AUTOR: TÉMORIS GRECKO.
ESTAMBUL.- A Enrique Peña Nieto le tocó vivir un día histórico para Turquía, al lado nada menos que del presidente de ese país, Abdulá Gül. Fue una ocasión tan singular que los medios humorísticos turcos no la dejaron pasar…
Tras señalar que en 85 años de relaciones binacionales era la primera vez que un mandatario de México visitaba su país, le atribuyeron a Peña Nieto, en tono de broma, estas palabras: “¡Qué divertido! Tendré que venir más a menudo. En un solo día, treinta y pico arrestados, bombas, caen dos helicópteros, un reportero secuestrado y una persona se prendió fuego frente al Parlamento. Nunca había estado tan emocionado… Tal vez la última vez fue cuando Hugo Sánchez jugaba futbol”, se leyó en el diario en línea Zaytung.com.
El periódico digital no mencionó lo que ocurría detrás de esos hechos: El feroz enfrentamiento entre el primer ministro, Recep Tayip Erdogan, y el influyente clérigo musulmán Fetulá Gülen. La omisión no es sorpresiva: Turquía es el país que más periodistas encarcela (40 hasta el jueves 26, por encima de China e Irán), sea por investigar a personajes del poder o por tratar asuntos “delicados”.
Erdogan y Gülen eran, hasta hace poco, aliados políticos. Su alianza fue tan efectiva que logró desmontar el régimen semimilitar que rigió a la República turca desde su fundación. Lo desmantelaron, pero ellos mantuvieron un sólido control sobre las instituciones políticas y económicas. Y es que Gülen es líder de la autodenominada “Comunidad”: una nebulosa red de personajes que ocupan puestos clave en la política, la judicatura, la policía, la educación y la iniciativa privada.
A partir del martes 17, cuando Peña Nieto aún se encontraba en la capital Ankara, la policía realizó una serie de operativos simultáneos –derivados de tres procesos “independientes entre sí”– para arrestar a 52 personas. Entre ellas se encontraban los hijos de tres de los ministros más importantes del gabinete de Erdogan: Maummer Guler, de Interior; Zafer Caglayan, de Economía, y Erdogan Barayktar, de Medio Ambiente. También fueron aprehendidos Suleyman Aslan, director del Halk Bank (el banco estatal); Alí Agaoglu, magnate del ramo de la construcción, y Mustafa Demir, alcalde de Fatih, municipalidad de Estambul y miembro del partido oficial. Todos fueron acusados de corrupción.
El operativo no concluyó ahí: La policía descubrió que el banquero escondía en el sótano de su hogar, en cajas de zapatos, 4.5 millones de dólares en efectivo, y que el vástago del ministro de Interior guardaba otro millón de dólares. Fue un golpe directo al círculo cercano del primer ministro.
Esto no afectó al presidente, Abdullah Gül –cuyo papel constitucional es casi simbólico, pues el que manda es Erdogan–, quien pudo invitar a sus huéspedes mexicanos, esa misma noche del martes 17, a cenar al Palacio de Chankaya. Las dos parejas disfrutaban sus platillos mientras la respuesta de Erdogan caía como una tromba: Tras asegurar que todo se trataba de un complot internacional, no contra él sino contra Turquía, ordenó la destitución inmediata de 29 comandantes y jefes policiacos involucrados en las detenciones, así como el reemplazo de varios fiscales. Una semana después, la purga alcanzó a unos 550 agentes policiacos en todo el país.
“La única forma de explicar que el ministro de Interior despida a los jefes de policía de una investigación sobre su propia familia es que quiere obstruir la evidencia”, considera Corai Chalishcan, politólogo de la Universidad Bogazici, de Estambul. “Erdogan cree que el pueblo turco no es muy listo”.
El intercambio de golpes fue el principio de días abundantes en sacudidas y sorpresas, que podrían anunciar el declive de Erdogan después de casi 12 años de ser el hombre fuerte de Turquía. Él es un luchador temible ubicado en el bando de los rudos, que en vísperas de un año electoral se enfrenta con uno de los suyos: Gülen, otro rudo que está sumamente enojado: Por primera vez en su vida –según sus seguidores– emitió públicamente una maldición: “Que Dios lleve fuego a sus casas”.
