miércoles, 25 de septiembre de 2013

Madera, entre el despojo de mineras y el embate del narco

FUENTE: PROCESO.
AUTOR: PATRICIA MAYORGA.

MADERA, Chih. (apro).- La muerte de los guerrilleros que hace 45 años lucharon porque los latifundistas les regresaran sus tierras, otorgadas en grandes cantidades a ganaderos ricos, no fue en vano. Sin embargo, casi cinco décadas después los habitantes de este municipio vuelven a sufrir la explotación de sus tierras, ahora por parte de las compañía mineras, pero también deben enfrentar los embates de la delincuencia organizada.

En 1965, cuando un pequeño grupo de 13 guerrilleros asaltó el cuartel militar de Ciudad Madera, los enemigos se llamaban “Vallina” o “Ginner”, ahora son John Deere, Monsanto y otras compañías extranjeras que sin resquemor alguno pasa las palas bulldozer sobre casas demolidas para dar paso a la explotación minera.

Como cada año, una centena de familiares y amigos de los guerrilleros que participaron en el asalto se reunieron en el panteón de esta ciudad y posteriormente presentaron el libro Una alborada para Migue, escrito por José Gerardo, un maestro disidente.

Por primera vez acudió a la cita la familia de Antonio y Guadalupe Scobell Gaytán, uno de los cuales perdió la vida en el asalto de hace 45 años y el otro fue fusilado dos años después, junto con su tío José Guadalupe Gaytán.

Las hermanas de los guerrilleros llegaron del sur del país apenas unos días después de enterrar a su madre Albertina Gaytán Aguirre, quien murió acompañada del dolor por la pérdida de sus dos hijos.

Asolados por la delincuencia organizada

Para llegar a esta cabecera municipal, que limita con el municipio de Temosachi, es común encontrar unidades de la “policía intermunicipal” con agentes fuertemente armados que detienen a los automovilistas para revisar minuciosamente sus documentos.

Los habitantes aseguran que durante tres años, aproximadamente, han vivido en silencio para cuidar la vida. Es como estar en “estado de sitio”, dicen. Y aunque este año la gente se animó a salir más, el peligro –aseguran– está latente. Conocen a quienes trabajan con los grupos delictivos de la región y saben de sus vínculos con algunos agentes.

Madera ha sobrevivido a masacres en la plaza pública. La delincuencia organizada ha ejecutado por igual a maestras que a amas de casa y familias completas, y muchos de los desaparecidos han ido a parar a fosas clandestinas.

No sólo las mineras han despojado a los pobladores de sus tierras, ahora también lo hace el crimen organizado, y ante la violencia desatada familias completas han tenido que huir a otras localidades.

En Huizopa –uno de los ejidos más importantes de este municipio–, decenas de campesinos se vieron beneficiados con la entrega de tierras después del asalto al cuartel, en 1965, pero ahora sólo quedan ocho familias. “Todos fueron despojados de sus casas”, dice el profesor rural Dante Valdez Jiménez.

“El ejido Arroyo Amplio ya no existe por la minera canadiense Silver Company”, añade.

“Imagínense que un día sale la gente de Huizopa y en la tarde sus pertenencias están en hules, y un bulldozer pasa por encima de sus casas, sin que ninguna autoridad haga nada”, explica.

No obstante, apunta, hubo ejidatarios que aceptaron a la minera porque les ofreció trabajo o “porque compraron conciencias”, situación que, asegura, dividió a la población.

El sordomudo que no era tal

Al día siguiente del asalto al cuartel de Madera, las autoridades declararon “estado de sitio” en la cabecera municipal, pero un lechero, de nombre Miguel, decidió salir a trabajar porque tenía que darle de comer a sus siete hijos.

Cayó muerto luego de que un militar le disparó. Era sordomudo, y como no respondió al llamado lo mataron, justificó el Ejército.

“Cuando la esposa de Miguel estaba rezando el rosario para su esposo, con otras 15 mujeres, llegó un alto mando a su casa. Le dijo que firmara unos documentos en los que ase afirmaba que Miguel era sordo y mudo. Ella no entendía el panorama ideológico, pero les aventó los papeles y les dijo que no iba a vender la dignidad de su esposo porque eso no era cierto”, relata Dante Valdez.

