FUENTE: PROCESO
AUTOR: PATRICIA MAYORGA.
Chihuahua, Chih: La tarde del pasado sábado 16 de febrero, un grupo armado irrumpió en el campamento de la mina Día Bras Exploration de México, ubicada en el municipio de Urique, en la parte baja de la sierra Tarahumara.
Llegaron sin hacer ruido. Con el rostro cubierto con pasamontañas y uniforme parecido al de la Policía Federal –azul camuflado–, ingresaron por la cocina del campamento y de pronto vino el tronadero.
Intrigados por el ruido de los disparos, los trabajadores que a esa hora descansaban en las casas de lámina del campamento, construidas por ellos mismos, intentaron asomarse para ver que sucedía afuera.
Pero ni tiempo tuvieron para abrir la puerta, cuando una voz enérgica les ordenó: ¡tírense al suelo!
Los sujetos armados preguntaron a los trabajadores qué donde tenían las armas. Nadie dijo nada.
Entonces, uno de los uniformados preguntó por el encargado.
Abraham Mendoza Vázquez, el contratista del grupo, rompió el silencio y dijo: “Yo respondo por todos ellos”.
En medio de esa tensión, uno de los agresores pidió la llave de una de las camionetas estacionadas afuera, la de Abraham. Asustado por la situación, el minero no recordó que él las traía las llaves en la bolsa de su pantalón.
Al revisar los bolsillos de los trabajadores, le encontraron las llaves a Abraham. Lo tundieron a golpes.
“Sólo se escuchaba que decía que no le hicieran nada, gritos, golpes. El resto del grupo seguía tirado en el piso.
Uno de los sobrevivientes, recuerda que recuerda que los delincuentes empezaron luego a preguntarse qué hacían con ellos. “¿Qué?, ¿los matamos a todos?, ¿trajeron las sogas?”.
Una voz se impuso: “Vamos a quemarlos”.
Pero el líder del grupo se compadeció: “¡Espérate! Les vamos a perdonar la vida, pero para mañana no queremos nada ni a nadie aquí”.
Bastaron unos diez minutos. Eran muchos, no recuerdan cuántos, pero los golpearon, se llevaron celulares, tabletas electrónicas, dinero, celulares, sólo les dejaron tres camionetas y la amenaza de matarlos a todos la siguiente mañana, si no se iban del lugar.
Se fueron en camionetas. Del otro campamento se llevaron a otros tres. De ellos no hay reporte de desaparición.
Los que se quedaron permanecieron en el suelo varios minutos, no tenían noción del tiempo para calcular cuántos. Poco a poco levantaron la cabeza, vieron que se habían ido, se arrastraron para cerciorarse de que no había ya nadie.
Aquella noche del 16 de febrero pasado, los trabajadores corrieron al monte. La mañana siguiente, viajaron hacia la capital del estado, de donde es la mayoría, para salvar su vida y no regresar más.
“Varios duramos como dos o tres días sin dormir”, dice uno de ellos.
Abraham Mendoza tiene tres hijos, un joven de 15, una mujer de 18 y una hija casada. No han sabido nada de él ni de los otros jóvenes de la mina.
La advertencia
Un par de semanas antes de ese incidente, dos guardias de la mina fueron victimados por un grupo armado.A uno más también lo privaron de su libertad.
“Ese día –cuando levantaron al guardia-, el grupo delictivo avisó que no subiera nadie a la mina, porque iban directo por unos, parece que era parte de ellos mismos. Así es allá, ellos son la ley”, dice otro de los trabajadores.
Además de los guardias asesinados, se registraron unas siete muertes más de gente relacionada con la mina durante esos días.
Una semana antes del allanamiento del campamento minero, el sábado 9 de febrero, otros cinco mineros salieron al pueblo de Tubares, localizado a unos minutos del campamento.
Salieron con los de la otra compañía a divertirse, recuerdan sus compañeros, quienes aún no se explican por qué desaparecieron.
Sólo saben que los levantaron cuando compraban unas cervezas y que iban acompañados de una mujer.
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