FUENTE: PROCESO.
MÉXICO, D.F. (apro).- Al menos seis de cada 10 niños y adolescentes de los 39 millones que existen en el país y que representan el 35% de la población total, sufren maltrato infantil debido a la falta de una política familiar
integral de Estado, afirma Silvia Solís San Vicente, de la Escuela Nacional de Trabajo Social (ENTS) de la UNAM.
La investigadora sostuvo que el maltrato o abuso infantil, que puede ser físico, emocional o sexual, es socialmente permitido y se presenta fundamentalmente en los hogares y en las escuelas.
Según la Unicef México, seis de cada 10 niños han vivido directamente alguna forma de violencia en su casa o escuela.
La investigadora define al abuso como la utilización de la fuerza y el sometimiento de la voluntad de una persona a otra.
Entre los tipos de maltrato, el abuso sexual constituye –explica– la expresión más violenta y lo peor es que, generalmente, los agresores provienen del mismo núcleo familiar: tíos, primos y, en algunos casos, los mismos padres.
Algunos signos que presentan los menores cuando son objeto de este tipo de agresión son: falta de control de esfínteres, aislamiento del núcleo familiar, se resisten a ser tocados o asistir a la escuela y a relacionarse con otros niños.
El maltrato físico, dice Solís San Vicente, es el más común y está vinculado con el emocional. En México, afirma la experta, se han establecido prácticas para instruir a los niños a través de golpes, gritos e insultos, ante la falta de mecanismos de comunicación o capacidad para expresarse con amor y cariño.
Debido a que esa forma de “educar” se ha vuelto una costumbre, añade la especialista, en México no se mide el maltrato físico, los hospitales no cuentan con in registro de los casos de menores que ingresan con señales de maltrato físico como en Estados Unidos donde esa información es nacional y “existe todo un sistema a nivel federal para garantizar el bienestar de los infantes”.
Los menores, prosigue, también son objeto de abuso verbal, insultos e injurias que “les dejan cicatrices emocionales, que repercuten en el desarrollo de la personalidad, que se gesta en los dos primeros años de vida.
“A partir de esta edad, los padres son responsables de respetarla, cultivarla y motivarla”, indica la investigadora, de lo contrario, añade, en otras etapas de la vida serán introvertidos o violentos, los que sufrirán maltrato de sus compañeros en la escuela o los que abusarán de los demás.
Para la especialista, el problema del maltrato infantil es cultura y es causado por la “falta de madurez” de la población.
Las personas no asumen sus responsabilidades con el bienestar de los menores ni cuentan con elementos para crear un ambiente de comunicación, libertad y respeto, desde la casa hasta la vida social, explica.
“La mayoría vive al día y acumula tensiones, que se expresan en los más indefensos”.
Esa situación, añade, se complica por las condiciones económicas del país, que exigen a ambos padres aportar al sustento del hogar, lo que obliga a delegar el cuidado y educación en parientes o cuidadoras.
“Si sus padres se ausentan, el niño pierde el sentido de autoridad. En la mayoría de los casos, las personas a cargo no tienen el cariño, atención, dedicación y sensibilidad para atenderlos adecuadamente”, dice Solís.
Para erradicar esas prácticas, sostiene Solís, es necesaria una política de Estado “que fomente la convivencia basada en la comunicación y el respeto; promueva la formación de personas capaces de ejercer sus derechos y cumplir sus responsabilidades, e impulse las relaciones sanas entre individuos, núcleos familiares y la comunidad, con la finalidad de coadyuvar en la formación de ciudadanía”.
La académica indica que se incurre en negligencia al no otorgar a los infantes seguridad alimentaria, social, económica, emocional, educativa y formativa.
Para ello, subraya, se requieren programas educativos que fomenten en niños y jóvenes la importancia de organizar un proyecto de vida con metas claras, que inculquen la relevancia del ejercicio de la paternidad responsable y la importancia de conocer y ejercer sus derechos, además de asumir responsabilidades.
“Un niño seguro de sí mismo, será un joven autosuficiente y, por ende, un adulto íntegro con metas claras en la vida, con elementos para ejercer una ciudadanía responsable”, concluye.
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