FUENTE: PROCESO.
AUTOR: MARCELA TURATI.
TLAPA, Gro. (apro).- Escríbale ahí: “Estamos luchando por la reubicación de nuestro pueblo porque la tierra se está yendo. Estamos luchando en beneficio del pueblo, que el gobierno nos dé una casa que sirva un tiempo, que sirva para nuestros hijos, que no nos engañe otra vez porque ¿para qué da casas que no sirven?”.
La que dicta la petición es Natividad Gregorio Avilés, una damnificada, quien sobrevivió a las lluvias que durante las fiestas patrias que taladraron las casas de su pueblo, el piso, los caminos y los montes aledaños.
El día del Apocalipsis en El Tepeyac, su pueblo, ubicado en el municipio de Malinaltepec, ella con su esposo y sus seis hijos se refugiaron en el mercado pero al escuchar el rugido del río se fueron con todos al cerro, a acampar a un lado del camino roto, sin comida, bajo un tendedero de plásticos que no ahuyentaba el frío de los huesos. Salió hasta que Protección Civil los rescató y los reinstaló en una escuela convertida en albergue en este que no es su municipio.
La experiencia de ser damnificada le resulta familiar. En marzo del año pasado un temblor de 7.4 grados zangoloteó las casas de adobe de su pueblo hasta partirlas como piñatas. Natividad esperó varios meses para estrenar nueva casa, una de las viviendas que prometieron la Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol) federal y el gobierno de Guerrero, y que durante la tormenta reciente resultaron ser las primeras damnificadas.
“Durante este huracán que llegó las primeras que se empezaron a derrumbar fueron esas casas, quedaron todas volteadas, las que no se cayeron quedaron movidas”, dice la mujer desde el albergue lleno de niños, mujeres y ancianos, pues los hombres se quedaron en la comunidad, en espera de que lleguen técnicos que aprueben la reubicación que han solicitado desde 2007, años antes de que el gobierno les reconstruyera sus casas en los mismo terrenos endebles.
Su casa formó parte del que el extitular de Sedesol del gobierno de Felipe Calderón, Heriberto Félix, llamó “el mayor programa de reconstrucción de vivienda en el país”, que levantaría casas prefabricadas — “antisísmicas y sustentables”– entre cuyos atributos constaba que podían ser levantadas en cinco días y soportaban movimientos telúricos y vientos.
“Estas viviendas sustentables de 60 metros cuadrados y 2.74 metros de altura fueron aprobadas por los Comités Ciudadanos de Transparencia (…) los muros son de PVC con relleno de concreto premezclado y perlas de poliestireno, lo que permite que la vivienda sea térmica y disminuya entre un 36 y 42% la temperatura exterior”, indicaba el comunicado oficial.
En los tiempos de las promesas para los damnificados Natividad se sentía contenta. “Al principio, cuando el terremoto, nos emocionamos mucho cuando nos dijeron que nos iban a dar vivienda, las veíamos bonitas, pensábamos que las nuestras se iban a terminar de caer. Era nuestro sueño. Como me dijeron que tirara mi casa vieja la tiré. Pensábamos que iban a ser de block, de algo que iba a servir, pero vimos que eran de panel, nos fuimos dando cuenta que eran muy falsas, no tenían plataforma, dejaron medio metro de varilla y empezaron a revocar encima, y ya no nos gustó pero pensábamos que es segura porque por eso el gobierno nos lo da”, dice mientras en el salón de enfrente unos militares preparan la cena y niños y niñas se ríen con un mimo que llegó a animarlos.
Su sueño empezó a gotear junto con las primeras lluvias.
“Empezaron a gotear, los señores le pusieron lámina arriba para que no gotee adentro. Compramos selladores, usamos cera donde absorbe agua para mantener seca, luego mucha gente se empezó a tapar con nailon porque esa obra no sirve. Y vemos con estos huracanes que muchas se empezaron a derrumbar”.
Otras mujeres a su alrededor, y un líder de la comunidad, escuchan la experiencia de Natividad y dicen que lo mismo les pasó a los demás. Algunos no siquiera pudieron estrenar las casas prometidas porque la constructora, además de que dilató más meses de los contemplados, dejó varias inconclusas.
“Las casas de adobe sí servían bien. Las viviendas que nos dieron no se hizo completa, un 30% no hay terminadas, faltan puertas, ventanas, instalaciones de luz y la loza de arriba. El techo que queda ya no sirve, gotea”, dice el segundo comisario del pueblo, Eliseo Castañeda Ambrosio.
Él estima que de 54 viviendas construidas por el gobierno unas 30 quedaron inservibles tras la tormenta tropical “Manuel”. Sólo quedaron de pie las que estaban construidas sobre “tierra con fuerzas” aunque siempre están encharcadas.
Los mirones que escuchan la charla dicen que las casas de adobe resistían hasta 25 años, las nuevas apenas alcanzaron a cumplir un año.
“El inicio de la casa es piso abajo y la pared puro panel de unicel. No resisten. El techo, la loza es muy delgado, de cinco centímetros, Se cuartean del techo, de ahí gotean desde que terminó la lluvia en mes de julio. Es casa, casas mal hechas, son mala calidad, pues, según costaron 120 mil pesos cada casa”, agrega.
