AUTOR: MARCELA TURATI Y EZEQUIEL FLORES.
La Cruzada Nacional contra el Hambre arrancó en el municipio de Mártir de Cuilapan, Guerrero. Y empezó mal. El problema del pueblo era la falta de agua, pero el gobierno federal decidió regalar tazas de baño, pisos y fogones a quienes no los necesitaban. No cumplió promesas que les había hecho a los habitantes y desató conflictos entre ellos. Los verdaderos marginados se quedaron como estaban, pero eso sí, Enrique Peña Nieto disfrutó de un pueblo maquillado y con letrinas nuevas para recibirlo.
Peña Nieto llegó, resucitó la Cruzada Nacional contra el Hambre en este “municipio piloto”; culpó del retraso del programa a los señalamientos “infundados” de lucro electoral, hizo un recorrido y se marchó, pero la casa de Filobonia quedó cacariza, con las tripas de fuera, mostrando al mundo los palos que la soportan y los muros de zacate y lodo cocido.
Nadie le llevó los materiales porque se decidió cambiar el recorrido presidencial. Ni siquiera llegó la pintura rosita que había elegido para acicalar su casa con trazos alegres, como los que disfrazaron las casas de las calles principales por las que fue paseado el mexiquense.
A la mujer le quedó el consuelo de ver al presidente a lo lejos, detrás de un corralón, donde los mártires hicieron honor al nombre de su pueblo y lo esperaron durante horas sin agua y sin comida. Por suerte el esfuerzo de Filobonia no fue uno de los que terminó en desmayo por hambre, como el de una docena de acarreados.
“Nos encerraron durante la mañana, ni agua ni nada, casi todo el día. Tan siquiera comida que nos hubieran dado, ¡pero nada! Ni el material que me dijo el señor que vino que no era de aquí, ni la pintura, aunque dejamos copia de los papeles que nos pidieron. Ellos le dieron a quien quisieron, a los que ya tienen”, rumia la mujer mientras hace cuentas del costo de la reparación.
Filobonia no fue de las protagonistas del montaje preparado para el primer mandatario. Por cosa de calles su casa no formó parte de la escenografía levantada por beneficiarios del Programa de Empleo Temporal, que recogieron basura y pintaron fachadas con los colores del eslogan de la estrategia. El tour del Sin-Hambre, en cambio, hizo repetidas escalas en una casa blanca, cuyo propietario –un sonriente cosedor de balones de futbol– también creyó en las promesas de los desconocidos que lo visitaron, le pidieron sacar sus cosas y a su familia y en seis días estrenó vivienda, como indica el mosaico encementado en la fachada.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1917, ya en circulación)
No hay comentarios:
Publicar un comentario