AUTOR: PARIS MARTÍNEZ.
Entre abril y agosto de 2011, cinco integrantes de la familia Ibarra, de Chihuahua, fueron secuestrados y desaparecidos por el crimen organizado. Las autoridades encubren a responsables, denuncian
“Mi hermano no tiene enemistades –dijo Artemisa, aquel 9 de junio–, con todos se lleva bien: tiene dos hijas, una nieta, siete hermanos, y es un hombre de familia, de trabajo, alguien alegre, alguien bueno…”
Artemisa marchaba portando sobre el pecho una foto de Aristófanes. Ignoraba que la tragedia familiar apenas daba inicio.
Cincuenta días después de esa manifestación, el 29 de julio de 2011, a la búsqueda de Aristófanes se añadió la búsqueda de su sobrino Mario Alberto, quien también fue secuestrado y desaparecido, pero no en Jalisco, sino en Chihuahua.
Mario Alberto fue “levantado” por sujetos armados que lo sacaron por la fuerza de su vivienda, tras negarse a ceder la custodia de su hija, disputada por su ex pareja, quien dos años antes los había abandonado para iniciar una relación sentimental con un integrante de La Línea, brazo armado del Cártel de Juárez. Y es que, tal como dijo Artemisa hace dos años, al marchar junto con cientos más de familiares de desaparecidos, “en este país, las cosas malas le pasan a la gente buena…”
Sus palabras eran premonitorias.
El 12 de agosto de 2011, Artemisa fue raptada junto con otros dos de sus hermanos, todos adultos mayores, cuando indagaban por su cuenta el paradero Mario Alberto.
Desde entonces, nada se sabe de su destino.
Abril
Artemisa Belmonte Ibarra tiene 30 años y hace dos que le arrebataron a su madre, a sus tres tíos y a su primo, todos con distintas actividades, aunque integrantes de una familia de tradición ganadera, asentada en el municipio de Cuauhtémoc, plaza dominada por el grupo criminal La Línea.
Artemisa fue la primera que, en abril de 2011, tuvo conocimiento de la desaparición de su tío Aristófanes, quien se encontraba en Jalisco para cobrar las ganancias de un palenque realizado meses antes.
El día de su rapto, narra ella, Aristófanes estaba reunido con algunos amigos en un bar, cuando sujetos armados ingresaron al establecimiento para acribillar al dueño, luego de lo cual decidió volver a su hotel, el Misión Carlton de Guadalajara, de donde fue extraído por dos sujetos que llegaron en un auto oscuro, a las 23:00 horas. Ahí se pierde su rastro.
“Mi tío Aristófanes era muy especial para la familia –recuerda Artemisa–. Todos lo eran, mi mamá, mi primo, mis otros tíos, pero Aristófanes tenía un rol especial, él era generoso con todos, se preocupaba por todos, veía por todos y a todos nos apoyaba; era una persona íntegra, muy honesta, no tenía ni siquiera una multa de tránsito, era alguien dedicado a los espectáculos regionales, muy amoroso, radicado y naturalizado en Estados Unidos desde hacía mucho tiempo.”
Su condición de ciudadano estadunidense, sin embargo, no sirvió para lograr una respuesta oportuna de las autoridades de Jalisco ante su rapto. “No hicieron nada para dar con su paradero”, se lamenta la joven.
La procuraduría estatal, abunda, ni siquiera solicitó los videos de vigilancia del hotel, el cual, finalmente, terminó por borrar las cintas sin permitir a los familiares conocer su contenido.
“Son ya más de dos años desde que las autoridades estatales, supuestamente, iniciaron la investigación –denuncia Artemisa–; sin embargo, más allá de expedir algunos oficios, en los hechos no han realizado ninguna acción concreta para localizarlo o para identificar a sus captores: no han movido ni un dedo.”
Julio y agosto
“Hay gente que nunca se rinde ante la adversidad –dice Artemisa– y así era mi mamá… una vez que sugerí la posibilidad de que mi tío Aristófanes hubiera sido asesinado, ella lo descartó completamente”, y es por ese espíritu de lucha que, al enterarse que su sobrino había sido también raptado, se sumó a la búsqueda.
