AUTOR: CARLOS ACOSTA CÓRDOVA.
La reforma hacendaria aprobada por la Cámara de Diputados el viernes 18 no dejó satisfecho a nadie, ni al proponente. Los legisladores le dieron la vuelta a varios puntos de la iniciativa y no sólo enconaron las divisiones entre bancadas sino que recortaron las previsiones del Ejecutivo y se ganaron el rechazo del empresariado, pero sobre todo de la ciudadanía cautiva, la que acabará pagando (con insuficiencia) el previsible hueco petrolero.
Más allá del saldo, que a nadie dejó satisfecho, quedaron retratados todos los actores enfrascados en esta guerra sin cuartel.
Un gobierno acorralado que debió ceder y conceder por culpa de una Secretaría de Hacienda soberbia, la cual actuó con sigilo, encerrada, sin consultar ni a sus pares a la hora de elaborar la reforma fiscal –agresiva en extremo–, no previó efectos colaterales, trataba igual a los desiguales y al final quedó achatada y recaudará menos de lo muy poco que esperaba.
Un sector empresarial movilizado como hacía mucho no lo hacía; cuyos sectores –prácticamente todos– se irritaron ante la amenaza a sus privilegios; gastó dinerales en los medios para ventilar sus quejas contra la “agresión” del gobierno; y copó con cabilderos, billete en mano, oficinas públicas y legislativas para negociar cambios en las leyes que lastimaban los intereses de sus patrones.
Un PRI que sin necesitarlo, pues sólo requería una mayoría simple en la Cámara de Diputados, se vio obligado –ante la soberbia de Hacienda– a recurrir al auxilio del PRD para sacar adelante la reforma.
Un PAN montado en el berrinche que quiso cobrar cara su alianza al PRI pero terminó perdiendo: dividido, chiquito, gritando a solas. Se opuso a casi todos los puntos de la reforma fiscal pero nunca con argumentos sólidos ni apoyos –sin unidad partidista– y sí, más bien, con ánimo de venganza.
El PRI frenó la reforma fiscal de Vicente Fox en 2001, aquella que proponía IVA en alimentos y medicinas y compensar a los pobres –“completito y copeteado”– por la vía del gasto social.
Además hizo chiquita e intrascendente la reforma energética de Felipe Calderón en 2008; paró en seco la “contribución contra la pobreza”, un impuesto generalizado de 2% al consumo que propuso el panista a fines de 2009, se lo cambió por el incremento al IVA de 15% a 16% y puso todas las trabas para que los gobiernos panistas no sacaran sus propuestas económicas.
Quiso cobrárselas el PAN pero se quedó aislado, gritando al viento, chillando, acusando de “mercenarios” a los perredistas que se aliaron al PRI.
(Fragmento del reportaje principal que se publica en Proceso 1929, ya en circulación)
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