FUENTE: PROCESO.
AUTOR: HOMERO CAMPA.
En noviembre de 1993 el Congreso estadunidense votó por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Las semanas previas fueron de una actividad intensa de los negociadores políticos y comerciales de México y Estados Unidos, con reuniones y llamadas de presión a favor y en contra del acuerdo comercial, con amenazas y chantajes de toda índole… Uno de los actores principales de esos febriles días, el embajador Jorge Montaño, narró su experiencia en el libro Misión en Washington, del que aquí se presenta una reseña.
Con el propósito de conseguir los votos necesarios para que el Congreso de Estados Unidos aprobara hace 20 años el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), el gobierno mexicano debió sortear chantajes y amenazas de legisladores de ese país, quienes buscaban beneficios para sus distritos e incluso querían favores personales.
Con el argumento de que “toda política es local”, los legisladores estadunidenses convirtieron el Capitolio en un bazar donde ningún voto fue gratuito.
Incluso muchos de los votos favorables al acuerdo fueron arrancados de última hora gracias al cabildeo que hizo personalmente el entonces presidente William Clinton con los poderes fácticos: las grandes empresas industriales y comerciales, que financiaban las campañas de numerosos congresistas renuentes u opositores al TLCAN, a quienes acabaron por doblegar.
El diplomático mexicano Jorge Montaño participó directamente en muchas de esas negociaciones en el Capitolio. Estaba obligado a hacerlo: era embajador en Estados Unidos.
Y esa experiencia quedó plasmada en su libro Misión en Washington (Planeta, 2004).
Montaño –actual representante permanente de México ante las Naciones Unidas– refiere el ambiente de incertidumbre que durante el primer semestre de 1993 había en torno al futuro del TLCAN: los demócratas miraban con recelo el tratado, pues había sido negociado por el gobierno republicano de George Bush padre; a su vez los republicanos no aceptaban los llamados acuerdos paralelos en materia laboral y medioambiental pactados con la administración demócrata de Clinton.
Además el nuevo jefe de la Casa Blanca no le ponía mucho interés al tema. Estaba más concentrado en sacar adelante –lo cual no logró– el programa de salud diseñado por su esposa Hillary.
Fragmento del reportaje que se publica en la edición 1940 de la revista Proceso actualmente en circulación.
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