AUTOR: ERNESTO VILLANUEVA.
MÉXICO, D.F. Me han preguntado varios colegas académicos extranjeros, europeos y estadunidenses, por qué en México somos indirectos, damos vueltas a los problemas, somos agachones y sólo exigimos nuestros derechos cuando nos autorizan a ello. Hoy comparto aquí lo que a mi juicio nos pasa y es el quid de nuestros problemas como país y como aspirantes a ciudadanos.
Y para ello quiero añadir además algunos mitos interesados para mantener el statu quo en el ámbito de las universidades y seguramente en muchos otros: a) “La ropa sucia se lava en casa”; es decir, se apela a arreglar las diferencias en la oscuridad para b) “No afectar el prestigio de la institución”; eso va configurando el imaginario de que ejercer derechos fundamentales supone a c)”Ser conflictivo”.
Estos tres mitos sobre los que descansa la corrupción y la impunidad han adquirido carta de naturalización en la caracterología predominante o con arraigo considerable de las comunidades académicas. ¿Por qué somos como somos? Porque la simulación forma parte de nuestra caracterología que impide que México avance, se desarrolle, genere un Estado de derecho eficaz.
Octavio Paz en su obra clásica El laberinto de la soledad tiene un apartado con una prosa envidiable que nos retrata de cuerpo completo: “Las máscaras”. En efecto, dice Paz, al mexicano “aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”. El lenguaje críptico, la sonrisa que esconde la cólera real, el saludo por guardar las formas, la “cortesía” profesional podría añadirse también. La cultura del secreto está en nuestro ser dice Paz y coincido con él: “La preeminencia de lo cerrado frente a lo abierto no se manifiesta sólo como impasibilidad y desconfianza, ironía y recelo, sino como amor a la Forma. Ésta contiene y encierra a la intimidad, impide sus excesos, reprime sus explosiones, la separa y aísla, la preserva. La doble influencia indígena y española se conjugan en nuestra predilección por la ceremonia, las fórmulas y el orden.. la peligrosa inclinación que mostramos por las fórmulas —sociales, morales y burocráticas—, son otras tantas expresiones de esta tendencia de nuestro carácter….Pocas veces la Forma ha sido una creación original, un equilibrio alcanzado no a expensas sino gracias a la expresión de nuestros instintos y quereres. Nuestras formas jurídicas y morales, por el contrario, mutilan con frecuencia a nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales.”
La simulación, dice Paz, “se recrea a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales…El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden…La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone como su piel la serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable —y espuria— de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.”
Quien no sigue las formas, quien no aguarda su turno hasta que le corresponde ese teatro de simulación, quien denuncia lo que pasa se enfrenta a la invisibilidad, a la marginalidad que retrata Paz con mucho mejores palabras que las mías: “No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes…. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno. Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros.. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento” En 63 años desde que se escribió El laberinto de la soledad hemos cambiado, transitamos con más pausas que prisas a una sociedad diferente, libre, abierta, con sueños de que para ejercer derechos no se debe pedir permiso y, en ocasiones, la claridad debe estar por encima de la forma. Hacia ese puerto posible habrá que navegar con todo el empeño que sea posible para que la apariencia no le gane la partida a la transparencia, a los hechos, al cambio donde el cumplimiento de la ley sea probablemente una realidad más temprano que tarde.
Octavio Paz en su obra clásica El laberinto de la soledad tiene un apartado con una prosa envidiable que nos retrata de cuerpo completo: “Las máscaras”. En efecto, dice Paz, al mexicano “aun en la disputa prefiere la expresión velada a la injuria: “al buen entendedor pocas palabras”. El lenguaje críptico, la sonrisa que esconde la cólera real, el saludo por guardar las formas, la “cortesía” profesional podría añadirse también. La cultura del secreto está en nuestro ser dice Paz y coincido con él: “La preeminencia de lo cerrado frente a lo abierto no se manifiesta sólo como impasibilidad y desconfianza, ironía y recelo, sino como amor a la Forma. Ésta contiene y encierra a la intimidad, impide sus excesos, reprime sus explosiones, la separa y aísla, la preserva. La doble influencia indígena y española se conjugan en nuestra predilección por la ceremonia, las fórmulas y el orden.. la peligrosa inclinación que mostramos por las fórmulas —sociales, morales y burocráticas—, son otras tantas expresiones de esta tendencia de nuestro carácter….Pocas veces la Forma ha sido una creación original, un equilibrio alcanzado no a expensas sino gracias a la expresión de nuestros instintos y quereres. Nuestras formas jurídicas y morales, por el contrario, mutilan con frecuencia a nuestro ser, nos impiden expresarnos y niegan satisfacción a nuestros apetitos vitales.”
La simulación, dice Paz, “se recrea a sí misma a cada instante, es una de nuestras formas de conducta habituales…El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden…La simulación es una actividad parecida a la de los actores y puede expresarse en tantas formas como personajes fingimos. Pero el actor, si lo es de veras, se entrega a su personaje y lo encarna plenamente, aunque después, terminada la representación, lo abandone como su piel la serpiente. El simulador jamás se entrega y se olvida de sí, pues dejaría de simular si se fundiera con su imagen. Al mismo tiempo, esa ficción se convierte en una parte inseparable —y espuria— de su ser: está condenado a representar toda su vida, porque entre su personaje y él se ha establecido una complicidad que nada puede romper, excepto la muerte o el sacrificio. La mentira se instala en su ser y se convierte en el fondo último de su personalidad.”
Quien no sigue las formas, quien no aguarda su turno hasta que le corresponde ese teatro de simulación, quien denuncia lo que pasa se enfrenta a la invisibilidad, a la marginalidad que retrata Paz con mucho mejores palabras que las mías: “No sólo nos disimulamos a nosotros mismos y nos hacemos transparentes y fantasmales; también disimulamos la existencia de nuestros semejantes…. Los disimulamos de manera más definitiva y radical: los ninguneamos. El ninguneo es una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno. La nada de pronto se individualiza, se hace cuerpo y ojos, se hace Ninguno. Sería un error pensar que los demás le impiden existir. Simplemente disimulan su existencia, obran como si no existiera. Lo nulifican, lo anulan, lo ningunean. Es inútil que Ninguno hable, publique libros.. Ninguno es la ausencia de nuestras miradas, la pausa de nuestra conversación, la reticencia de nuestro silencio. Es el nombre que olvidamos siempre por una extraña fatalidad, el eterno ausente, el invitado que no invitamos, el hueco que no llenamos. Es una omisión. Y sin embargo, Ninguno está presente siempre. Es nuestro secreto, nuestro crimen y nuestro remordimiento” En 63 años desde que se escribió El laberinto de la soledad hemos cambiado, transitamos con más pausas que prisas a una sociedad diferente, libre, abierta, con sueños de que para ejercer derechos no se debe pedir permiso y, en ocasiones, la claridad debe estar por encima de la forma. Hacia ese puerto posible habrá que navegar con todo el empeño que sea posible para que la apariencia no le gane la partida a la transparencia, a los hechos, al cambio donde el cumplimiento de la ley sea probablemente una realidad más temprano que tarde.
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