FUENTE: LA JORNADA.
AUTOR: ARTURO CANO.
Autodefensas temen ser asesinados si acuden desarmados a esa cabecera municipal. El acuerdo con el gobierno evitará que porten armas los que les gusta emborracharse o drogarse.
Apatzingán, Mich., 28 de enero. El jefe en el retén de Loma de Hoyos es un cuarentón güero, dueño de una tienda que los templarios visitaban cada mes para recoger la cuota por cada una de las máquinas de juegos electrónicos. Vendió un coche para comprar el cuerno de chivo que carga: “Me costó 35 mil pesos, pero ’orita ya andan hasta en 50 mil”.
El jefe sabe del acuerdo firmado ayer en Tepalcatepec. Unos habrá que quieran ser defensas rurales y otros policías, dice. Pero él y sus hombres no irán, ni de locos, a registrarse a Apatzingán. No desarmados. ¿Para que nos maten? Ni locos.
Vive en Cenobio Moreno, la ranchería que sigue ahí derechito, a cinco minutos. Ahí se alzaron en armas hace como cinco meses, el día que la Policía Federal detuvo al comandante conocido como El Americano. Se los quitamos a los federales, se jacta.
Algunos vecinos ayudan a las autodefensas a rellenar costales y armar la barricada en medio del cruce de dos caminos. Los choferes son interrogados, y en rápidos intercambios de miradas los lugareños dicen si los conocen o no.
Loma de Hoyos es una de las cinco rancherías que están a cinco o 10 minutos de la cabecera municipal de Apatzingán y que fueron tomadas por las autodefensas entre el domingo y el lunes (las otras se llaman Cagüinas, Presa el Rosario, San Fernando y Puerta de Alambre).
Son unos 30 hombres con armas largas, que lo mismo montan su barricada que se reúnen con los pobladores para explicar sus razones y pedir que se sumen a la causa de un Michoacán libre.
La escena se repite, con más hombres, en los municipios de Peribán y Los Reyes, con lo cual las autodefensas ya no sólo cierran la dona sobre Apatzingán, sino avanzan hacia Zamora.
El jefe güero afirma que aquellos que no quieran registrarse deberán entregar las armas y reconocer que también están de acuerdo en que las autodefensas nos registremos como policías.
Sabe que tendrá que ir a la zona militar en Apatzingán a registrarse, y dice que lo hará, pero tiene sus condiciones: “Que primero agarren a las cabezas –del cártel– y que la ciudad esté limpia de esos cabrones (los templarios)”.
Mientras organiza a sus hombres para ir a hacer un mandadito, sigue hablando: Claro que queremos pasear en el centro de Apatzingán, es nuestra ciudad. Pero si voy desarmado me matan ahí, enfrente de un federal.
Los hombres del jefe güero detienen a un taxista porque, dicen, les hacía trabajitos a los templarios, del tipo de echar gente en la cajuela, gente que se iban a despachar.
Al hombre, que se ríe de miedo, le quitan el celular (cosa que hacen con muchos taxistas, pues los integrantes del noble gremio de los chafiretes solían ser halcones) y revisan los mensajes.
–Él fue templario y te reconoció, no te hagas pendejo –dice uno con más cargadores que dientes.
–Sí, fue el peor error que cometí –dice el ex templario, un treintañero regordete que se niega a hablar por más que se le busca la cara.
“Mi papá es templario y te va a tocar levantón”
¿Treinta hombres, se dijo? Bueno, 27. Porque aquí con el jefe güero andan tres chamacos de 17, 16 y 13 años. El más chico porta un arma que parece cuerno de chivo recortado.
No quiere dar su nombre, pero acepta decir que anda aquí con su tío, que dejó la escuela en segundo de secundaria. Qué bullying ni que nada. Lo rudo era ser compañero de banca del hijo de un templario. Nomás porque sí, te ponían una putiza.
Mirándolo ahora con su cuernito no se imagina nadie el día en que un compañero de escuela le dijo: “Mi papá es templario y te va a tocar levantón”.
Interrumpe un vecino de Puerta de Alambre, que llega a ponerse a las órdenes de las autodefensas. Como todos, tiene información privilegiada (El Tío vivió en su ranchería en mayo pasado) y una historia de horror. “A mí me levantaron un muchacho, cuando fue el pleito entre El Chango Méndez y El Chayo Moreno, porque desconfiaban de todos. Nos tuvimos que ir para Guadalajara, pero luego nos perdonaron”.
El chamaco de 16 años se metió a las autodefensas porque no le dejaron de otra. Los templarios de su pueblo le dieron tres levantones porque lo querían de halcón. Era eso o irse con los contrarios.
Ahora que las cosas se calmaron en su pueblo, su mamá le dice que ya deje todo esto. Y él le replica: No, amá, vamos a liberar más pueblos.
A unos tres kilómetros, en Presa el Rosario, la encargada del perifoneo hace su trabajo. En la casa de fulano tienen pollo asado y en la de zutano hay cerdo gordo y tiernito.
Suelta el micrófono y hace una relato que da idea de cómo funciona la renovada alianza entre el gobierno y las autodefensas.
Dice que los comunitarios llegaron el domingo, que aquí nomás anduvieron tanteando dónde se pueden instalar. Eso sí, la noche anterior los helicópteros del gobierno zumbaron largo rato arriba de las rancherías a las que ingresaron las autodefensas poco después.
Antes de autodefensa fue regador en los campos. Ahora, el hombre de aspecto pobrísimo hace guardia en un retén a la salida de Nueva Italia. Sabe del acuerdo y le parece bien, porque así se evitará que porten armas los que les gusta emborracharse y drogarse.
No son esas debilidades humanas el problema principal de las autodefensas. Movimiento horizontal, bola desordenada en apariencia, cada destacamento carga con la historia de su nacimiento, con las broncas de su municipio y con las virtudes y debilidades de los muchos jefes.
Por ejemplo, a pesar de que José Manuel Mireles es el más conocido de los dirigentes de Tepalcatepec, acá en la Tierra Caliente muchos aseguran que el médico sólo es la cara pública y que los verdaderos mandones son otros: varios de los hombres más adinerados de un municipio rico y una facción del PRI que rompió con el ex alcalde priísta Guillermo Valencia (de hecho, Mireles tuvo fugaces incursiones políticas en el PRD y Movimiento Ciudadano).
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