AUTOR: GUSTAVO SÁNCHEZ.
En la región ubicada al noroeste del estado, se desbordó el río Balsas, afectando al menos 6 de los 9 municipios. El agua se llevó casas, puentes, sembradíos, animales... y sólo trajo lodo y angustia de perder lo poco que en la pobreza se puede obtener.
Como muchos habitantes de esta comunidad –la más afectada del municipio- Gregoria Pérez Mateo sólo tiene una casa de adobe (masa de barro) derrumbada, la ropa que trae puesta y 5 hijos que se distribuyen en casas de conocidos, para que alcancen comida.
La señora vivía a la orilla del río Balsas que creció desde el domingo 15 de septiembre, por la lluvia, y ya para el lunes 16 por la mañana –luego de que desfogaran las presas al tope de agua- se volvió una corriente monstruosa, que a su paso arrasó con terrenos, casas, sembradíos y hasta puentes en la región de la Tierra Caliente –al noroeste de Guerrero-, conformada por 9 municipios.
Después de que el río se expandiera por donde, al menos en los últimos 80 años, no lo hizo, y luego de 5 días que tardó el agua en regresar a su cauce principal, sólo ha quedado lodo y angustia. Montones de lodo por donde sea. Por eso, todos los habitantes de esta comunidad caminan con los pies sucios, algunos con huaraches, otros descalzos. El lodo puede llegar hasta las rodillas y pese a su suciedad, varios luchan por sacarlo de sus hogares o lo que queda de ellos.
La señora Gregoria deambula por el pueblo, en espera de que pase el camión con despensas, láminas de cartón y colchas. No alcanzó a registrarse en el censo preliminar, que arrojó 299 casas afectadas; hay más de mil en un solo municipio de los 9 de la región. Por lo pronto, permanece en la casa –de concreto-, de Evodia y Juanita.
Desde aquel domingo por la noche empezaron a vocear por el sonido –en el que habitualmente anuncian las llamadas telefónicas- que estuvieran prevenidos porque el río estaba creciendo.
“Estaba subiendo recio”, dice Gregoria antes de soltarse en llanto. “Yo me vine a trabajar a la tortillería y ya cuando regresé la casa ya estaba hasta aquí (señala hasta 1 metro) de agua… tenía mis camas, mi ropero, mi mesa, mis sillas, todo se fue”. “Ella perdió todo” -complementan sus familiares, mientras la señora se limpia las lágrimas-, “así como la ve, así anda”.
Aquí, después de la tormenta, no vino la calma sino la desesperación tras perderlo todo. Tanganhuato es –de acuerdo con un reporte preliminar del Ayuntamiento- la comunidad más afectada de Pungarabato; la Tierra Caliente registra daños en 6 de sus 9 municipios, sobre todo en Ajuchitlán y Coyuca de Catalán, donde algunas viviendas el río prácticamente borró del mapa durante varios días.
En un recuento preliminar de los daños, tan sólo en Pungarabato resultaron afectadas mil 88 viviendas, en las diferentes colonias del municipio y en sus comunidades cercanas.
Hay casas en Tanganhuato que no se llevó el río pero que ya están cuarteadas. Como la de Carilú Galarza, quien prefiere que su madre –una señora ya mayor- permanezca afuera de la casa porque “truena” y temen que se caiga en cualquier momento.
“Llevamos años (construyendo la casa), primero una parte, luego otra parte… es un desastre total”, cuenta. Entre sus daños, apunta que tenía una televisión, una estufa, un ropero, al menos 4 colchones que “huelen feo” y la casa que parece estar a punto de caerse, pero en la que continúan sobreviviendo.
Vivir entre el lodo y la miseria ha dejado a varios, como Ángela de la Paz Salgado, enfermos de calentura y diarrea, pero hasta en la agonía la señora solicita ayuda para su hija que “perdió su casa”. Cuando muestra dónde estaba su hija, Isela, sólo se observa un montón de lodo mezclado con ropa.
La tragedia de los pobres incluye la muerte de los animales que vendían o se comían, sobre todo vacas, gallinas, puercos y chivos, que el río se llevó.
En algunas comunidades incomunicadas, la gente se las ingenió para pasar por una tirolesa improvisada o balsas. El fin de semana pasado apenas se pudo colocar una escalera para que pasaran el puente más importante de la región, el que comunica a Coyuca de Catalán con Ciudad Altamirano, cuyo terraplén arrastró el río.
“Nunca había pasado algo así”, “nunca habíamos visto esto”, son algunas frases que repiten los habitantes de la región.
Humberto Negrete Calixto, quien trabaja en Catatro y Predial del Ayuntamiento de Pungarabato, coordina una parte de la ayuda que viene, paradójicamente, del gobierno del Estado de México, así como la que recientemente trajo la Cruz Roja. Entrega sobre todo despensas, pero también organizó a un grupo de señoras para que preparen comida en la comunidad que le asignaron. Para la comida alistan frijoles. Para la cena, piensan en atole con galletas.
Todos los empleados del Ayuntamiento cumplieron el lunes 23 una semana ayudando a los miles de afectados. Uno de ellos, encargado de operar unas nuevas “fuentes danzarinas” en el Zócalo de Ciudad Altamirano, se encarga por ahora de organizar las despensas para las comunidades. Las fuentes –muy parecidas a las que se encuentran en el Monumento a la Revolución, en la Ciudad de México-, no serán utilizadas al menos en lo que resta de este mes.
El gobernador Ángel Aguirre, quien se ausentó de la región de Tierra Caliente una semana, las anunció con bombo y ahora que están casi listas –sólo les falta conexión con la luz- nadie las utiliza. Para dichas fuentes, se hizo una inversión de 8 millones de pesos en un espectáculo que por lo pronto nadie ve. En una región donde falta dinero y sobra el agua, el lodo y la desgracia.
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