AUTOR: ARMANDO ESTROP.
Polémica, aguerrida, imparable, indisciplinada. Layda Sansores representa sola al partido Movimiento Ciudadano en el Senado y hoy es leal a la estrategia de Andrés Manuel López Obrador.
- ¿Y la disciplina?
- Confunden disciplina con sumisión, papá.
-¿Y la lealtad?
-¿A quién papá, a estos que están entregando este país?
- Cuando uno no está de acuerdo se sale.
- No papá, voy a dar la cara.
- Abstención.
- No papá, esto es de definición y ya viene la ola...
La voz del interlocutor se aceleró. Era un hombre hecho en el PRI. Conocía las entrañas del partido y sus modos ante la indisciplina.
Era Carlos “El Negro” Sansores, célebre exgobernador de Campeche.
Al otro lado de la línea su hija Layda. Hacía unos minutos todavía estaba en la tribuna del Senado argumentando su voto en contra del aumento del IVA propuesto por el Presidente Ernesto Zedillo, en 1995.
No pudo convencerla. El intermitente “bip” de un teléfono colgado fue el final de la conversación. Hoy es anécdota pero entonces fue estigma.
Selló sus vidas para siempre. El PRI había sido amniótico en esa familia. Y como en el PRI de entonces la indisciplina se paga, hoy Layda Sansores lleva más de una década en la izquierda.
Pasó de hija predilecta a adversaria vitalicia. Polémica, aguerrida, imparable, indisciplinada. Es ella sola la que representa al partido Movimiento Ciudadano en el Senado. Y hoy es leal a la estrategia de Andrés Manuel López Obrador.
“Haré lo que me pidan”, dice al referirse a que se tiene que impedir el actual proyecto de reforma energética.
Ya en el 2008 dio una prueba de que puede cumplir el desafío.
Su oficina en el Senado es sobria. De una de las paredes penden de delgados cables metálicos decenas de fotografías de la familia.
Entre ellas está su hija que lleva el mismo nombre y que ya también ha hecho polémica al producir el documental Presunto Culpable.
Layda Sansores es originaria de Campeche y sin embargo viste de negro. No tiene el aire campechano, parece más una mujer urbana.
Lleva el pelo de color encendido y un vestido entallado. Ella misma se asume coqueta.
Da un par de instrucciones vía celular y se sienta en la silla que regularmente deben usar los invitados.
Mira a los ojos y sonríe. Da la impresión de sentirse cómoda.
Habla con un absoluto pero dicotómico amor sobre su padre. Al mismo tiempo que lo admira, supo y sabe que junto a él no hubiera crecido.
“Mi padre era como una Ceiba y debajo de las ceibas ni las hierbas crecen”.
La senadora matiza cómo desde entonces podía enfrentarse a los detentores del poder. Sus hermanas no le hacían frente al Negro Sansores sin flaquear. Era el hombre fuerte que no lloraba. El prototipo mexicano.
“Era un hombre profundamente humano, aunque muy firme, era imponente. En la misma familia mis hermanas cuando hablaban con él siempre lloraban, pero yo aprendí a torearlo, entonces me causaba una profunda admiración, una gran identidad, nunca lo vi llorar en la vida. Murió su hermano y tuvo pérdidas muy grandes y nunca una lágrima”.
Nadie tiene la certeza si aquella tarde de 1995, cuando el exlíder nacional priista recibió la llamada de su hija en la que le avisaba sobre su rebeldía, derramó una lágrima.
A su castillo de naipes le quitaban una pieza.
El innombrable de Andrés Manuel
Para Andrés Manuel López Obrador el nombre del expresidente Carlos Salinas de Gortari no merece siquiera ser pronunciado. Durante mucho tiempo, incluso, le dijo “el innombrable”.
Hoy entre los más allegados al político tabasqueño está la senadora Layda Sansores. Ella no tiene pena ni empacho en decir que en los albores de su carrera política el ex Presidente priista fue una especie de mentor.
“Salinas fue para mi un personaje muy cercano, muy admirado, tengo que decirlo. Me cuidó, iba a Campeche, saludaba a mi padre, y mi padre le decía `Laydita no tiene trabajo´”.
Layda Sansores quería estar en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal pero no se lo permitieron. Ganó la elección, pero como en una sopa de dominó de pronto la mula de seis era de alguien más. Ella no podía iniciar su partida.
En el subibaja de la política ella llega de subdelegada de Desarrollo Social a Álvaro Obregón.
“En uno de esos viajes de los reproches Salinas le pide a Colosio que me invite a tomar una café, y ahí él me dice qué quieres ser, y dije yo no quiero trabajo, yo quiero ser diputada”.
La meten a la lista del criticado sistema de plurinominales.
Y es así como llega a la Cámara Baja en el segundo trienio de Salinas. Vive a plenitud el esplendor tricolor.
“Entonces el sistema hizo lo suyo, después de que me quitan la Asamblea no teniendo nada, Salinas me pone de plurinominal y me hace diputada. Hacen todo un juego, quitan a Eduardo Andrade, y lo ponen de subprocurador, y al líder cañero que tenía el 8 dice: por qué no subieron y meten a Layda. Salinas cumplió su palabra y eso se lo tengo que reconocer y ahí aprendí que las facturas en política se pagan.
