Un grupo, con escaso equipamiento, el primero que disparó, fue relevado por otro, con equipo. Testigo describe dos balaceras: la primera la noche del viernes 26; la segunda, horas después.
En el ataque contra los estudiantes normalistas ocurrido en Iguala el pasado 26 de septiembre, participaron dos tipos de policías municipales que vestían de forma distinta y que no tenían buena comunicación entre sí, recuerda Ernesto Guerrero Cano, sobreviviente de la peor embestida que hayan sufrido los alumnos y activistas de Ayotzinapa.
El grupo que disparó a mansalva contra los normalistas desarmados, sólo portaba la camisola y el pantalón del uniforme policiaco, pero sin ningún tipo de equipamiento. Con sus manos desnudas, encañonaban de manera directa a los estudiantes y son los responsables de las 43 desapariciones que tienen en vilo a la Escuela Normal “Raúl Isidro Burgos”.
A dos semanas de los hechos, Ernesto de 23 años, no recuerda la participación de civiles armados en el ataque contra los estudiantes normalistas que la noche del 26 de septiembre, dejó un saldo de seis personas muertas, tres de las cuales eran sus compañeros en las aulas de Ayotzinapa.
“Los policías municipales que empezaron el ataque llevaban las manos descubiertas, no llevaban casco, portaban simplemente su uniforme, las armas largas con que nos dispararon, los últimos policías que nos dispararon, ellos ya llevaban otro equipo, casco, guantes, chaleco antibalas, ya iban mejor equipados, a diferencia de los primeros”, sostuvo
En contraste, el grupo de policías que llegó al final de la primera balacera, vestía con todo lo que caracteriza a un equipo antimotines: guantes de agarre, chalecos antibalas, cascos, rodilleras, coderas y armas largas. Su llegada ahuyentó al primer grupo de policías que se retiraron sin brindar explicaciones.
Con insultos, este segundo grupo de policías corrió a los normalistas de Ayotzinapa que no terminaron como desaparecidos y que ahora encabezan la resistencia para demandar la presentación con vida de sus 43 compañeros, según relata el propio Ernesto Guerrero.
El primer tiroteo comenzó alrededor de las 19:30 horas del viernes 26 de septiembre, luego de que los estudiantes normalistas intentaran tomar dos autobuses de la línea Estrella de Oro para regresar de Iguala a Ayotzinapa. A una cuadra de la central camionera, fueron atacados por los policías municipales
Con el primer ataque contra los estudiantes, también sobrevino una persecución en contra de los autobuses en los que viajaban los normalistas de Ayotzinapa, ya que la instrucción de los agentes municipales parecía no dejarlos ir. Hasta ese momento, sólo contaban con un estudiante herido.
Con el camino cerrado y en medio de las ráfagas de balas, los estudiantes se vieron obligados a bajar de sus autobuses, creyendo por momentos que los policías de Iguala hacían disparos al aire, pero la caída de su compañero Aldo Gutiérrez Solano en medio de un gran charco de sangre los puso en sobreaviso. Eran tiros a matar y tenían que protegerse. Hoy, víctima de un balazo en la cabeza, Aldo continúa al borde de la muerte.
La única posibilidad de sobrevivir era escondiéndose y así lo entendió el propio Ernesto junto con otros compañeros que se tiraron al piso y se ocultaron bajo los camiones, sin moverse, sin hablar y casi sin respirar, para no llamar la atención de sus verdugos.
Parapetados entre los autobuses, los estudiantes de Ayotzinapa que sobrevivieron a estos hechos, fueron testigos de cómo los policías municipales de Iguala se llevaban a sus compañeros, de los cuales no se ha vuelto a saber nada desde entonces.
Como ha pasado antes, creyeron que sabrían de sus compañeros aunque fuera en barandillas judiciales, pero no fue así y hoy existe la sospecha de que fueron asesinados.
Una crisis de nervios que sufrió otro de los estudiantes de Ayotzinapa durante este ataque, obligó a los normalistas a salir de su escondite y a entregarse prácticamente a la policía municipal de Iguala.
Para fortuna de los estudiantes que ya se habían dado por vencidos, fue cuando apareció un grupo de agentes con uniformes distintos al grupo agresor, los cuales accedieron a que se le brindara atención médica al afectado y quienes finalmente dejaron de disparar contra los normalistas de manera indiscriminada.
Los sobrevivientes a la primera balacera recibieron la orden de salir de Iguala de manera inmediata, pero los jóvenes no pensaban irse sin sus compañeros detenidos, por lo que se dirigieron al centro de ese municipio para solicitar ayuda de profesores de la CETEG.
El ataque contra los normalistas ya se había vuelto del dominio público y los normalistas querían ofrecer una conferencia de prensa a los reporteros que habían arribado hasta ese lugar. Fue entonces que comenzó la segunda balacera, la cual le costó la vida a tres estudiantes de Ayotzinapa, dos de ellos murieron de manera casi instantánea y uno más apareció muerto a tres cuadras de ahí, con evidentes signos de tortura y brutalidad.
De nuevo, los estudiantes tuvieron que ocultarse y se refugiaron en callejones y lotes baldíos. Con apoyo de la población, de los maestros y de policías estatales que comenzaban a llegar, finalmente los normalistas de Ayotzinapa se guarecieron en las instalaciones de la Procuraduría de Justicia de Guerrero.
Esa noche, Ernesto Guerrero Cano creyó que su destino era morir en el Centro Histórico de Iguala, cuna de la bandera nacional y actual incubadora de uno de los capítulos más oscuros en el presente mexicano: una masacre sin bandera, en la que ninguna autoridad quiere reconocer si tiene algún tipo de responsabilidad por acción u omisión.
FUENTE: ARISTEGUI NOTICIAS.
AUTOR: REDACCIÓN.
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