FUENTE: PROCESO.
AUTOR: JOSÉ GIL OLMOS.
ANTÚNEZ, Mich. (apro).- El rancho se llama La Ilusión, pero bien se podría llamar “el edén” porque está rodeado de toronjales, cientos de hectáreas de frondosos árboles de aguacate, canales de agua cristalina y amplias zonas verdes, donde Efraín Isaac Rosales, El Tucán, jugaba con sus animales, cuyos nombres están grabados en las puertas de cada caballeriza: El Amoroso, El General, El Gladiador, El Dandi y El Profeta.
La construcción tiene una licencia de funcionamiento con número 00446 a nombre de Custodio Romero Núñez y fue otorgada por la presidenta municipal Lucila Barajas Vázquez.
La finca esta bardeada sin necesidad, pues nadie del pueblo se atrevía a pasar sus muros detrás de los cuales seguramente había fiestas memorables.
El rancho está construido en lo alto de una pequeña loma desde donde se ve un horizonte verde de sembradíos de aguacate en líneas perfectamente definidas que se pierden a la vista.
A pesar del calor, el inmueble tiene una frescura que le da el material de cemento y mármol en el piso que soporta la casa de dos niveles con una terraza para observar la puesta del sol.
Los colores blancos de las paredes contrastan con las vigas de madera. Bien podría lucirse para la venta como una casa de estilo californiano en el mercado inmobiliario de cualquier país del primer mundo, sobre todo si se miran sus interiores, ocupados por muebles de madera color chocolate, baños con puertas de cristal niquelado, recamaras king size con aire acondicionado, cocina súper equipada y sillones en piel.
No hay nada que identifique mejor a su dueño que una figura de un tucán de colores en la entrada y, un poco más en el fondo, sobre una mesa, tres monos de metal en posiciones que bien podrían ser el lema de Los Caballeros Templarios: “No veo”, “no oigo”, “no hablo”.
A un costado del inmueble hay otra pequeña construcción circular. Se trata de otra casa con sillones confortables hechos también de piel, baños inmaculados, televisiones de pantalla gigante, aire acondicionado y una cocina con estufa y refrigerador de importación. Todo nuevo, todo de lujo.
No lejos de ahí, a unas cuantas calles de este pueblo de la Tierra Caliente, exactamente a un costado de la iglesia de la Virgen de Guadalupe, El Tucán tenía su casa familiar.
A la entrada de la cochera, como si descendiendo del auto o camioneta se pudiera nadar, se encuentra la piscina dividida en dos con un fondo de pequeños azulejos.
El calor imperante era mitigado ahí con chapuzones frescos en agua cristalina.
La casa de color amarillo crema –similar al de la iglesia con la que comparte las paredes–, de dos niveles, construida sobre una esquina, se distingue de las casuchas de láminas de cartón que tiene como vecinas.
Las cortinas son de gamuza roja, los muebles de madera color chocolate, hay tres recámaras con aire acondicionado y dos baños con puertas de cristal en entintado verde.
Además, un comedor con sillas de piel, lo mismo que los sillones reposet. Las televisiones ya no estaban y tampoco la ropa.
Cuando las autodefensas entraron a la casa el viernes 10 ya no había nadie. El Tucán y su familia habían “volado”.
Aun así, a pesar de que la construcción de lujo ya está abandonada, cuando los pobladores pasan cerca de ella la observan con miedo, no quieren ni voltear.
Es el templo de la riqueza de uno de los líderes de Los Templarios, quienes hicieron su riqueza de la extorsión, el tráfico de drogas, los secuestros y el cobro de impuestos hasta que llegaron las autodefensas.
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