AUTOR: ADRIANA AMEZCUA.
Wilbert Torre explica el origen de su nuevo libro en el que aborda la relación entre México y Estados Unidos en el combate a las drogas.
Durante la última década que ha vivido en Estados Unidos un tema llamó su atención: la complejidad de la burocracia norteamericana, en particular la referente al combate a las drogas.
En 2008, cuando nuestro país y el vecino del norte suscribieron la Iniciativa Mérida, se propuso investigar qué había tras “esa fachada de política pública y acción de gobierno”.
El costo del tratado internacional de seguridad establecido por el gobierno norteamericano no solo fue económico.
En territorio mexicano el combate contra el narcotráfico y el crimen organizado arrojó un saldo de 70 mil muertos, 20 mil desaparecidos y una espiral de violencia que se ha recrudecido en México y Centroamérica en los últimos años.
Torre se propuso hacer una reconstrucción detallada de escenas y episodios para, por un lado, mostrar “la responsabilidad política de Estados Unidos” en la guerra emprendida. Y, por otro, documentar cómo han cambiado los equilibrios de la relación entre dos naciones a partir de una intervención acordada “en un problema tan grave como es el narcotráfico”.
De acuerdo con el autor de Narcoleaks –que ya circula bajo el sello de la Editorial Grijalbo– Felipe Calderón derribó “una serie de fronteras políticas para propiciar esa estrecha colaboración”.
En su opinión, el modificar dichos conceptos de soberanía supuso en ocasiones colaborar con las agencias norteamericanas de forma “casi simbiótica” con las instituciones mexicanas de seguridad.
Si bien Calderón autorizó las operaciones controladas de tráfico de estupefacientes y de lavado de dinero, Torre coincide con Luis Astorga –reconocido estudioso del narcotráfico– al plantear sus dudas respecto a que hubiese tomado la decisión de lanzar la Iniciativa Mérida de manera unilateral.
La DEA y sus informantes
En un charla vía Skype desde Washington DC, el periodista dice a Reporte Indigo que para que la Dirección Antidrogas de los Estados Unidos (DEA, por su sigla en inglés) pueda seguir la ruta del dinero o de las drogas requiere de soplones e informantes.
Los hace sus allegados para que le digan por dónde van, cómo se administran y qué capos lo hacen. Y explica que “la única manera que tiene la DEA de saberlo es cooptar a narcotraficantes y a asesinos y criminales que se ponen a su servicio a cargo de acuerdos de inmunidad para entregar información confidencial”.
En su libro pone como ejemplo el caso de un agente apodado “El Lalo”, perteneciente a la policía de caminos en México, “que es quizá la institución más corrupta en términos de seguridad”.
“El Lalo” pactó un acuerdo con autoridades norteamericanas y comenzó a trabajar como infiltrado para aportar información del Cártel de Juárez.
Desde la clandestinidad participó de torturas para extraer información de cárteles rivales. Participó en la llamada Casa de la Muerte de Ciudad Juárez donde atestiguó el asesinato de un narcotraficante y luego entrega la grabación de ese crimen a agentes norteamericanos. Ciudadanos de un país “donde se supone que exige y es tan puntilloso en la defensa de los derechos humanos”.
Tal personaje no solo participó de ese asesinato sino que se le fueron imputados varios más. Su historia muestra cómo la pasada administración federal, con Calderón a la cabeza, abrió ventanas “a la operación de las agencias norteamericanas, que utilizan este tipo de métodos extralegales para combatir el crimen con crimen”, afirma Torre.
También hay otros operativos institucionales e inéditos como la estrecha colaboración del Ejército mexicano que, subraya el escritor, “siempre se había resistido a colaborar con el Pentágono”.
Pero el autor de los libros “Obama Latino”, “Todo por una manzana” y “El bombero al que nadie llamó”, sostiene que en el sexenio pasado esta relación se modificó para que altos oficiales de ambos países trabajaran en operaciones conjuntas de inteligencia y rastreo de poderosos narcotraficantes.
Más allá de eso, las tácticas y estrategias “y hasta la vestimenta del Ejército mexicano ha cambiado en estos años debido a la influencia de estas doctrinas militaristas norteamericanas básicamente transferidas por el Pentágono”.
De las charlas con diversos diplomáticos, funcionarios gubernamentales, agentes de agencias norteamericanas y oficiales militares en México y EU, Torre clarifica con su texto las decisiones y consecuencias que se tomaron desde la cima del poder.
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