FUENTE: REVOLUCIÓN 3.0
AUTOR: ANTONIO JIMÉNEZ.
El pasado 20 de noviembre, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) canceló, después de 72 años de celebración, el desfile de la conmemoración de la Revolución Mexicana.
El único evento que se realizó fue un breve desfile militar –organizado de manera apresurada en la madrugada del mismo día- y una plana ceremonia de ascensos a las fuerzas armadas, todo ello bajo un fuerte cerco del Estado Mayor Presidencial que separaba a la ciudadanía del acto cívico.
Este hecho ha cimbrado de manera violenta la identidad del priismo y ha develado que en la actualidad el PRI es un partido carente de principios, de ideología y que sólo se respalda en la retórica vacía y la demagogia absoluta.
Y es que el origen primario del priismo es, en esencia, la Revolución, aquella que duró más de diez años y que dejó más de tres millones de muertos. Una Revolución que se gestó en la búsqueda de la justicia y el bienestar social y que entregó como fruto, en 1917, un pacto político que instituía derechos sociales para todos los mexicanos.
La Revolución permitió, de alguna manera, una transición madura después de tantos años de un gobierno ininterrumpido. Los años posteriores se vieron marcados por el intento de construir un Estado sólido y con identidad nacional.
El viejo régimen priista, a diferencia de lo que actualmente es el PRI, sabía de la importancia de preservar los mitos construidos durante la Revolución pues era una manera de consagrar un nacionalismo fuerte y de cohesión social.
Con el paso del tiempo, la educación, la cultura y el conocimiento científico se convirtieron armas rectoras para el proyecto de Nación.
El gobierno hacía un esfuerzo monumental por enviar a los maestros a las comunidades más alejadas para la formación educativa y política de la población y, ante esta demanda, se construyeron Escuelas Normales, espacios de formación magisterial crítica.
La producción petrolera requería científicos y no se dudó en ningún momento en la construcción de escuelas, que además eran para los hijos de los trabajadores, como el Politécnico Nacional.
La cultura catapultó a México a nivel internacional. Se construyó una industria cinematográfica envidiable, que después del petróleo era el sector que más aportaba a la economía del país, y lo mismo sucedía con la pintura, con la literatura, la música y todas las bellas artes.
La cultura se concebía como parte inalienable del proyecto político y, por tanto, tenía que aportar a la consolidación de la identidad nacional y los artistas sabían que no había otra manera de hacerlo si no se ponía como vanguardia el discurso revolucionario, un discurso naturalmente poderoso.
Todo lo anterior fue producto de la Revolución y es parte de nuestra memoria histórica.
No obstante, esas son historias que ya han sido desdibujadas de los ideales del priismo desde hace algunos años y que hoy el partido asume con burda violencia.
Ya no es el partido nacionalista orgulloso de los principios ideológicos de la Revolución Mexicana y mucho menos un partido comprometido con la voluntad del pueblo, principio y sustento de la organización política de la sociedad en el Estado.
Ahora, el PRI asume con responsabilidad y ética la plena incongruencia entre sus documentos fundacionales y su práctica política.
En contraposición a los años posteriores a la Revolución, el nuevo priismo exige no regresar al pasado, propiciando el olvido.
Exige recortes a la cultura para alcanzar la prosperidad.
Exige el hostigamiento a los maestros y la desaparición de la educación pública como condiciones de modernización de país.
Aprueba reformas en sentido contrario del bienestar social, contribuyendo a la expansión de políticas oligárquicas y neoliberales.
Finalmente, para mover a México pretende despolitizar la iconografía histórica y de resistencia que le da sentido a la vida de nuestro país.
Hoy, se ha de saber, que la Revolución es solo para el PRI una memoria incomoda que tiene que ser inoculada y desaparecida.
Pero también se ha de saber que en 1910 no había bienestar social y existía una concentración del poder económico y político en pocas manos, lo que ocasionó la polarización de la población en un pequeño grupo de privilegiados muy rico y una mayoría extremadamente pobre, un caldo de cultivo perfecto donde se asumió el derecho de la Rebelión.
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