Este hombre que funge en el albergue como líder de la comunidad dice que en 2007 avisaron al gobierno que se estaba cuarteando la tierra pero nunca los reubicaron. Después del temblor del 2012 el gobierno reconstruyó sus casas en el mismo sitio donde se derrumbaron.
“Vinieron los de Protección Civil y unos señores de México que estudiaron la tierra, y dijeron que ya no se puede vivir ahí. No hizo caso el gobierno. Construimos ahí y ya se cayó”.
Los relatos de la destrucción recuerdan al Juicio Final. Los pobladores narran cómo “la comunidad se deshacía en pedazos”, “la tierra se abría”, “el agua bajó con todo”, “tierra por acá, derrumbes por acá, era algo increíble que no habíamos pasado es una comunidad de años”, “no podíamos salir porque estaban deshechos, derrumbados los caminos”, “tuvieron que venir a rescatarnos”. A pesar de los daños, nadie falleció durante la tragedia.
“Aunque desde 2007 se hizo estudio de Protección Civil de que era zona de alto riesgo, hicimos un trámite ante el gobierno estatal y federal para la reubicación pero muy poco caso nos hicieron. Por eso hasta hoy, si Dios da licencia, queremos la reubicación para no vivir pegados al cerro que está cuarteado”, dice la señora Felícitas Santiago Vargas, una de las convidadas a la charla.
Ella también sobreviviente de las casas de a mentiras, casas con materiales pobres para los pobres, casas de segunda que el presidente y el gobernador les habían “regalado” y que presumen en sus informes como acciones en beneficio para los más necesitados.
“Esas casas que nos dieron resultaron defectuosas porque desde las primeras lluvias parecen coladeras, todo está construido de panel, de alambre y por fuera se revocan con un poco de agua. No detienen el agua. Quedaron siete casas por construir, el material ya se había echado a perder. Con las lluvias toda la tierra que vino se llevó el panel. No sirvieron, quedamos como antes”.
“Recién estrenadas, las que sí fueron terminadas porque otras faltaron por terminar, no les pusieron lavaderos, a algunas les faltan puertas y ventanas. Le reclamábamos al señor Félix, el que las estaba construyendo, que venía de Chilpancingo, pero nos engañaba con impermeabilizar para ir tapando la azotea de las cuarteaduras, pero nos duró dos días sellado y siguió rompiéndose”, dice.
Hasta el momento esta es la primera denuncia que se presenta por la mala calidad de las 22 mil viviendas que los gobiernos federal y estatal construyeron para los damnificados del sismo.
La titular de Sedesol estatal, Beatriz Mojica, ha señalado que el gobierno federal aún adeuda los recursos del Fondo Nacional para Desastres Nacionales (Fonden) que iban a ser destinados a la reconstrucción de viviendas de los temblores de marzo del año pasado. No queda claro quién construyó esas viviendas, pues la publicidad de los gobiernos federal y estatal se adjudica la ayuda.
Todavía en marzo de este año, al cumplirse el primer aniversario del temblor, la Secretaría de Desarrollo Urbano y Obras Públicas de Guerrero señaló que podría ser hasta mayo que terminaran de construir las viviendas porque Sedesol federal iba retrasado.
“A pesar de que al gobierno le costó caro construir nuestras casas es un desperdicio de dinero porque no fueron hechas como debieron, y así no sirven porque fácil se lo lleva la tierra que al caer tumbó el panel que no tiene refuerzo, que lleva cuando mucho tres varillas con ladrillo, todo con esas varillas de armex que nomás encajan sobre la base de cemento y nomás embarran con revoque y medio pintan. Se lo llevó porque estaba hueco, de por sí, el agua salía quién sabe cómo por dentro del panel. Y ya nos quedamos sin nada”, continúa Felícitas, quien es madre de siete. Algunos ya están en el comedor cenando.
La noche de la tormenta, cuando la lluvia arreciaba, su familia al igual que otras se refugiaron a las antiguas casas de adobe, las que cuarteó el sismo. Otras, las que habían derrumbado sus anteriores viviendas, corrieron al mercado.
“Cuando nos asomamos las casas nuevas ya estaban tiradas, las que quedaron paradas están chuecas, ya no se puede vivir ahí”, dice, resignada.
Las mujeres explican que si no hay varones en el refugio es porque ellos se quedaron en la comunidad, pasando fríos y hambre, acampando a la intemperie, con el fin de llamar la atención para que, ahora sí, les hagan caso y los reubiquen. “O nos salvamos juntos o nos morimos juntos, no nos queremos separar”, agrega Natividad.
Esta mujer damnificada dos veces continúa entonces con su dictado: “Anótele ahí y escriba que queremos que el gobierno si pudiera baje personalmente que vea con sus propios ojos para que se dé cuenta de la realidad y nos ayude a reubicar. Esta lucha es en beneficio del pueblo, porque la tierra se está yendo, está bajando, y queremos algo que dure para nuestros hijos”.
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