“A mi primo Mario Alberto lo sacaron por la fuerza de su casa el 29 de julio de 2011 –narra Artemisa– y los vecinos la avisaron a su papá, mi tío Mario, quien inmediatamente comenzó a buscarlo, comenzó a moverse, a preguntar, ya que finalmente Cuauhtémoc es una localidad chiquita y, a diferencia de la desaparición de mi tío Aristófanes, en el caso de mi primo sí se sabía quiénes se lo llevaron, los vecinos incluso tomaron las placas de uno de los vehículos que usaron. Sin embargo, tal como ocurrió con mi tío Aristófanes en Jalisco, las autoridades de Chihuahua tampoco hicieron nada por detener a los secuestradores de mi primo Mario Alberto, ni para rescatarlo o encontrarlo… estaban protegiendo a los criminales, son sus cómplices.”
Fue por ello que el papá de Mario Alberto buscó y logró ubicar a integrantes de La Línea en Cuauhtémoc, a los que encaró y ofreció incluso vender su rancho para pagar por la devolución de su hijo, “pero ellos le dijeron que la cosa no era así, le dijeron que las reglas las ponían ellos y que si decidían pedir un dinero, se lo avisarían, pero que por mientras dejara de buscar o se llevarían a toda la familia”.
Una semana después de que el padre de Mario Alberto iniciara la búsqueda, se le sumaron sus hermanos, Jorge Octavio Ibarra, y la señora Artemisa Ibarra.
“Mi mamá y mis tíos ya eran gente grande –dice Artemisa hija–, ella tenía 55 años, mi tío Jorge 62, y mi tío Mario 68… pero nos queremos mucho, todos, y mi mamá, aunque vivía en Ciudad Juárez, no iba a dejar solo a su hermano, así que fue a Cuautémoc”, a donde llegó el 11 de agosto de 2011.
Un día después, los tres hermanos abordan la camioneta del papá de Mario Alberto, el más viejo de todos, quien lleva consigo su una pistola.
“No sabemos exactamente qué pasó –concluye Artemisa–, pero creo que hay sólo dos posibilidades: ese día, 12 de agosto, los delincuentes se comunicaron para pedir rescate y ofrecer la devolución de mi primo, con la verdadera intención de raptarlos; o bien salieron en la camioneta y se toparon con los delincuentes… sólo se sabe que mi tío los enfrentó, alcanzó a disparar su pistola, encontraron su camioneta en la frontera de Chihuahua y Sonora, donde la fueron a abandonar, llena de balazos y sangre, pero de mi mamá y mis tíos, no hay nada.”
Epílogo: la vida
En abril de 2012, Artemisa inició un álbum de fotos, pequeños recados y cartas escritas por su madre, adornado con dibujos de su propia mano, que inicia con un retrato de doña Artemisa Ibarra, posando con sonrisa plena.
“Mi mamá era, como sus hermanos, alguien muy feliz, y muy querida no sólo por nosotros, su familia, sino también por todos sus conocidos –recuerda, mientras pasa las páginas del álbum–. Por sus propios esfuerzos, ella había logrado crear un equipo de 200 vendedoras de productos Jaffra, y todas la apreciaban profundamente, porque les había dado la oportunidad de mejorar su situación, la oportunidad de dejar los empleos mal remunerados en las maquiladoras y elevar sus ingresos, ofrecer una mejor vida a sus hijos, mi mamá era amiga y confidente de todas ellas… así que no sólo me hace falta a mí.”
Aunque las lágrimas a veces cuelgan de sus párpados, Artemisa no las deja caer.
“Hace poco nos avisaron que habían encontrado unos restos, concretamente, un botón… –ante lo absurdo, ella ríe– Las autoridades nos pidieron que fuéramos a ver si reconocíamos ese botón –luego se detiene para meditar, y prosigue tras unos segundos–: No veo cómo podríamos saber si ese botón era de ellos o de cualquier otro, pero yo creo que aún en el caso de que pudiera tratarse verdaderamente del botón de alguna prenda que llevaran puesta el día que los raptaron, ellos no están ahí, mi mamá no está en ese botón, o en un fragmento de hueso… ella ya no está, mis tíos y mi primo, que eran personas tan alegres, tan luchonas, ya no están, y su desaparición me han cambiado la vida, porque algo así te cambia todo, cambia tu forma de pensar, de entender las cosas, te cambia a ti… sin embargo, sus desapariciones no me definen como persona, no quiero que sea así: con mucho dolor, yo he decidido dejarlos ir, seguir adelante, mi reclamo de justicia continúa, sí, pero también continúa mi vida, aún quiero poder disfrutar de la música, de sonreír, apreciar la vida, pese a las cosas terribles que gente sin alma puede cometer… ése es el mejor homenaje que puedo hacerle a mi mamá, a mis tíos, a mi primo, no olvidarlos y no olvidar la belleza de la vida.”
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