FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: PARIS MARTÍNEZ.
Alrededor de 200 personas se congregaron en el Ángel de la Independencia, para conmemorar el quinto aniversario luctuoso de los 49 niños y niñas que fallecieron, en 2009, en el incendio de la Guardería ABC, ocurrido en Hermosillo, Sonora.
Los participantes en la manifestación luctuosa, hicieron desfilar, en absoluto silencio, los rostros de los 49 niños y niñas fallecidos hace cinco años, cuyas fotografías en formato ampliado fueron luego colocadas de cara a Palacio Nacional, ya en la Plaza de la Constitución, para denunciar la impunidad que prevalece en el caso.
Ahí, además de pasar lista a los pequeños fallecidos –coreando la consigna “¡No debió morir!” luego de cada nombre–, los padres de los niños fallecidos (representados por una delegación de cinco familias) recordaron que hace poco menos de dos años, en julio de 2012, el presidente Enrique Peña Nieto se comprometió a hacer de la impartición de justicia en el caso ABC una prioridad de su gobierno, sin que hasta la fecha haya atendido satisfactoriamente dicho ofrecimiento, por lo cual, anunciaron que, de no cumplir su palabra empeñada, realizarán en breve una huelga de hambre en la Ciudad de México.
A continuación, te presentamos de forma íntegra las palabras expresadas ante Palacio Nacional por la señora Estela Báez, madre del pequeño Julio César Márquez Báez, Yeye, fallecido a los 2 años en el incendio de la Guardería ABC, y quien en nombre de todas las familias de los menores que perdieron la vida, hace un recuento de las anomalías en la operación de dicho establecimiento, en la investigación del caso, así como de la “pesadilla” que enfrentan las familias desde aquel 5 de junio de 2009…
Buenas tardes a cada uno de ustedes, por acompañarnos en este día tan difícil, tan doloroso, porque con su apoyo y solidaridad es que ha sido un poco más llevadero.
Yo soy Estela Báez, y soy mamá de Julio César Márquez Báez, a quien de cariño llamamos Yeye. Él murió en la Guardería ABC, el 5 de junio de 2009.
Un día como hoy, hace cinco años, a esta hora, mi esposo y yo estábamos en un rincón de un hospital, rogando a Dios con toda nuestra fe, que nuestro hijito estuviera bien.
Por la mañana lo habíamos dejado en la guardería, sano, feliz, y cuando regresamos la guardería era un caos.
Después de dejarlo a él, fuimos a dejar a sus dos hermanos mayores a sus escuelas, y mi esposo y yo nos fuimos a nuestras labores cotidianas.
A las dos de la tarde recogí a Brandon y Estefanía, mis otros dos hijos, y me dirigí a casa. A Yeye lo iba a recoger su papá más tarde, ya que durmiera la siesta.
Camino a casa, a lo lejos, vi mucho humo.
Marqué por teléfono a mi esposo, para decirle que veía mucho humo y que me estaba poniendo muy nerviosa, porque lo veía cerca de casa.
Él me dijo que no me preocupara, que me fuera tranquila, que recordara que llevaba a mis otros dos hijos conmigo y que me fuera tranquila. Pero de repente empecé a oír patrullas y ambulancias de la Cruz Roja, que venían con las sirenas prendidas, en dirección contraria.
Y entonces le llamé otra vez y le dije ‘ven, tienes que venir inmediatamente, si no es en la guardería es muy cerca, estoy segura que está ocurriendo algo serio’.
Yo ya estaba atrapada en el tráfico.
Le pedí que se fuera por un camino alterno, y él llegó primero que yo.
Después de buscar a Yeye sin encontrarlo, en la guardería y sus alrededores, él me marcó por teléfono y me pidió que fuera a dejar a mis niños a una vecina, y que yo me fuera al hospital donde le habían dicho que estaban llevando a los niños.
A las maestras él les preguntó por nuestro hijo, y le dijeron que no pasaba nada, que la bodega de enseguida se había incendiado, pero que todos los niños estaban a salvo, que buscara al niño en alguna casa alrededor de la guardería y, si no, que fuéramos a buscarlo al hospital, que sólo los habían llevado ahí para checarlos.
Pero nos estaban mintiendo.
Cuando llegué al hospital, la escena era horrible. Estaba lleno de padres desesperados, gritando, llorando, buscando a sus hijos.
Yo, a pesar de lo que veía y oía, traté de mantener la calma. Vi a una empleada de la guardería y le fui a preguntar por mi hijo. Me respondió que todos los niños estaban bien, y que no podía darme más información ni decirme nada más, porque eran órdenes de Bours, el entonces gobernador de Sonora.
Yo me sorprendí, pensé ‘¿qué tiene que ver el gobernador con lo que está pasando aquí?’. Decidí ignorar su comentario, y seguí intentando recibir información de mi hijo con los médicos, las enfermeras, del hospital.
