FUENTE: REVOLUCIÓN 3.0 (PULSO CIUDADANO)/ EL UNIVERSAL
AUTOR: ÓSCAR BALDERAS.
Tres “esclavas” de la prostitución de élite cuentan cómo opera la red de explotación sexual en antros del Distrito Federal, Puebla y otras ciudades
Karina ya no se mueve. La pistola sobre el buró de la suite la tiene petrificada. Antes había forcejeado con el hombre de traje fino, pero en cuanto vio el arma salir del bolsillo… se detuvo, y comenzó a suplicar.
Aún se recuerda acostada, en esa cama matrimonial donde rogó al cliente que no la lastimara, pero no paraba. Le arrancaba la ropa con la misma prisa con que Karina resumía su historia: “Tengo 29 años”, “mi acento es así porque soy centroamericana”, “obtuve una licenciatura en Gastronomía en Los Ángeles, California”, “vine por trabajo a México, pero me engañaron”. “Tengo cuatro años secuestrada”. “Me obligan a mantener relaciones sexuales con políticos, hombres de negocios y extranjeros que pagan cientos de dólares por mí”. El infierno puede caber en seis frases.
Cuando el hombre está a punto de penetrarla, ella hace un último intento por ablandar su corazón. Entre llanto, alcanza a decir que en febrero de 2009 salió de su casa porque le ofrecieron un buen sueldo en un restaurante llamado Cadillac, que en realidad era un prostíbulo con fachada de table dance, ubicado en la colonia Anzures.
Cuenta cómo la llevaron a la planta alta del local ubicado en Circuito Interior 351, donde encontró a varias mujeres desnudas vigiladas por otros hombres. Trató de huir, pero antes de bajar las escaleras un guardia de seguridad la golpeó, pese a que estaba embarazada, y la llevó a la oficina del dueño, quien la violó junto con personal de seguridad y meseros. Pero el diablo no tiene corazón, continúa con su faena.
Cuando despertó estaba desnuda, en el suelo. Sus “dueños” le habían asignado a una madrina llamada Alma, quien le quitó el teléfono, identificaciones oficiales y no la dejó salir del Cadillac: a partir de entonces, le avisaron, estaba atrapada en una red de tratantes que trabajaba sólo para clientes VIP y, le aclararon, si intentaba huir la matarían.
No vio la calle durante meses. Su jornada empezaba a la una de la tarde, justo a la hora del bufé para los hombres adinerados de Polanco. Tenía que bailar, beber alcohol, consumir drogas y acceder a todo lo que quisieran hacerle los clientes en los salones privados de la planta alta, por lo cual pagaban hasta 5 mil pesos por media hora. Si se negaba o dejaba de sonreír, clientes y personal de seguridad estaban autorizados para someterla a golpes. Así hasta las nueve de la mañana del día siguiente. Sólo le permitían dormir cuatro horas en una bodega del antro.
No les importó que estaba embarazada
Por las violaciones, el bebé de Karina nació prematuramente. El pequeño apenas libró la incubadora, sus captores llevaron al niño a una casa de seguridad en la colonia CTM Culhuacán, delegación Coyoacán, y amenazaron con matarlo si ella hablaba con clientes, policías u otras chicas.
Sin el vientre abultado, Karina empezó una nueva dinámica como secuestrada: pasar algunas horas en “Cadillac” y luego en otros table dance donde el dueño de este antro es socio, como Calígula, Tahití y Royal, donde quedaba a merced de los pactos entre proxenetas y clientes, mayoritariamente servidores públicos y empresarios que buscan noches con mujeres con apariencia de modelos de pasarela.
Lo peor ocurre en noches como ésta, piensa Karina: cuando a algunas de las elegidas para esos recorridos les vendan los ojos, las avientan al fondo de una camioneta y las introducen, amordazadas, a suites de lujo en hoteles sobre Paseo de la Reforma, donde las esperan sus clientes. En esos lugares —con champaña, sábanas de 400 hilos y jacuzzi a la vista— es donde realmente hay que rezar, porque significa que el cliente tiene tanto dinero que se siente dueño de las personas. Una noche de estas puede ser la última de una chica.
Por eso ruega mientras “el diablo” la embiste con fuerza, con cara de placer. Ella piensa que, como otras tantas ocasiones, lo peor ha terminado. Se equivoca. Aún faltan dos amigos del cliente, quienes ya se bajan el cierre del pantalón.