Corrupción omnipresente
Estambul es una ciudad dividida en dos por el Estrecho de Bósforo. La mitad está en Europa, donde la plaza Taksim y el parque Gezi atrajeron la atención mundial en junio pasado, cuando fueron el centro de una protesta que llegó a todo el país. En el lado asiático está la plaza de Kadiköy, donde los grupos que se oponen a grandes proyectos urbanos –que destruirán miles de hogares y áreas verdes– convocaron a un mitin el pasado domingo 22.
Los escándalos de corrupción le dieron mayor contenido a las protestas: a las personas disfrazadas de árboles se sumaron muchas otras con carteles alusivos a los hoy procesados.
El nuevo objeto-símbolo que muchos portan son cajas de zapatos, como las usadas por el banquero Aslan para esconder una fortuna en dólares. Tamborilean sobre ellas, les sirven para construir pequeñas pirámides, las representan en dibujos que caricaturizan al primer ministro.
El eslogan favorito del movimiento –“En todos lados está Taksim, en todos lados hay resistencia”– fue modificado de esta forma: “En todos lados está el AKP (Partido de la Democracia y el Desarrollo, al que pertenece Erdogan), en todos lados hay corrupción”.
“Es una banda de ladrones que no puede seguir gobernando”, afirma Pelin Demiryi, un activista de 26 años que sostiene un cartel que reza: “AKP, saca tus sucias manos de nuestros bolsillos”.
El domingo 22 las autoridades desplegaron a cientos de agentes antimotines y varios toma, como llaman aquí a los pesados camiones que disparan contra los manifestantes agua a alta presión, adicionada con productos químicos que provocan irritación y ardor.
El gas lacrimógeno se acumuló en el área y obligó a clientes y empleados de la vecina zona comercial a escapar. Turquía es tal vez el país que con mayor frecuencia utiliza gas lacrimógeno en contra de manifestantes, lo que le ha ganado al primer ministro el mote de Gasman.
En su propaganda, el AKP se promueve como el “partido blanco” (AK Party), en referencia a la pureza. De hecho, Erdogan ganó la primera de tres elecciones generales consecutivas en 2002 con la bandera de la lucha contra la corrupción, un año después de que el país cayera en una severa crisis económica atribuida a los manejos fraudulentos de los políticos en los años noventa.
Hasta entonces Turquía estaba dominada por una casta de generales que se creía facultada para someter a las autoridades civiles elegidas, veía como enemigos a los sectores islamistas y dio varios golpes de Estado. En el último, en 1997, destituyó a Erdogan como alcalde de Estambul y lo puso cuatro meses en la cárcel. Por su parte, el clérigo Fetulá Gülen se vio obligado a salir del país en 1999 para evadir una orden de arresto por el delito de querer instaurar un régimen islámico.
La desgracia unió a los dos dirigentes: Erdogan aportó un nuevo partido con amplias bases sociales y su carisma; Gülen utilizó la potente red de su comunidad de simpatizantes, la cual, según el periodista turco Ahmet Sik, fue creada siguiendo el modelo del Opus Dei. A partir de una gran red de escuelas, esta “comunidad” extiende sus tentáculos por los altos niveles de la iniciativa privada, los medios de comunicación y las instituciones públicas, incluidas la judicatura y la policía.
Así, Erdogan y Gülen lograron superar todo tipo de obstáculos para llegar al poder, conservarlo e incluso desmontar las estructuras de control de los militares mediante el procedimiento de meter a prisión a oficiales y civiles supuestamente involucrados en conspiraciones golpistas, con base en pruebas dudosas. Los fiscales encargados eran gülenistas que, de paso, encarcelaron a reporteros que investigaban los manejos de la Comunidad y sus líderes, como el propio Ahmet Sik, quien pasó 2011 preso. Al ser arrestado, gritó: “¡Aquéllos que osan tocarlos (a los partidarios de Gülen) se queman!”.
“Probablemente las tensiones y la pelea entre ellos (Erdogan y Gülen) eran inevitables”, dice Yusuf Canli, periodista político del diario Hürriyet, “pues una coalición ayuda a llegar al poder, pero, una vez que estás ahí, compartirlo no es fácil”.
De acuerdo con Canli, cada una de sus victorias electorales (2002, 2007 y 2011) hizo sentir a Erdogan más autosuficiente y menos necesitado del apoyo de la red gülenista, tan hambrienta de hegemonía como él mismo. Una vez que juntos consiguieron “domar a la academia, a los militares y a los jueces, Erdogan creyó que era el momento de convertirse en el gobernante absoluto”.