“Y claro que entro. Ahí se notó quién me había dado mi lugar, yo daba clases por todo México sobre las fórmulas de las plurinominales, era bien romántica, y cuando se da la votación yo veo que no entro, veo que daban 29 y yo era la 30. Me felicitaban y yo les decía no entré. Así como cuando tienes el lugar y te lo quitan, no lo tienes y te lo dan. Así que de repente quién sabe qué le pasó a uno y entré. Salinas me cuidó y me escogió mi lugar y eso se lo reconozco”.
‘Para mi el PRI era una religión’
Durante tres años se comportó como la legisladora más obediente y sumisa. Con gracia se sumó al sinfónico sistema parlamentario mexicano y logró pasar al Senado.
Fue ahí donde la delicia duró poco. Empezaron los actos de rebeldía, pero la misma Ceiba a la que en ocasiones temía, la protegía del vendaval que ocasionaba rebelarse contra los jefes priistas.
“Tal vez porque tenía yo el cobijo de mi padre, entonces confrontarte con alguien como yo, pues mi padre había sido presidente de las dos cámaras y eso los obligaba a tener un poco más de consideración. Pero Fernando Ortiz Arana era alguien que no apagaba fuegos a patadas, siempre trataba de buscar un mejor entendimiento y por eso tenía un dominio de la Cámara hasta que llegamos al Senado.
“Cuando viene lo del IVA y empiezan mis hijos a cuestionarme cómo lo voy a votar y yo no sé, un voto en contra era muy grave, pero decir tus argumentos en tribuna era un hara-kiri .Ya los medios estaban más abiertos, porque si no me hubiera muerto sin que nadie se diera cuenta”.
“Para mi el PRI era una religión, lo tenías hasta el tuétano, cada navidad cantábamos la marcha del PRI: por el PRI, por el PRI. Y entonces era con algo que nací. Mi papá decía del PRI vivimos. Era como Dios”.
Votar en contra de una iniciativa presidencial la convirtió en una “apestada”.
El perredista Heberto Castillo le dio un abrazo. Su mamá estuvo llorando. Su padre petrificado.
El castigo del partido: la ley del hielo y sentarse a un lado de Irma Serrano “La Tigresa”.
Dos años después rompe con el PRI. Y como casi todos los priistas desdeñados o insurrectos llevó su capital político al PRD.
“El IVA me dio mucho rating de popularidad, le dio mucha difusión la prensa y tomamos la decisión de competir por la gubernatura de Campeche pero como candidata externa”.
Desde entonces -1997- conoce a Andrés Manuel López Obrador .
“Son líneas subterráneas de identidad, no solamente me atraía a mi sino a toda mi gente”.
Pierde la gubernatura contra el priista José Antonio González Kuri y durante ocho meses acampan en contra de lo que aseguraban era un fraude electoral. Después la historia toma tintes de novela policíaca.
Descubre un centro de espionaje en Campeche con el que habían monitoreado todos sus movimientos, llamadas y reuniones.
Lo denuncia ante las autoridades pero no pasa nada. El poder al que había desafiado dos años antes se estaba cobrando la factura.
En contra de una iniciativa presidencial
En el 2006 Carlos Sansores le cede el espacio de su casa en Campeche para la campaña de Andrés Manuel López Obrador.
Fue el gesto de terminar por aceptar que más allá de la indisciplina su hija creía en un proyecto.
Proyecto que así como tiene seguidores tiene detractores. Más de una década después nuevamente Layda está en contra de una iniciativa presidencial: la reforma energética. En el 2008 fue de los principales actores en contra de este mismo proyecto. Se vistió de overol blanco y casco simulando a un trabajador de Pemex. Mantuvo clausurada la tribuna de la Cámara de Diputados durante 17 días.
Pusieron una enorme manta sobre la tribuna con la leyenda “Clausurado”.
Se le esfuman los recuerdos precisos de esa época pero con claridad dice que fueron 72 horas despierta en una primera tanda.
Se dividieron el trabajo de la toma de tribuna, inventaron consignas, cantaron, bailaron. Hoy nuevamente está lista. No le teme a desafiar el poder de un presidente. Tampoco teme ser espiada o que intenten denostarla.
Está consciente de que ya no son las mismas condiciones. La izquierda está dividida y el PRI está de regreso. Considera que no hay el mismo arrojo entre los partidos que se oponen esta vez como lo había hace cinco años. Pero ella sí está dispuesta. Le gusta el desafío.
“Yo ya estoy lista, voy a hacer lo que me pidan”, dice con el compromiso de un soldado.
Apenas este domingo López Obrador llamó a la defensa del petróleo con manifestaciones en las calles y en las Cámaras del Congreso para evitar la reforma energética.
Y para eso Layda se pinta sola. Tendrá que ser por este medio y no por la vía de los votos, pues ella solamente representa un solo voto. ¿Puede sólo una mujer impedir una reforma?
“Estamos convencidos, tienes que estar convencido de que esto no puede pasar. Tiene que haber un despertar. Porque el gobierno está coleccionando burradas y torpezas, y todo eso tiene que sacudir a la gente y va haber una reacción ciudadana muy fuerte que la van a pensar”.
-Tu traes dinamita, ¿estarías dispuesta a tronarla en el Senado?
“Yo estoy dispuesta a todo. A todo. Pero claro, nosotros traemos una estrategia. Lo que logramos en la Cámara fue una estrategia muy bien pensada y no hubo errores”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario