AUTOR: MARCELA TURATI/ EZEQUIEL FLORES.
En una de las zonas más pobres del país, miles de damnificados son convocados por la Sedesol y el gobierno de Guerrero al reparto de despensas. Los titulares de ambas instancias, Rosario Robles y Ángel Aguirre, saben que asistirán los que puedan, y preparan su discurso: ellos siempre han estado atentos a las zonas afectadas por los ciclones, la ayuda repartida alcanza para todos y los programas para pobres tienen prácticamente saturada la entidad con recursos públicos. Pero muy distinta es la realidad de la región de La Montaña que describen los habitantes y los presidentes de sus municipios…
A cada petición de los damnificados, la titular de la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) estira la cobija de los programas ya existentes para los pobres. Si solicitan refugio, la receta es que acudan a los albergues para niños de la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI).
Si hay hambre porque los víveres no llegan, ahí está ya el maíz de Diconsa. Si se teme a las enfermedades, menciona a los médicos de la Secretaría de Salud. Dicta desde el mundo ideal de la teoría lo que en la vida real no se ve por ningún lado.
A unos metros de donde se realiza el encuentro de Robles y el gobernador Ángel Aguirre con los habitantes de este municipio mixteco, clasificado como el más pobre del país, las tres cocineras del único Comedor Comunitario de la estrategia contra el hambre en esta cabecera hierven en plena calle un sartén lleno de agua, sobre una pira de ocotes que despide humo denso. No tiene ingredientes, en estos días están escasos. Tampoco hay mesas, platos o sillas ni se ven sartenes. Lo que sí se ve es mucha hambre.
“Falta agua, atún, arroz, sardina, mayonesa, jugos, Maicena, frutas, chile, verduras, ya casi no hay Minsa ni frijol, sufrimos para conseguir agua”, dice la señora Concepción Flores Francisco. Otras dos señoras asienten.
“Falta todo: comal, olla, cacerolas, cucharas, tortilleras, estufa de tres quemadores, leña, despensa, gente que ayude… Había todo cuando nos vinieron a enseñar los soldados, pero estuvieron una semana nada más y cuando se fueron se llevaron sus trastes y estufa, porque todo era de ellos”, agrega la cocinera Guadalupe García García, una de las “voluntarias” asignadas a la fuerza por la comunidad para esa labor.
Desde fines de agosto, cuando se fueron los soldados del Plan DN-III-Social –como bautizó la Sedesol a las visitas de los militares que durante varias semanas enseñarían a las mujeres de todas las comunidades a cocinar sanamente– es una proeza mantener el comedor funcionando.
Este 2 de octubre las cocineras están tan concentradas en atizar la lumbre rebelde que no se enteran de que el alboroto en el auditorio de enfrente es por la visita de Robles, su patrona, la mujer encargada del programa para el que ellas trabajan gratis y a diario, desde las cuatro de la mañana hasta las cinco de la tarde, amasando cada una 10 kilos de tortilla, acarreando agua limpia, cortando, picando, pelando y sazonando ingredientes, cuando hay, para darles desayuno y comida a 500 niños y ancianos.
Por más damnificados que se digan, los adultos no tienen permiso de servirse. Aunque Robles invite a todos a comer ahí, la comida no alcanza.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1927, ya en circulación)
A unos metros de donde se realiza el encuentro de Robles y el gobernador Ángel Aguirre con los habitantes de este municipio mixteco, clasificado como el más pobre del país, las tres cocineras del único Comedor Comunitario de la estrategia contra el hambre en esta cabecera hierven en plena calle un sartén lleno de agua, sobre una pira de ocotes que despide humo denso. No tiene ingredientes, en estos días están escasos. Tampoco hay mesas, platos o sillas ni se ven sartenes. Lo que sí se ve es mucha hambre.
“Falta agua, atún, arroz, sardina, mayonesa, jugos, Maicena, frutas, chile, verduras, ya casi no hay Minsa ni frijol, sufrimos para conseguir agua”, dice la señora Concepción Flores Francisco. Otras dos señoras asienten.
“Falta todo: comal, olla, cacerolas, cucharas, tortilleras, estufa de tres quemadores, leña, despensa, gente que ayude… Había todo cuando nos vinieron a enseñar los soldados, pero estuvieron una semana nada más y cuando se fueron se llevaron sus trastes y estufa, porque todo era de ellos”, agrega la cocinera Guadalupe García García, una de las “voluntarias” asignadas a la fuerza por la comunidad para esa labor.
Desde fines de agosto, cuando se fueron los soldados del Plan DN-III-Social –como bautizó la Sedesol a las visitas de los militares que durante varias semanas enseñarían a las mujeres de todas las comunidades a cocinar sanamente– es una proeza mantener el comedor funcionando.
Este 2 de octubre las cocineras están tan concentradas en atizar la lumbre rebelde que no se enteran de que el alboroto en el auditorio de enfrente es por la visita de Robles, su patrona, la mujer encargada del programa para el que ellas trabajan gratis y a diario, desde las cuatro de la mañana hasta las cinco de la tarde, amasando cada una 10 kilos de tortilla, acarreando agua limpia, cortando, picando, pelando y sazonando ingredientes, cuando hay, para darles desayuno y comida a 500 niños y ancianos.
Por más damnificados que se digan, los adultos no tienen permiso de servirse. Aunque Robles invite a todos a comer ahí, la comida no alcanza.
(Fragmento del reportaje que se publica en Proceso 1927, ya en circulación)
No hay comentarios:
Publicar un comentario