“Les dije todo y no les importó, que estaba ahí a la fuerza, pero me decían que me iban a tratar como se trata a las mujeres”, relata la joven, quien cuenta esta historia en un restaurante en Lomas de Chapultepec, que ha sido cerrado para que pueda hablar anónimamente. “Así eran mis días”.
Quiere contar la parte de su historia que más miedo le da, no puede. El llanto le ha provocado un ataque de asma que la obliga a buscar su inhalador en la bolsa de mano. Cuando lo encuentra, su mirada encuentra la de Elvira, del otro lado de la mesa, quien llora al escucharla.
Esta joven, de 19 años, aprovecha la pausa para pedir turno y contar la historia de su violación en los subterráneos de la trata VIP de la Ciudad de México, mientras Karina toma aire para continuar.
19 años, parece de secundaria
A simple vista, Elvira parece una estudiante de secundaria, aunque tenga credencial de elector. Es delgada, bajita, con rasgos aniñados y voz susurrante. Llegó al Cadillac en marzo de este año porque un hombre, que identifica como gerente del antro, se enteró que la habían rechazado de un trabajo en la colonia Condesa y le ofreció trabajar para él.
Al llegar al table dance le pidieron esperar al encargado de contrataciones. Mientras, le sirvieron dos whiskys y un tequila, que la marearon hasta que la vista se le nubló. Sólo recuerda que varios la llevaron a un salón privado, donde la violaron durante horas. Cuando todos terminaron, el mismo gerente la llevó a un hotel, donde siguió el abuso.
“Sólo pregunté ‘¿por cuánto me vendieron?’”, recuerda Elvira y evoca su imagen desnuda y desorientada sobre la cama. “Me dijo que por nada, que estaba probando la mercancía para los clientes”.
Para amedrentarla, el hombre la llevó en su auto hasta la puerta de su casa en el oriente de la ciudad. Le dijo que la llamaría al día siguiente para que se presentara en el antro o contaría a sus familiares lo que sucedió. Ella dijo que sí, pero en lugar de callar denunció la violación en la agencia 50 de la Procuraduría General de Justicia del Distrito Federal, donde la ignoraron.
“No hicieron nada, fue en la Fiscalía para Prevenir la Trata de Personas donde me creyeron y vieron que sí había sido violada”, acusa Elvira, cuya denuncia provocó un operativo que el 29 de junio clausuró el Cadillac y rescató a 46 mujeres presuntas víctimas de trata.
Elvira, sin saberlo, frustró una lista de espera con nombres de varones adinerados que ofrecían más de 4 mil pesos por unas horas con ella. Quisiera o no. Todo porque parece de 14 años.
Red de antros en el DF
La trata de personas VIP es tan común que se disemina en 44 antros de la Ciudad de México donde se ejerce explotación sexual, según un análisis de la Coalición Regional y Contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe.
Obedece a la demanda de servicios sexuales por parte de altos mandos policiacos, jueces, legisladores, hombres de negocio, empresarios y hasta ministros de culto que pagan miles de pesos por fantasías con mujeres que parecen salidas de las pasarelas de moda.
No se trata de las usuales víctimas de trata, enamoradas o atraídas con joyería de fantasía por hábiles proxenetas que se aprovechan de su vulnerabilidad. Las víctimas de esta modalidad de trata son, en su mayoría, mujeres y hombres de clase media, de edad indistinta, quienes suelen tener estudios profesionales. Muchas vienen de otros países.
El rapto es distinto: dado que en sus casas tienen un buen nivel de vida, se les engancha con promesas de trabajos bien remunerados que terminan en negocios de giros distintos. Principalmente, se esconden con la fachada bailes eróticos, pero la mayoría de estos negocios cuentan con cuartos ocultos donde se puede tener relaciones sexuales con las bailarinas. También hay casas, departamentos, hoteles, falsas oficinas y negocios como el recién clausurado Club Douss, en Tlalnepantla, Estado de México, donde se rentan limusinas con vidrios polarizados que funcionan como hoteles rodantes a un precio de 6 mil pesos el viaje.
Su red es amplia y bien organizada, según María Ampudia, directora de la asociación ¿Y ahora quién habla por mí? Incluye hoteleros con franquicias de cadenas internacionales que ignoran el ingreso de mujeres amordazadas, empleados que encubren a sus jefes a cambio de sexo gratis, policías que no atienden denuncias, funcionarios delegacionales que no clausuran giros negros, vecinos que no reportan actividades sospechosas y una larga lista de omisiones.