Las empleadas de nuevo mentían, porque sí sabían que los niños estaban mal. Y desde ese momento se empezó a hacer evidente que ahí empezaba un largo camino de mentiras, en el cual nos daríamos cuenta de que lo que menos les importaba a los responsables y a las autoridades eran nuestros niños.
Ellos trataron de impedir que se nos diera información a los padres. Ellos querían que no nos diéramos cuenta de la magnitud de la tragedia, para así empezar con el encubrimiento a los asesinos, los dueños de la guardería, que eran servidores públicos, parientes del gobernador y de la entonces primera dama de México, Margarita Zavala, así como también al IMSS y a sus funcionarios, que habían otorgado el permiso para que la guardería operara, sin antes hacer una supervisión minuciosa.
Es inconcebible que apenas diez días antes del incendio, el día 26 de mayo de 2009, se llevó a cabo una revisión de la guardería y sus instalaciones. Y la evaluación que se le dio a la guardería fue de excelencia, se le felicitaba a todo el personal y se hablaba de instalaciones cómodas y seguras para los pequeños.
No se dieron cuenta o simplemente no quisieron denunciar que las puertas de emergencia estaban selladas. Que el material con el cual estaba construida la guardería no era seguro. Sin verificar extintores. Sin hacer ningún señalamiento de las irregularidades que, después, se hicieron evidentes con el incendio.
La Guardería ABC era una guardería maquillada. Yo tenía plena confianza en que era un lugar seguro para mi hijo. Mis dos hijos mayores también estuvieron ahí.
Yo hacía una revisión periódica para ver el desenvolvimiento de mi hijo en su salita. Ver si convivía bien con sus compañeritos, lo que le daban sus cuidadoras, en fin, que él estuviera bien en ese lugar.
Yeye fue un niño muy apegado a nosotros, muy querido, muy deseado. Él nació con un reflujo muy severo, y esto creó un lazo muy especial entre nosotros, porque él durmió durante un año y medio en mi pecho, y aún puedo sentir su respiración, aún puedo sentir los latidos de su corazón…
Lo metí a la guardería al año y medio, no lo hice antes porque pensé que le podía pasar algo sin estar conmigo.
Él no estaba acostumbrado a estar sin nosotros y a estar con niños de su edad. Considerando esto y por recomendación de su pediatra, es que decidimos que era hora de ir a la guardería. Yo creí que lo único que tenía que verificar era su estancia es que fuera bien cuidado, bien atendido, que estuviera cómodo, feliz, pero desgraciadamente me equivoqué: las autoridades no estaban haciendo su trabajo.
Confié en el Seguro Social porque estaba enterada de las supervisiones que se hacían en la guardería, y eso a mí me daba tranquilidad.
Después de mi casa, consideraba la guardería el lugar más seguro para que me cuidaran a mi bebé.
Esta confianza que yo deposité en las autoridades correspondientes mató a mi bebé.
Después de pasar ocho largas horas en ese rincón del hospital, esperando oír por un altavoz el nombre de mi niño y poder correr hacia él, abrazarlo, de repente escuché por el micrófono la peor noticia de mi vida: nos informaban que no todos los niños estaban en ese hospital, y que había 24 niños muertos, que los papás que aún no encontrábamos a nuestros bebés, los buscáramos en otros hospitales o fuéramos a Medicina Legal, a reconocer cuerpecitos.
Yo me negué a ir a ese lugar, no podía aceptar que mi niño pudiera estar ahí. Después de un rato, por insistencia de mi esposo, acepté ir, aunque estaba segura de que ahí no lo encontraría.
Pero desgraciadamente sí estaba ahí.
Y a pesar de verlo físicamente, a través de un cristal, yo seguía negando la horrible realidad: mi niño estaba muerto.
De su sepelio no recuerdo nada, sólo estar en silencio, sin llorar, sentía que era una pesadilla y que iba a encontrarlo después, estaba en shock total. Y eso que me estaba pasando, después se complicó tanto que terminé en varias ocasiones en hospitales psiquiátricos, porque estaba loca de dolor…
¡Aún estoy loca de dolor!
Mis otros dos niños empezaron a manifestar alteraciones en su sistema nervioso. El mayor, Brandon, no hablaba, no quería ni mencionar a su hermanito, y la niña todo lo contrario, lloraba todos los días, se quería ir al cielo con su hermanito, y empezó a hacerse pipí. Los doctores le diagnosticaron estrés postraumático.
Ella quería irse al cielo con su hermanito…
¿Y su papá? Su papá estaba volviéndose loco también, porque aparte de su trabajo estaba haciéndose cargo de mí y de los niños, y tratando de contribuir en la búsqueda de justicia, y guardando en su corazón todo el dolor por la ausencia de su Yeye, con la familia destruida, pero tratando de sacar fuerzas, para reconstruir un poco nuestras vidas.
