FUENTE: ANIMAL POLÍTICO/ BBC MUNDO
El presidente de EU, Barack Obama llegó a México para una cumbre de líderes de América del Norte. Una de sus prioridades será discutir el Acuerdo Transpacífico, que tiene el potencial de afectar 700 millones de personas.
El presidente estadounidense Barack Obama llegó a México este miércoles para una cumbre de líderes de América del Norte. Una de sus prioridades será discutir un proyecto que tiene el potencial de afectar a unos 700 millones de personas.
Esa es la población combinada de los 12 países que negocian el Acuerdo Trans-Pacífico (TPP, por sus siglas en inglés), considerado uno de los tratados de libre comercio más ambiciosos que jamás se hayan negociado. México, Estados Unidos y Canadá forman parte de las discusiones.
El TPP es la piedra angular de la política económica de Estados Unidos en Asia-Pacífico, pero es un proyecto que está anclado mucho más cerca, en sus relaciones con México y Canadá y de manera particular en el acuerdo que liberó las fronteras comerciales entre los tres países hace exactamente 20 años: El Tratado de Libre Comercio de América del Norte (conocido en castellano como TLCAN, o en inglés por sus siglas Nafta).
Para el gobierno, el TLCAN o Nafta es un modelo que tiene en cuenta a la hora de negociar otros tratados comerciales, especialmente el del Pacífico pero también -en menor medida- el que está en proceso con la Unión Europea (TTIP, por sus siglas en inglés).
“Francamente, vemos el TPP como una oportunidad de construir sobre el trabajo que fue hecho en Nafta e introducir estándares adicionales, por ejemplo en temas laborales o ambientales”, dijo la semana pasada un alto funcionario del gobierno estadounidense en una conferencia en la que participó BBC Mundo.
“El TPP nos permite modernizar nuestra relación comercial en Norteamérica y simultáneamente incluir a otros mercados emergentes”, agregó.
Predicar con el ejemplo
Como en el caso de Nafta, hay considerable oposición contra otros acuerdos, como el TPP.
Una de las razones principales por las que el TLCAN juega un rol importante en las negociaciones estadounidenses en el Atlántico y el Pacífico -más allá de que hay particularidades claras en cada caso- es que el gobierno lo considera un tratado fundamental, uno que -como dijo el año pasado el vicepresidente Joe Biden- “marcó un nuevo estándar para el comercio global”.
Carla A. Hills, quien fue la representante comercial de Estados Unidos. Entre 1989 y 1993, le dijo a BBC Mundo que lo que ha hecho el TLCAN es “predicar con el ejemplo”. En su momento fue el más ambicioso tratado de libre comercio que unió naciones industrializadas con otra en desarrollo, un patrón que se evidencia ahora en el TPP, por ejemplo, en el que participan países como Vietnam o Malasia.
Hills agregó en enero, ante un comité del Congreso en Washington, que el TLCAN “ha servido como una plantilla para nuestras negociaciones subsiguientes pues logró aperturas de mercado más amplias y profundas que cualquier acuerdo comercial anterior en el mundo”.
Esa es una segunda razón: como le dijo a BBC Mundo Eric Farnsworth, vicepresidente del Consejo de las Américas, un centro de estudios estadounidense, Nafta “catalizó una nueva relación económica en Norteamérica” que impacta las prioridades actuales.
Esa relación dejó a los tres países de Norteamérica tan estrechamente vinculados a nivel comercial que el TLCAN forma parte del paisaje incluso cuando México y Canadá no están incluidos en negociaciones de Estados Unidos, como ocurre con el tratado en discusión con la Unión Europea. No en vano, Carla Hills aboga por la inclusión de estos dos países en el TTIP y dice que no hacerlo “aumentaría la complejidad de hacer negocios al otro lado del Atlántico”.
El vínculo entre los tres países norteamericanos es tan amplio, que el centro de estudios Brookings calculó al final del año pasado que el comercio de Estados Unidos con Canadá y México equivale a su comercio con Japón, Corea y los países que conforman los Brics (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica).
“Un fracaso”
Los diálogos para un tratado entre la Unión Europea y Estados Unidos comenzaron en julio de 2013.
Pero el impacto del TLCAN se evidencia también en otro nivel, en el debate entre las percepciones y las estadísticas, como le dice a BBC Mundo Daniel Hamilton, director del Centro para las Relaciones Transatlánticas de la universidad Johns Hopkins, en Washington.
Según Hamilton, los estudios que muestran el impacto positivo del TLCAN contrastan con una buena porción de la élite política y la opinión pública de Estados Unidos que mira con escepticismo el impacto del tratado.
“Esa percepción alimenta los debates actuales particularmente sobre TPP y menos en el caso de TTIP”, dice.
De hecho, la semana pasada se realizó un panel en Washington, organizado por el Centro para la Investigación Económica y Política, en el que la representante demócrata Rosa DeLauro pidió “evaluar este tratado en detalle, 20 años después, antes de pensar en embarcarnos en otro”.
Consultada por BBC Mundo, DeLauro no dudó en calificar al tratado de América del Norte de “un fracaso” que “redujo los estándares de vida para los trabajadores estadounidenses”.
Y agregó que cuando ella analiza si los tratados aumentan los estándares de vida en Estados Unidos, restauran la clase media y crean empleos, “ciertamente no ocurrió con el TLCAN, no es el caso con el TPP y no sé qué vendrá en el acuerdo con los europeos”.
Estas declaraciones de la congresista estadounidense demuestran que, dos décadas después de haber entrado en vigor, el impacto del tratado que cambió el comercio en Norteamérica sigue generando opiniones totalmente opuestas tanto en lo económico como lo político.
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