AUTOR: ARMANDO ESTROP.
Carlos Castañeda fue recluido 23 años en un psiquiátrico por querer matar al expresidente y cobrar venganza por el 2 de octubre. Hoy es un indigente que cuenta su historia en el documental “El paciente interno”
Un coctel explosivo.
El 2 de octubre de 1968 como paradigma de la historia moderna. La justicia divina. La represión de la Guerra Sucia y el trabajo periodístico para encontrar a los desaparecidos. La pantalla grande.
“El paciente interno” es un documental que registra el poder desmedido y la venganza iracunda de un presidente del régimen priista.
El 5 de febrero de 1970 Carlos Castañeda, con 29 años de edad, intentó matar al presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz. Quería vengarse por la masacre de estudiantes el 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco.
Falló.
El presidencialismo imperial estaba en su cénit. Sin juicio y sin expediente fue recluido en un hospital psiquiátrico durante 23 años.
Tuvieron que pasar 43 años para que se conozca su historia. Cuatro décadas para que el escandaloso silencio de su caso pueda ser visto por todos.
Hoy el fallido perpetrador es un indigente de la tercera edad que deambula por las calles de la colonia Cuauhtémoc en la Ciudad de México.
Para sobrevivir pide limosna.
Alejandro Solar Luna se dio a la tarea de registrar la historia. Inspirado por el nacimiento de su hijo y con el periódico La Jornada en sus manos, el director encontró la historia que le hacia falta contar.
En la película lleva al banquillo de los acusados a Gustavo Díaz Ordaz, al sistema de justicia, a los sistemas de salud mental, al poder, a la política, al ser humano.
Es una constante tensión ver y escuchar a quien intentó matar al presidente que ha pasado a ser de lo más negro de nuestra historia. Es un hecho desconocido para muchos porque la prensa de la época se encargó de que su destino fuera la ignominia.
El filme no es expiatorio para nadie. Sirve para reconocerse indignado.
Un testimonio del desbalance entre gobernantes y gobernados. De historias que aún pueden suceder. Es un registro de impunidades.
Visitando infiernos
Alejandro Solar Luna se convirtió durante cuatro años en Virgilio y visitó infiernos para poder llevar al cine de manera genuina un tema tan trillado y del que se ha escrito tanto.
Encontró una nueva forma de abordarlo.
Su película logró ser parte del programa de óperas primas del Centro de Estudios Cinematográficos (CUEC) y recibió apoyo de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Entrevistado en su departamento al sur de la Ciudad de México –en Mixcoac– el director nos recibe como quien recibe a un compañero de clase para una tarea por equipo. Entra y sale de un cuarto al fondo de un pasillo. Se calienta su comida y ofrece café.
Se nota relajado. Se pone un saco negro para darle seriedad al encuentro. La entrevista es en su comedor.
Mueve poco las manos y explica cómo su llegada al cine se dio primero pasando por la fotografía, una actividad heredada por su padre. Junto a una pequeña colección de aviones de Lego tiene los tres premios que ya ha ganado su película.
Los juguetes deben ser de Matías, su hijo, quien también tiene como instrumento musical una batería.
Estudió comunicación en la UNAM y todo lo que hacía era en formato de televisión o audiovisual. Su tesis fue un programa de televisión al que tituló “La ruta de la contracultura en México”. Después decidió estudiar dirección.
En una mañana de abril del 2004, con el café en una mano leyó en La Jornada un reportaje de Gustavo Castillo en el que uno de los desaparecidos políticos había pasado más de dos décadas encerrado en un hospital psiquiátrico.
Ese podía haber sido el destino de muchos de los que se inconformaron con el gobierno de Díaz Ordaz.
“Tengo que contar esta historia”, se dijo a sí mismo. Alejandro se considera más un científico social que un artista. Y con esa convicción usa la cámara.
Se sorprendió que tantos años después hubiera una persona que intentó matar a un presidente, que estuviera viva y deambulando en las calles como un indigente.
“Que hubiera un hombre en mi realidad, como esta especie de desaparecido, que estuviera ahí, vivo y sobre todo en esa condición. Porque los indigentes son invisibles, los vagabundos son invisibles para esta sociedad. Entonces que estuviera ahí, siendo invisible en nuestra realidad y que encarnara todo esto que tiene que ver con la memoria y el olvido, con las materias pendientes y con el estigma del 68”.
El cineasta no escapa a dar tintes heroicos a Carlos Castañeda. Le otorga el “don” que usamos los mexicanos para conferir respeto.
Como para la mayoría, el adversario del cineasta está en Díaz Ordaz. Lo cierto es que a diferencia de muchos mexicanos, Castañeda puede contar su historia usando nombre y apellido.
