FUENTE: PROCESO.
AUTOR: MARCELA TURATI.
Las madres de desaparecidos que se plantaron frente a la PGR desde el 9 de mayo se sabían capaces de mover montañas con tal de encontrar a sus hijos. Más difícil fue conseguir mover al procurador Jesús Murillo Karam y al secretario de Gobernación, Miguel Ángel Osorio Chong, para que, más allá de las promesas, cumplan sus funciones de investigar a fondo el paradero de los jóvenes, aunque la indolencia del gobierno calderonista haya malgastado tanto tiempo. Ahora falta comprobar de qué están hechos los compromisos de los hombres de Peña Nieto.
MÉXICO, D.F: Ana María Maldonado estaba recostada sobre una cama inflable, en una tienda de campaña que nueve días antes se había convertido en casa, instalada en el pavimento sobre la lateral de la avenida Paseo de la Reforma. En esa burbuja de plástico azul, semejante a una placenta, ella llegó a sentir una conexión especial con su hijo Carlos (“mi bebé”, le dice), un treintañero a quien dejó de ver hace tres años.
Su hijo desaparecido se le reveló sonriente. A ratos lo notaba triste, pero ella creía que era por verla viviendo en la calle por su causa. Otras veces sintió su abrazo y ella se permitía disfrutarlo, en esa conexión umbilical que los une desde que lo tejió en su vientre.
Tendida en ese refugio –rodeada de mochilas y bolsas, un celular, un radio de pilas y una estampa de la Virgen de Guadalupe– esta mujer de 60 años sentía que su salud se le escapaba por el sacrificio. Un día antes su cuerpo protestó con diarreas y vómitos, con el disparo de la presión, el ritmo cardiaco y la glucosa, al grado de que requirió máscara de oxígeno.
“Estaba muy deshidratada, tenía los labios pegados, no podía hablar. Me querían hospitalizar pero dije que no. No me quiero ir, no quiero dejar a mis compañeras solas en esto”, dice.
“Esto” es la huelga de hambre que ella y otras cuatro madres, un padre y una activista iniciaron afuera de la Procuraduría General de la República (PGR) el 9 de mayo, cuando construyeron una pequeña vecindad de tiendas de campaña de cuyos tendederos no colgaba ropa, sino mantas que mostraban rostros de jóvenes y una niña acompañados de flores, mensajes amorosos o letreros desesperados como “Ayúdanos a encontrarlo” o “Dios, sé que tú serás ese ángel que me ayude a devolverme a mi hija”.
Era un campamento de madres y un padre que tomaron la drástica opción de la huelga de hambre como medida de presión para recuperar a sus hijos e hijas desaparecidos. Lo encabezaba la michoacana Margarita López, madre de Yahaira Guadalupe Bahena –veinteañera desaparecida en Oaxaca el 13 de abril de 2011–, quien había realizado un ayuno de 10 días frente a la Secretaría de Gobernación en noviembre anterior, pero decidió volver a hacerlo al ver que ni los funcionarios anteriores ni los nuevos cumplían lo prometido.
También estaban ahí Dolores Rodríguez, quien busca a su hijo, el universitario Juan Eduardo Olivares Rodríguez, desaparecido el 1 de septiembre de 2011 en Tampico, Tamaulipas. Irma Alicia Trejo Trejo, madre del veinteañero Francisco Albavera, desaparecido el 26 de marzo de 2011 en el Distrito Federal. Nancy Rosete Núñez, madre de Elvis Axell Torres, de 17 años, desaparecido el 30 de diciembre de 2010 cuando salió rumbo a Tamaulipas con varios compañeros. Erika Montes de Oca Marín, quien busca a su sobrino Sergio Eduardo Guillén, de 27 años y desaparecido el 28 de noviembre en la Ciudad de México.
Atanasio Rodríguez era el único padre en huelga. Él busca a Alejandro Rodríguez González, quien fue retenido por las patrullas 1250 y 1440 de San Luis Potosí el 19 de julio de 2010. Dos mujeres de Jalisco desertaron de la huelga al segundo día, enfermas por las duras condiciones de esta forma de lucha, sin comida, sin electricidad, sin baños.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1907 de la revista Proceso, actualmente en circulación.
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