Uno de los guerrilleros, Francisco Ornelas Gómez, tenía 18 años cuando participó en el asalto al cuartel de Madera. En aquel entonces el sobrino de Pablo Gómez, otro de los fallecidos en 1965. A la fecha sólo viven él y Florencio Lugo, quien reside en Sonora.

Tras el ataque Francisco se refugió en el jardín de una casa cercana al cuartel, donde permaneció varias horas. “Cuando planeamos todo, pensamos que se iban a rendir luego luego, pero no nos imaginamos que iban a responder con todo”, relata en entrevista.

Una vez que cesaron los disparos, dice, logró salir y se trasladó al primer punto de encuentro, pero nadie llegó. Le resultaba más fácil internarse en la sierra y así lo hizo. Ahí permaneció nueve días. Estaba entrenado y logró sobrevivir.

Cuando llegó a la ciudad de Chihuahua, inmediatamente salió del estado para salvar su vida. Durante varios años vivió en Tabasco y luego en Campeche, donde concluyó sus estudios de maestro.

No corrió la misma suerte el líder de la guerrilla, Arturo Gámiz. Luego del ataque intentaron sacarlo del país hacia a Cuba, pero fue aprehendido. Hasta ahora está desaparecido, dice Herminia Gómez Carrasco, sobrina de Pablo Gómez, cuyos hijos se convirtieron en luchadores sociales.

Ellos forman parte del comité “Primeros vientos”, que cada año organiza el homenaje a los guerrilleros de Madera.
Los familiares y compañeros de quienes protagonizaron movimientos sociales en las décadas de los 50 y 60 hemos continuado la lucha, dice Alma Gómez Caballero.

Y destaca entre los logros el surgimiento de aserraderos ejidales en Chihuahua, uno de ellos en el ejido El Largo Maderal, de los más grandes del país. “Es riquísimo, y sus habitantes ahora son de los más pobres por las políticas que no permiten que los campesino, los habitantes más pobres, disfruten de sus tierras”, subraya.

Los problemas de fondo no están resueltos, apunta, debido a que el origen del asalto no sólo está vigente, sino que se ha profundizado con la situación de inseguridad que vive el país, lo que pone en riesgo la vida democrática. “Los postulados que dieron origen a la lucha, están vigentes”, insiste.

Memorias del asalto

Hermenegildo Avitia era muy joven cuando convivió con los luchadores sociales que participaron en el asalto al cuartel. Se identificó con su causa porque él mismo vivía la injusticia social: como peón no recibía un salario, sólo un vale para que adquiriera “lo indispensable”, y tampoco tenía acceso a la educación, como el resto de sus compañeros.

Inspirado en la lucha de aquellos hombres, Hermenegildo escribió una serie de poesías que tiró en las calles después del ataque. “Nunca supieron quién era el que tiraba los poemas”, recuerda.

Dos años después del acontecimiento, los alumnos de la Escuela Normal de Salaises organizaron un homenaje conmemorativo, pero “disfrazado”. En un mitin nombraron a cada uno de los caídos, ocho en total, seguido de la frase: “murió por la patria”.

Al día siguiente una avioneta Cessna sobrevoló la Normal y lanzó papeles con el nombre de cada uno de los guerrilleros muertos, seguido de la frase: “murió por pendejo”, cuenta uno de los egresados de la escuela.

Pedro Muñoz Grado, quien aquel entonces era periodista, recuerda que el general Lázaro Cárdenas, quien fue presidente de la República, repartió entre 1937 y 1938 alrededor de 18 millones de hectáreas a los campesinos, pero luego los latifundistas le exigieron suspender el reparto.

Obligado por aquellos, acordó que durante 25 años los predios que se pasaran de la extensión indicada en la Constitución gozarían de “inafectibilidad”. Vencido el plazo, el propietario del latifundio podría quedarse con una porción de la propiedad y el resto se distribuiría para el agro.