“Él pudo haber cambiado las cosas, este hombre tuvo la intención, la voluntad. Él es totalmente minimizado como ser humano. Él es un sobreviviente, él vivió para contarlo, él puede decir estoy aquí, él puede contar la historia, es como si se les hubiera escapado.
“Es un tema muy hablado, los estamos viendo hoy en día, se desvirtúa, hay una manera de desvirtuar el movimiento, está muy revuelto todo eso en ese sentido”.
Solar Luna habla sobre la perpetuidad a la que está destinada “El paciente interno”. Mientras exista impunidad el documental estará vigente.
“Díaz Ordaz se hizo responsable en la impunidad absoluta. Díaz Ordaz como don Carlos, en el sentido de su fe religiosa se martirizó, asumió las consecuencias de su acto y de ahí tomó fuerzas, esto es una teoría mía, para aguantar”.
El encuentro, otra película
Lo siguió durante días. Finalmente el director pudo concretar una entrevista con el personaje central de la película, quien deambula como indigente en el DF
El director del documental dice que no fue fácil dar con él. Se perdieron al menos cuatro oportunidades para un encuentro.
La primera ocasión acordó una cita a través de una persona que lo había visto, pero estuvo esperando más de 11 horas y nunca llegó.
Llegó al grado de que contrató una investigadora privada que sería parte de la película, pues la búsqueda resultaba infructuosa. La investigadora usaba de pseudónimo “Agente 99”, como la simpática compañera de Maxwell Smart.
Tras muchos intentos llegó la suerte y finalmente lo logró. Fue una catarsis total. La abogada Norma Ibañez, quien en 1993 había logrado –como parte de su tesis– sacar a Castañeda del centro psiquiátrico, fue la primera en contactarlo.
Solar Luna lo siguió durante horas a distancia -una secuencia desgarradora al final del documental- y al caer la noche se acercó a él. No podía siquiera creer que estaban frente a frente.
“Su consistencia emocional, incluso su consistencia física, su consistencia espiritual. Cuando yo lo conozco me doy cuenta que es un personaje que está por encima de su propia historia. De lo insólito de su historia, de todo lo que se ensañaron con él, como persona es además de una consistencia admirable”.
“Pasé de buscar a esta víctima del sistema y me doy cuenta que es un sobreviviente, que sobrevivió al atentado, sobrevive el psiquiátrico y sobrevive a la calle”.
Otro de los responsables, para el autor del filme, es Luis Echeverría. Si bien el documental no está enfocado en el sucesor de Díaz Ordaz, sí los responsabiliza de ejecutar la mayor parte de la sentencia, casi divina, impuesta a su atacante, que se le presenta como fanático religioso.
“El día que comete el atentado, el 5 de febrero de 1970, ya está destapado Echeverría; Díaz Ordaz está de salida. Él entra al psiquiátrico en junio de 1970, prácticamente a nada de que entrara Echeverría.
“Hasta qué punto Echeverría tiene que ver con esto, pues no era el objetivo de don Carlos. Pero era Secretario de Gobernación y la Dirección Federal de Seguridad era el brazo fuerte de la Secretaría de Gobernación”.
Fue tal la saña que para Carlos Castañeda se construyó un pabellón especial y único.
La muestra del poder sobre un ciudadano que atentó contra quien decía llevar las riendas del país. Alejandro buscó y buscó alguna orden o archivo que tuviera una justificación científica, médica o técnica de las razones de un lugar de aislamiento específico para un paciente, pero nunca la encontró.
“Yo investigué a ver de dónde venía, quién lo había diseñado, en los anales de la Secretaría de Salud no hay nada y el mismo psiquiatra lo dice: no está dentro del esquema terapéutico un pabellón psiquiátrico de ese tipo, eso no es psiquiatría, eso no es rehabilitación”.
Intento de asesinato y encierro
> El 5 de febrero de 1970 Carlos Castañeda de la Fuente decidió que durante el desfile del Día de la Constitución, mataría al presidente Díaz Ordaz por haber causado la muerte de muchos católicos en los sucesos del 2 de octubre de 1968. Armado de una Lugar que compró en 900 pesos, se apostó en el Monumento a la Revolución a las 10:45 de la mañana.
Vio que demasiada gente rodeaba al presidente y se movió al cruce de Insurgentes y Gómez Farías, en donde se iniciaría el desfile. No vio pasar el automóvil del presidente, pero sí el del secretario de la Defensa, Marcelino García Barragán, quien según su juicio, era también causante de la muerte “de muchos católicos muertos el 2 de octubre”.
Se le trabó la pistola sin llegar a lograr su objetivo pero fue detenido por el Estado Mayor Presidencial y trasladado a un museo de la colonia Juárez, después a la Dirección General de Seguridad y al Campo Militar Número 1. Sufrió torturas en los tres sitios y solo declaró que quería matar a los causantes de la muerte de los católicos.
