AUTOR: CAROLINA HERNÁNDEZ.
En un reportaje para la revista Esquire, una testigo pone en tela de juicio las versiones de la Sedena sobre el presunto enfrentamiento entre militares y delincuentes.
IMAGEN TOMADA DEL SITIO WEB DE REPORTE INDIGO |
En 273 palabras, la autoridad informó su versión de los hechos.
Personal militar ubicó una bodega custodiada por personas civiles en Tlatlaya, Estado de México, y al percatarse de la presencia de las Fuerzas Federales, los civiles abrieron fuego en contra de las tropas, quienes repelieron la agresión.
Fin del comunicado.
Sin embargo, 79 días después, una nueva versión fue publicada por la revista Esquire México.
En ella, una testigo -bajo el nombre de Julia- asegura que las cosas pasaron de una manera muy diferente a como lo informó la Sedena.
Dice que fueron los soldados quienes dispararon primero y que los presuntos delincuentes respondieron. Que solo uno de los jóvenes murió en el enfrentamiento y que los demás se rindieron.
Lo que Julia dice que pasó después pone otra vez sobre la mesa la actuación de las Fuerzas Federales en la lucha contra el narcotráfico.
“Ellos (los soldados) decían que se rindieran y los muchachos decían que les perdonaran la vida. Entonces (los soldados) dijeron ‘¿no que muy machitos, hijos de su puta madre? ¿No que muy machitos?’. Así les decían los militares cuando ellos salieron (de la bodega). Todos salieron. Se rindieron, definitivamente se rindieron”, relata la mujer a la que los militares anunciaron que habían liberado de un secuestro. Ella también niega haber sido raptada.
Desde que la matanza de Tlatlaya se hizo pública las dudas han empañado el relato oficial.
El 8 de julio un reportaje de The Associated Press señaló que la fachada de la bodega en donde supuestamente se dio el enfrentamiento solo presentaba agujeros de entrada de seis disparos.
Más preguntas que respuestas
“Tampoco había señales de un tiroteo continúo dentro del edificio, (se veían) pocas marcas de bala y ningún casquillo”, indicó AP.
En la nota sobre el presunto enfrentamiento ocurrido en el Estado de México, recalcó que las paredes tenían una o dos marcas de bala rodeadas por manchas de sangre.
“Lo que da la apariencia de que algunos de esos muertos estaban parados contra la pared cuando recibieron uno o dos tiros precisos a la altura del pecho”.
La AP también recogió declaraciones de empleados del Semefo del Estado de México que dicen que la mayoría de los muertos tenían entre 16 y 24 años.
El 23 de agosto, la organización promotora de derechos humanos Human Rights Watch reclamó al gobierno de México una amplia investigación en torno a lo acontecido en Tlatlaya.
“Todavía hay más interrogantes que respuestas con respecto a qué sucedió verdaderamente ese día. Es necesario -y requerido por ley- que se lleve a cabo una investigación exhaustiva, objetiva e independiente que analice si los soldados actuaron lícitamente, y que valore las evidencias que sugieren que las autoridades habrían actuado indebidamente”, señaló José Miguel Vivanco, director para las Américas de HRW, en un comunicado.
El Gobierno no facilitó nunca ni las identidades de los muertos ni explicó qué hacían los militares en el lugar.
De acuerdo a la organización internacional, hubo evidencias forenses halladas en el lugar que sugieren que los soldados habrían recurrido a un uso excesivo de la fuerza.
Con la declaración de Julia, estas sospechas parecen confirmarse.
“(…) Entonces les preguntaban cómo se llamaban y los herían, no los mataban. Yo decía que no lo hicieran, que no lo hicieran, y ellos decían que ‘esos perros no merecen vivir’. (…) Luego los paraban así en hilera y los mataban. (…) Estaba un lamento muy grande en la bodega, se escuchaban los quejidos”.
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