AUTOR: JENARO VILLAMIL.
No es el primer jefe de Gobierno en cometer errores de comunicación política y enfrentar una campaña mediática en su contra. Esa es la característica principal del cargo: por ser el corazón político, financiero, intelectual y civil del país, el Distrito Federal es una gran vitrina, pero también una trampa mortal. Negar la crisis constituye, casi siempre, el primer error del falso espejismo del Narciso defeño.
Al ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas le estalló en las manos el asesinato del conductor Paco Stanley, en junio de 1999. De poco importó que Stanley no fuera el héroe ni la víctima que el linchamiento mediático de TV Azteca y Televisa vendió en esos días. El error de Cárdenas fue minimizar el hecho, responder mal y tarde. En buena medida el “caso Stanley” le costó la presidencia del 2000.
López Obrador entendió que no podía gobernar sólo para un sector después de su desdén a aquella marcha de camisas blancas contra la inseguridad capitalina, en 2004. Sus errores de comunicación enfurecieron a un sector de la clase media del Distrito Federal. De ahí la polarización del 2006.
Y a Marcelo Ebrard también le tocó la crisis derivada de la arbitrariedad policiaca en la tragedia del News Divine. Antes de que el suceso le costara el cargo, ordenó la remoción de su jefe de la policía y de su procurador. Ahí está la clave del ascenso de Miguel Ángel Mancera. Extraño que no recuerde lo difícil que suelen ser estas crisis agravadas por la incomunicación política.
Mancera no es el primer ni el último jefe de Gobierno que se enfrenta a una ciudadanía crítica. Sin embargo, puede ser el primero cuyo aprendizaje tardío ponga en riesgo el proyecto de izquierdas que tiene más de una década en la administración capitalina.
Los errores de comunicación política de Mancera se pueden analizar de la siguiente manera:
1.-Infantilizar a los capitalinos.- El peor error es menospreciar la inteligencia de los gobernados. No basta con repetir mucho un eslogan ni modificar percepciones para transformar las realidades. Mucho menos afirmar, como un padre sobreprotector, que se debe “hablar bien” de lo que ocurre en el DF y confiar a ciegas en el gobierno.
De Mancera y su equipo, los capitalinos esperan acciones, información concreta y medidas certeras, no mediáticas ni cosméticas para enfrentar un problema que todos los habitantes del Distrito Federal conocen muy bien: el narcomenudeo y sus redes de corrupción.
No importa si son “bandas”, “pandillas” o “cárteles”. Lo importante es afrontar el problema sin minimizarlo ni dorarle la píldora a los ciudadanos.
2.-Desgastar su voz.- El secuestro masivo de jóvenes en el Bar Heaven –grave en sí mismo- se agudizó por la respuesta confusa y tardía de las autoridades policiacas y ministeriales, y luego por la saturación y desgaste de la voz del propio Mancera que se envolvió en la versión de que no se trató de un acto atípico, ocurrido a escasos metros del edificio de la Secretaría de Seguridad Pública.
El principal error en éste y los episodios posteriores –la ejecución de cuatro jóvenes en un gimnasio de la Morelos, la ronda de entrevistas en medios masivos, etcétera–, es que Mancera habla aún como procurador y no como jefe de Gobierno. En varias apariciones mediáticas adelanta líneas de investigación que las presenta como líneas de interpretación de hechos que no deben ser cuestionados.
El error de comunicación es ser juez y parte en este desconcierto. Él es el jefe de Gobierno, no el Procurador en funciones ni el titular de la SSP. Mancera ha borrado al secretario de Gobierno, no tiene vocero, sus declaraciones se sobreponen e, incluso, contradicen a las de su procurador y al titular de la SSP. Algo similar le ocurrió a Marcelo Ebrard –quien venía de ser jefe de la policía capitalina- en el episodio del News Divine. A duras penas, Ebrard entendió que un jefe de Gobierno actúa para defender a la ciudadanía, no a sus colaboradores.
3.-Uso de la Fuerza.-El otro recurso reiterado de su administración –desde el 1 de diciembre de 2012 al 10 de junio de 2013- es el despliegue de fuerza y presencia policiacas, cuyos excesos se han ido documentando de manera sistemática. En lugar de apresar a los presuntos vándalos, criminaliza a los manifestantes y, por si fuera poco, manda un pésimo mensaje de autoritarismo.
Después del secuestro masivo en el Heaven, ordenó el despliegue policiaco como mensaje político de presunta eficacia y autoridad. No se desmantela el narcomenudeo sólo patrullando la Zona Rosa o la Condesa sino enfrentando la corrupción de autoridades centrales y delegacionales. Desde un taxista hasta un franelero saben que quienes operan en estas zonas cuentan con la protección de algún comandante o funcionario delegacional.
Al GDF no se le reclama el uso policiaco sino una mejor labor de inteligencia preventiva y punitiva. Todos los capitalinos relacionaron la ejecución de cuatro personas en el gimnasio de la Morelos porque, interconectados o no, los sucesos, tras el secuestro de los jóvenes de Tepito se suponía que el GDF iba a vigilar mejor las redes delictivas del “barrio bravo”.
Para una ciudad que ha vivido la matanza del 68, el halconazo del 71, la corrupción criminal del Negro Durazo, la represión brutal de Oscar Espinosa y la corrupción de La Hermandad en la SSP, por mencionar sólo algunos casos, el uso de la fuerza policiaca no es garantía de nada. Por el contrario, es la anticipación de una secuela de arbitrariedades.
4.-Víctima de una Campaña.- Por supuesto que cada error que cometa el jefe de Gobierno capitalino le cuesta el doble. Es la naturaleza de su cargo. Encabeza el gobierno de la ciudad más importante y de la sociedad civil más activa. Es un precandidato presidencial por la sobrexposición, pero también un blanco vulnerable de adversarios dentro y fuera.
Las campañas vienen de varios lados. Cárdenas, Robles, López Obrador, Encinas, Ebrard las vivieron y lo saben bien. Desde el “fuego amigo” hasta el contragolpe federal. Y los poderes fácticos en el Distrito Federal son mucho más virulentos y riesgosos.
Esas campañas no se resuelven con marketing ni con gacetillas electrónicas o impresas. Se resuelven con comunicación política. No es lo mismo “vender” una imagen o una percepción que “convencer” a los gobernados.
Esta es la principal fuga de la comunicación de Mancera. Y este será su principal desafío en los próximos meses, con o sin campañas de linchamiento en medios.
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