De hecho, él y sus colaboradores llevaban casi una década preparándose para combatir al gülenismo, según sugiere un documento dado a conocer el pasado 28 de noviembre por el diario Taraf: Con las firmas de Erdogan y del entonces presidente de la República, Ahmet Necdet, da cuenta de una reunión del Consejo de Seguridad Nacional realizada en agosto de 2004. Se titula Medidas que deben tomarse contra las operaciones de Fetulá Gülen.
Esto no fue sorpresa para la Comunidad de Gülen, a la que se atribuye no sólo la filtración del texto, sino también la posesión de cuantiosa información comprometedora para el primer ministro y sus cercanos, que incluye más actos de corrupción (como un video donde un ministro recibe un soborno de siete cifras) e imágenes sexuales.
Ruptura
Después de una serie de escaramuzas en los últimos dos años, Erdogan empezó a dar golpes bajos cuando planteó el cierre de la red de escuelas del movimiento Gülen, uno de sus pilares.
La respuesta del clérigo coincidió con la visita de Peña Nieto y no fue improvisada. La ola de detenciones fue la consecuencia de indagatorias secretas llevadas a cabo durante 14 meses.
Las acusaciones involucran sobornos millonarios, fraude en licitaciones públicas, asignaciones directas e irregulares de contratos, compraventa de permisos de construcción en áreas protegidas, falsificación de documentos para otorgar la nacionalidad turca, colaboración para que empresarios iraníes hicieran transacciones ilegales por decenas de miles de millones de dólares, contrabando de oro y venta ilegal de objetos arqueológicos.
Erdogan reaccionó igual que cuando hizo frente a las protestas de Gezi: acusó, amenazó y contragolpeó: Así como lanzó a la policía contra los manifestantes de Taksim, tras asegurar que eran terroristas manipulados por intereses extranjeros, ordenó la amplia purga de los mismos agentes que en junio repartieron porrazos, gases y detenciones en nombre de su gobierno.
“Mi partido es del color de la leche. Les vamos a romper las manos a los que lanzan insultos contra mis ministros”, declaró el lunes 23.
Pero al día siguiente reconoció que algo huele mal en su entorno: “Cualquiera que se haya robado el derecho de la gente y del huérfano pobre (una forma turca de referirse a los corruptos) será llamado a cuentas por la justicia”. E insistió: “Aquí hay que elegir: o el pueblo o la humillación”.
El martes 25 los tres ministros involucrados renunciaron. Uno de ellos, Erdogan Barayktar, el de Medio Ambiente, dijo a la cadena NTV que “un gran porcentaje” de los proyectos de construcción bajo sospecha fueron aprobados por el mandatario, y que “por el bien de la nación, creo que el primer ministro debe renunciar”.
Los manifestantes siguen en la calle: los enfrentamientos en Kadiköy han continuado, con decenas de detenidos, y se convocó a un “mitin del millón de personas” para el viernes 27 en la plaza Taksim. Tampoco han parado los rounds de sombra, incluido el supuesto suicidio, el sábado 21, del jefe de la unidad de crimen organizado de la policía de Ankara. Como encargado de las investigaciones en la capital, se cree que poseía información sobre el gobierno.
Desde su exilio en Estados Unidos (nunca confió tanto en Erdogan como para regresar a Turquía sin temor de ser encarcelado), Fetulá Gülen invocó el apoyo divino. En un video que fue subido al sitio herkul.org ese mismo sábado 21 dijo: “A aquellos que no ven al ladrón pero van contra los que tratan de agarrarlo, que no ven el asesinato pero tratan de difamar a otros acusando a gente inocente, que Dios lleve fuego a sus hogares, que arruine sus hogares, que rompa sus unidades”.
Erdogan también sabe involucrar a otros en sus propios problemas, en este caso a todo el país: “Este proceso es la lucha de independencia de la nueva Turquía”, dijo el miércoles 25. “Es así de importante. Los planes de quienes están contra Turquía irán a la ruina”.
A Peña Nieto y a su esposa Angélica Rivera les puede haber resultado entretenido el primer asalto, como dicen los humoristas turcos. Pero se están perdiendo el resto de un pleito en el que está en juego el poder y el dinero de aquel país. Una lucha sin límite de tiempo.
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