Entre 1962 y 1963 se empezó a agitar la lucha porque estaba a punto de cumplirse los 25 años pactados. Los campesinos comenzaron a organizarse para que los incluyeran en la repartición de tierras.

Los latifundistas crearon pequeñas propiedades ficticias dentro del latifundio, para que cuando se emitiera un decreto de dotación agraria se pudieran amparar bajo el argumento de que era una pequeña propiedad registrada y con antigüedad.

Las organizaciones campesinas se dieron cuenta de lo que pretendían los latifundistas y se fortaleció la organización. Comenzaron a invadir tierras y fueron aprehendidos los líderes: Arturo Gámiz, Pablo Gómez y Judith Reyes, esta última una periodista que había llegado de Tamaulipas.

Luego de salir bajo fianza por la presión de la lucha, Arturo Gámiz viajó a la sierra para organizar el levantamiento.

En ese entonces Pedro Muñoz Grado cubría la fuente política. Durante la transición de gobernador, dice, vio cómo se recrudeció la represión contra los campesinos con el general Praxedis Ginner Durán, a partir del 4 de octubre de 1962.

Luego de unos años pidieron su renuncia a Pedro Muñoz y fue estigmatizado como comunista.

“Cuando ocurrió el asalto, las autoridades municipales recogieron los cadáveres de los ocho guerrilleros. Como llovía, los llevaron a la explanada de la presidencia municipal. En la tarde la población fue a ver los cuerpos y la familia Gaytán (que vivía en Madera) reconoció a Salomón Scobell Gaytán y se los entregaron”, relata Muñoz.

Los profesores de Chihuahua se enteraron de que habían entregado un cuerpo y se cooperaron para pagar una avioneta y viajar para recuperar los cadáveres de Pablo Gómez y Miguel Quiñónez.

Cuenta el reportero que él viajó en la unidad. Con él iban Simón Gómez (hermano de Pablo Gómez), el conductor y el encargado de la funeraria Lozoya.

Cuando llegaron vieron cómo eran exhibidos los cuerpos por toda la ciudad, en una camioneta. Finalmente los familiares pudieron recuperarlos y se les permitió realizar una misa y sepultarlos sin problema.

Pedro Muñoz relata que el encargado de la funeraria preparó el cuerpo de Pablo Gómez, y cuando lo iban a acomodar en la avioneta, para llevarlo a Chihuahua, el piloto recibió una llamada de Ginner: “No traigan esos cuerpos. ¿Querían tierra?, dénselas hasta que se harten”. Y llevaron los cadáveres a la fosa común.

“Cuando tiraron a Pablo yo usaba paliacates, le eché uno en la cara para cubrirle la tierra y para identificarlo en caso de que permitieran sacarlo”, subraya.

Dos años después el gobierno federal entregó las tierras a los ejidatarios de Huizopa en el 50 aniversario de la Constitución. Ramón Mendoza, uno de los guerrilleros sobrevivientes, llegó al lugar con una brigada de ingenieros para hacer la entregar de las tierras a los campesinos.

Hoy los presentes en el panteón recordaron a Arturo Gámiz García, profesor rural y dirigente de la guerrilla, quien contaba con 25 años de edad cuando lo mataron; Pablo Gómez Ramírez, médico y profesor de la Escuela Normal Rural de Saucillo, de 39; Óscar Sandoval Salinas, estudiante de la normal, de 20, y Emilio Gámiz García, estudiante, de 20 años.

También a Miguel Quiñónez Pedroza, profesor rural y egresado de la Normal del Estado, de 22 años cuando perdió la vida; Rafael Martínez Valdivia, profesor rural, de 21; Salomón Gaytán, campesino, de 23, y Antonio Scobell Gaytán, también de 23 años.

De igual manera fueron recordados Guadalupe Scobell Gaytán, quien fue fusilado dos años después del asalto, así como José Juan Fernández Adame, Ramón Mendoza y Juan Antonio Gaytán.

A Florencio Lugo y Francisco Ornelas Gómez, sobrevivientes, les brindaron aplausos.

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