el Hambre, presentada como la apuesta social del gobierno del presidente Enrique Peña Nieto.
El médico atiende en Zahua-tlán desde hace 10 años y desea que el nuevo programa no sea más de lo mismo.
“Oportunidades les ha ayudado muy poco, porque necesitamos algún nutriólogo o un ingeniero agrónomo que les ayude a producir frutas y verduras. Les dan semillas, pero nadie los capacita para usarlas; crean proyectos productivos pero nadie les ayuda a encontrar un mercado.
“Les digo a las personas: ‘el de Oportunidades no es un pago, no es un sueldo, es una ayuda para la alimentación’, pero ellos piensan que van a poder sobrevivir. Luego se dan cuenta de que no y mejor se van a vender dulces a Veracruz, al Distrito Federal, a Oaxaca, y los más arriesgados se van a Estados Unidos.”
Algunas familias pagan 20 pesos por las despensas del DIF, pero
¿cuánto les puede ayudar?, uno o dos días, plantea el regidor de Salud, Jorge Méndez, al detallar que los paquetes mensuales incluyen tres litros de leche, un kilo de arroz, una botella de aceite y una bolsa de avena.
Playera de Barbie y migración
Las dificultades de los pobladores comienzan por las distancias. Para llegar a Huajuapan, la ciudad más cercana, tardan hora y media en recorrer serpenteantes caminos de terracería a los que se asoman montes yermos. Aunque el nombre de Zahuatlán significa
entre los sarnosos o planta que jala agua, aquí el líquido se bombea cada 15 días, porque es muy costoso traerlo desde los ríos Grande y Pipí.
Habitantes del barrio Los Tecolotes, en Zahuatlán, OaxacaFoto Carlos Ramos Mamahua
Desde el año pasado un parque adorna la entrada del pueblo; hay dos calles pavimentadas y el servicio es más estable. Vicente Fox visitó el lugar y algo quedó, pero no todo se cumplió. La ambulancia nueva se la quitaron al día siguiente de su entrega y les dejaron un cacharro. Tampoco se pavimentó el camino para abaratar los costos del microbús. Cada habitante debe pagar 90 o 100 pesos por ir y regresar de Huajuapan.
Aún así, familias completas hacen la travesía en las vacaciones escolares. A veces piden fiado el transporte y pagan de regreso con tal de ganar unos pesos extra en la ciudad.
Algunos venden sus chicles, dulces, cigarros, todo lo que pueden en la ciudad, y gracias a eso han conseguido tener una casa mejor. Antes todas eran de palitos, de piedra y de techo de pasto, explica Esperanza Martínez, la primera enfermera de la clínica, quien luchó contra el machismo, ya que cuando empezó no aceptaban ser inyectados por una
mocosa de 17 años.
Al recorrer los 11 barrios desperdigados por los cerros Blanco, Grande y Limón se puede ver más casas de adobe y algunas de tabique; sin embargo todavía existen algunas hechas de lámina o de palos, como en Los Tecolotes, el punto más alejado.
Una de estas cabañas es la de Virginia Bedolla, quien en febrero tendrá a su séptimo hijo. En cinco metros están la recámara, el comedor, la sala, el baño y la cocina. ¿Cómo diferenciarlos? Frente a una mesa de plástico hay tres cubetas de agua que la pareja y cinco hijos usan para bañarse y cocinar. A un lado, petates tapados con colchas y enfrente una antigua televisión Hitachi acochambrada.
En una esquina se esconde un aparato tapado con tela. Uno de sus hijos descubre el enorme estéreo que
ya no sirve; hay juguetes regados alrededor, como ositos de peluche polvosos, muñecas, un triciclo, ropa con imágenes de personajes infantiles: Dora la exploradora o Barney.
Su hija Andrea de Jesús, con las mejillas hundidas y el cabello descolorido, esconde su delgadez en una playera de Barbie, falda rosa y botas de gamuza.
Dice su mamá que se los regalaron en el Distrito Federal, explica la enfermera, la única que habla mixteco en la clínica, porque el médico ha preferido no aprenderlo, aunque sea el único medio de comunicación para uno de cada cuatro habitantes.
“Los obligo a que hablen español porque no quiero que vivan en la ignorancia. Cuando llegué les decía a las señoras: ‘¿usted cómo se llama?’, y me decían: ‘mmm’. Y las obligué a que me dijeran primero su nombre, a la siguiente semana el de sus hijos y luego el del esposo. Quizá por eso no he aprendido, porque para mí es atrasarlos más. Los de las culturas dirán que el dialecto (sic) es muy bonito, pero yo les digo: ‘quiero que se queden a vivir un mes aquí en esta casa, a ver qué sienten sin agua, comiendo lo que ellos comen: un chile en vinagre y una tortilla. A ver si es bonito’.”
Mientras el gobierno federal define qué ofrecerá la Cruzada contra el Hambre, el médico sigue con su rutina de 40 a 50 consultas diarias, casi todas a mujeres. No hay aparatos para monitorear los embarazos. Ese día parecía tranquilo, pero por la tarde llegó Idolina con supuestos dolores de espalda. Dos horas después nació un niño que sólo pesó 2 kilos 400 gramos.