Todo para que cientos de hombres con dinero elijan entre 786 mil anuncios en internet de masajes exclusivos, 3 millones 980 mil ofertas de escorts o 44 antros capitalinos, donde gastan hasta 10 mil pesos por pasar unos minutos con una niña secuestrada.
Ley inservible
La panista Rosi Orozco como diputada presidenta de la Comisión Especial de Lucha contra la Trata de Personas (de 2009 a 2012) invirtió más de mil 200 días de trabajo para que sus compañeros legisladores aprobaran en el tercer trimestre del año pasado una ley contra la esclavitud sexual.
“Fue un trabajo arduo. Sí han existido casos de políticos, hasta diputados y senadores, que contratan servicios sexuales relacionados con la trata. Gente que ha llegado al Congreso ha sido cómplice de este delito. Las víctimas de esta modalidad de trata hablan frecuentemente de que entre sus clientes están los diputados”, contó Orozco, ahora presidenta de la ONG Unidos Contra la Trata.
A pesar de que la ley se aprobó, en la práctica es como si no existiera. Los actuales diputados tienen un retraso de diez meses en la publicación del reglamento para la ley. Sin reglamento no hay presupuesto. Sin presupuesto no hay programas sociales. Y sin programas sociales la ayuda no llega a las víctimas, quienes siguen esperando.
Testigo de historias aterradoras
Fernanda no quiere hablar de sí misma. Dice que sus encuentros sexuales forzados fueron tan terribles que sólo pensarlo le despiertan las ganas de suicidarse, así que sólo hablará de lo que le sucedió a sus compañeras de un table dance que ya no existe, pero que hasta 2008 era el consentido de la trata de personas VIP: el Sutra, en la delegación Benito Juárez.
Con su acento de porteña de Buenos Aires, Argentina, Fernanda recuerda entre lágrimas a Fabiola, la venezolana a la que hacían comer su propio vómito si expulsaba el alcohol que le invitaban los clientes; o a Janeth, la colombiana que recibía cinturonazos cuando se negaba a participar en tríos con mujeres.
A una mexicana que la obligaban a introducirse tampones con vinagre para detener la menstruación, a una licenciada en Ciencias de la Comunicación a quien le quemaban los lóbulos de las orejas si no generaba 30 mil pesos por noche y una jovencita de 16 años que era la preferida de un empresario del ramo automotriz, quien le gustaba mordisquear los pechos hasta hacerlos sangrar.
“Todo porque podían pagar, porque si le decían ‘son tantos miles de pesos’ ellos decían que sí, que traían para eso y más”, recuerda Fernanda.
A la pregunta de por qué en dos años no escapó ni pidió ayuda, su respuesta es contundente: sus jefes la obligaron a vender droga a los clientes del Sutra y si los denunciaba, el video de sus ventas llegaría hasta las autoridades y enfrentaría un juicio por delitos contra la salud.
No tuvo que hacerlo: el 1 de febrero de 2008 un operativo clausuró el lugar. Según Fernanda, el verdadero dueño, Gery, escapó cuando la policía le avisó que irían por él. Lo último que supo de él es que es propietario de varios table dance en el estado de Puebla.
No teme denunciar a violadores
Karina toma aire y confiesa que tiene miedo. En sus planes está denunciar a ese subprocurador de Nayarit que dice que la violó, a un diputado que la contrató sabiendo que era víctima de trata y a muchos de sus clientes a quienes está dispuesta a identificar, foto por foto, en los periódicos capitalinos.
Ha perdido el miedo desde que supo que, como represalia por haber aceptado la ayuda de un cliente para que escapara, y recuperar a sus hijos, el mayor fue violado en presencia del menor. No le importa que en el Cadillac la tatuaron contra su voluntad para reconocerla donde sea. O que cumplan la amenaza de rebanarle los dedos.
“Hago esto porque exijo justicia y no quiero que mis hijos estén en peligro, que mujeres —menores y adultas— salgan de este infierno.
“Tengo mucho coraje, estoy muy indignada, sé que no puedo destruirlos como quisiera, pero pido que me ayuden porque no tuve la culpa”, dice Karina, quien después de acumular 5 años y medio como secuestrada en un table dance su único patrimonio son tres pantalones y la ilusión de tener una visa humanitaria para huir de México apenas logre justicia.
Lo dice con la mirada llena de lágrimas, mientras se soba las muñecas, como si tratara de confirmar que estar libre no es un sueño y que esos grilletes, junto con sus vestidos cortos de brillantina, ya son parte de su pasado.
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