> El 15 de julio de 1970 lo mandaron al hospital psiquiátrico campestre “Doctor Samuel Ramírez Moreno” acusado de tentativa de homicidio y confinado en un cuarto de dos por dos metros en el “Pabellón 6”, espacio creado exclusivamente para pacientes que se encontraban bajo resguardo federal.
Lo declararon con problemas mentales por sus declaraciones: ‘’Con base en los hechos anteriormente relatados y bajo el razonamiento de que en México, el 90 por ciento de la población es católica, entonces murieron muchos católicos esa noche, y yo debería vengarlos”, declaró Castañeda al siquiatra Horacio Trujillo.
Cronología basada en las entrevistas de Roberto Zamarripa publicada en 1993 en el semanario Proceso, y otra entrevista, realizada en el 2004 por Gustavo Castillo García, publicado en La Jornada.
El mismo escenario, 45 años después
En su casa tiene un librero con una enciclopedia del Che Guevara y por el lomo de los libros se puede ver que no tienen la secuencia correcta. Hay libros de cocina, de Picasso, y como si estuviera estacionado en batería uno más, uno de ilustraciones del pintor austriaco Egon Schiele.
En el piso de la sala hay un disco compacto de la serie Boardwalk Empire, de Martin Scorsese.
“En primer lugar el género. La ficción tiene un star system, tiene actores, tiene glamour y tiene tal. El documental no. Eso siempre marca una diferencia si ves el cine como un espectáculo. Si ves el cine como una manifestación de cultura, por supuesto es un reflejo de un país que tiene el alto índice de analfabetismo que tenemos”.
Es una triste congruencia de nuestra realidad, insiste. Y es por eso que él no se pelea con esos números y realidades.
“Los exhibidores tratan muy mal al cine mexicano porque hay muchos intereses de por medio”.
Sin embargo confía en que la película irá teniendo buena recepción por la publicidad de boca a boca. Insiste en que la verdadera lección para él –y podrá ser igual para los espectadores– es descubrir de lo que puede ser capaz un partido-estado como lo fue el PRI, que ahora gobierna nuevamente.
“Desde el 3 de octubre hubo denuncias, y ha habido 45 años de impunidad y fueron las bases también de que la sociedad podía tener cohesión y fuerza y por otro lado la represión absoluta y las atrocidades de las que puede ser capaz un partido-Estado”.
Y recuerda los paralelismos que hubo en redes sociales entre quien era presidente en 1968 y el actual mandatario durante la campaña electoral.
“En las elecciones de 2012 hubo asociaciones entre Díaz Ordaz y Peña Nieto por Atenco. Este año son los maestros, el año pasado fueron los estudiantes del Yo soy 132, y pues qué sigue”.
De pronto reconoce que fue fundamental que el PRI no gobernara para poder realizar el documental. Insiste: “Mientras haya impunidad este documental estará vigente”.
Y precisamente en estos días se discute la impunidad con la que presuntos anarquistas protestaron el pasado 2 de octubre. Las organizaciones de derechos humanos discuten la impunidad con la que actuó la policía ese mismo día.
Los ciudadanos se enojan por la impunidad con la que los maestros de la CNTE bloquearon avenidas. Los maestros, de la impunidad con la que se hicieron las reformas educativas.
Y mientras la impunidad sigue y las quejas sobre ella se mantienen, en las calles de la Ciudad de México camina un hombre que hace 45 años vio el mismo escenario que vemos hoy.
Tras 23 años de encierro salió para ver que las cosas no han cambiado del todo.
Alejandro Solar se hace una pregunta constantemente. Le taladra el pensamiento.
“Uno de los grandes enigmas es ¿por qué no lo mataron? Si era la usanza de la época”.
Estrenan el documental
“El paciente interno” se estrenó el 3 de octubre en la Cineteca Nacional. La sala estuvo llena.
El director Alejandro Solar Luna invitó a la abogada Ibañez, al periodista Gustavo Castillo y a todo el equipo de producción.
La función terminó con un aplauso y muchos nudos en las gargantas. Al día siguiente fue el estreno comercial en sólo 15 salas. Gran diferencia a la película de moda, “No se aceptan devoluciones”, hecha por el comediante Eugenio Derbez, y que tuvo mil 500 copias en su estreno.
Alejandro Solar no se inmuta con estos números. Ni siquiera frunce el ceño o hace muecas. Los acepta y hasta los explica.
“Son pocas a secas. Hay casos peores”.
A él le alegra que ayer “El paciente interno” haya sido presentado en las salas Étoile Lilas en París como parte de un festival de cine mexicano que se organiza en la capital francesa.
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