Esta horrible pesadilla la comparto con ustedes, porque entre todos, como ciudadanos, no debemos permitir un ABC nunca más.
No debe morir un niño más por la corrupción y la impunidad.
Basta de seguir permitiendo que pequeños inocentes sigan muriendo en pseudoguarderías, por la avaricia de sus dueños, al no invertir en instalaciones dignas, seguras, y en capacitación de las cuidadoras.
Basta de seguir permitiendo que haya madres que tengamos que salir a trabajar, y no tener la certeza de que en la estancia en que estamos dejando a nuestro mayor tesoro, nuestra razón de vivir y de trabajar, esté en un lugar seguro.
Ya no podemos tener confianza. Después del 5 de junio no podemos tener confianza…
Basta de que las autoridades correspondientes agachen la cabeza o se hagan de la vista gorda, que no inicien acciones para prevenir desgracias y no apliquen castigos a los responsables.
¡Obligémoslos a hacer su trabajo! ¡Es por la seguridad de nuestros hijos!
No tenemos por qué esperar a qué suceda otra tragedia, que ponga en riesgo la vida de los niños. Ahora fue mi hijo, mañana puede ser el de cualquiera de ustedes.
Por último, tengo una exigencia para Peña Nieto, el mal llamado presidente de los mexicanos: le exijo que cumpla la palabra empeñada el 19 de julio de 2012 aún siendo aspirante a la presidencia, cuando aseguró que el caso ABC sería una de sus principales prioridades, en caso de ser electo presidente, y ya tiene un año y medio en el poder, y en todo este tiempo ha demostrado todo lo contrario. Ha sido una persona insensible, que no se ha acordado de sus compromisos, y sobre todo demostrado que el tema de la guardería o le asusta o no le interesa en lo más mínimo.
El día 22 de abril, Peña Nieto, usted visitó Hermosillo, Sonora, y le recuerdo que en esa ciudad asesinaron a 49 niños y niñas, y decenas quedaron lesionados de por vida, y usted, ajeno a todo, ni siquiera intentó un acercamiento con los padres, mucho menos hacer alguna mención sobre los hechos. Y a nosotros no se nos permitió ni siquiera acercarnos al lugar donde usted estuvo todo el tiempo protegido, como si nosotros fuéramos unos delincuentes.
Lo único que buscamos es justicia para nuestros hijos, presidente.
Por si eso fuera poco. Algunos padres y compañeros de lucha vinieron desde Hermosillo a las puertas de Los Pinos a hacer un plantón y a solicitar una audiencia con usted. Es una burla de su parte que, con total indiferencia, los haya ignorado. Si no tenía la intención de ayudar, era muy justo que de perdida, por educación, los recibiera y los escuchara, no es la primera vez que se le solicita una audiencia.
Por lo tanto, por tanta indiferencia hacia la impartición de justicia para mi hijo y sus compañeritos, le exijo que vaya a nuestra ciudad, que nos dé la cara, que nos diga qué es lo que está pasando en el proceso penal, por qué tantas incoherencias, hasta cuándo va a seguir solapando a los culpables y premiándolos por sus actos de corrupción, por qué su silencio.
Y no nos vaya a salir con la ridiculez de que es un caso muy doloroso, que respeta mucho, porque de oír eso ya estamos cansados, como hace el gobernador se Sonora, Guillermo Padrés.
De no tener respuesta de su parte, en un plazo razonable –le recuerdo que el próximo 19 de julio se cumplen dos años de su promesa incumplida– me veré en la penosa y lamentable necesidad de iniciar una huelga de hambre, aquí en la Ciudad de México, sin importarme el riesgo a mi salud, de por sí muy deteriorada.
A ver si de esta manera usted voltea y se da cuenta del dolor, el coraje y la impotencia que siento al no tener a mi pequeño conmigo, lo dolorosos que han sido estos cinco años en que la ausencia de mi hijo casi me hace caer en la locura.
Pero a pesar de este dolor tan grande, no pienso bajar la guardia. Y voy a luchar hasta que no tenga fuerzas y tenga justicia para mi hijo.
Porque sólo así tendré un poco de paz y tener el duelo que me ha sido negado en estos cinco largos años.
¡Honre su investidura, señor presidente! ¡Haga valer el poder que le confiere la ley y (permita) obtener justicia a 49 inocentes que no debieron morir por culpa de la corrupción que hay en el país, del que usted es presidente! ¿No cree que ya es demasiado tiempo?
Si la horrible muerte de 49 niños no lo sensibiliza a usted, y no hace caer todo el peso de la ley sobre los responsables, ¿qué podemos esperar de usted?
¿Qué garantías de seguridad ofrecen a la niñez mexicana?
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