MÉXICO, D.F: “La revolución ya empezó”, reza la pancarta de Israel, un muchacho que no alcanza los 18 años de edad.
Explica: “Lo más importante era comenzar con la revolución de las conciencias, despertar como país ante la violencia de este gobierno criminal”.
Israel forma parte del contingente “Julio César Ramírez Nava” –que partió desde el Ángel de la Independencia a las cinco de la tarde–, integrado por padres de normalistas que emprendieron una caravana desde Guerrero para insistir en la aparición de sus hijos.
El nombre de Julio César Ramírez Nava es en memoria de uno de los tres estudiantes normalistas asesinados la noche del 26 de septiembre en Iguala.
Es una de tres caravanas que partieron de distintos puntos para converger en el centro de la ciudad en una sola protesta: la presentación con vida de 43 estudiantes que le faltan al país.
Con los minutos, las voces sumaron decenas de miles de obreros, campesinos, trabajadores, sindicalistas, estudiantes, maestros, activistas, congregaciones religiosas, oficinistas, artistas, desempleados, amas de casa, indignados todos.
“No pueden desaparecer la esperanza; “Un gobierno que se corrompe no tiene más ley que su capricho; “Mamá: me fui a defender mi patria. Si no regreso, me fui con ella. 20 de noviembre. Nada que celebrar; “Vamos a desestabilizar este sistema de injusticias e impunidad; “El verdadero delincuente no es el encapuchado. Es el gobernante que desaparece y asesina al pueblo; “Qué armas más poderosas que las ideas. Ni tenemos otras ni hay mejores; “Fue el Estado; “Todos somos Ayotzinapa”.
Cada vez más fuerte, de la escalinata del Ángel se extendió el grito de “¡Fuera Peña!” por todo el Paseo de la Reforma. Se repetiría una y otra vez en la protesta.
A las 5:30 de la tarde se hicieron una vez más de la calle.
Aparecieron cientos de personas con partes del cuerpo pintadas en rojo, una bandera monumental mexicana en blanco y negro, y muchos más vestidos de negro con flores blancas y el luto en la voz.
“Que nuestra rabia se convierta en su pesadilla”, se escuchó casi como plegaria. No eran encapuchados ni anarquistas. Era una pareja de amantes con cabellera blanca.
Dijeron que su protesta era por los 43 normalistas desaparecidos en Iguala, Guerrero, y por los seis asesinados la misma noche del 26 de septiembre. Pero era también por Atenco, Tlatlaya, Aguas Blancas, Acteal, la guardería ABC, las muertas de Juárez, el 68, y por los más de 100 mil muertos y 30 mil desparecidos.
La caravana la encabezaron los familiares de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural de Ayotzinapa, con pasos que no claudican.
“Los normalistas no perderemos la voz ante el miedo”, se leía en un taxi que llevaba el sistema de sonido en el toldo.
El padre de uno de ellos tomó la palabra: “Nuestro dolor no cabe en su justicia. Si alguno de ustedes nos faltara, también lo buscaríamos.
“Como padres de familia les agradecemos su apoyo. (A nuestros hijos) ya nos los querían entregar muertos. Empezaron a cavar fosas. No vamos a descansar hasta que nos los entreguen”, dijo.
“A pesar de todo no nos rendimos. Les pedimos a los que creen y a los que han sentido en lo más hondo la desaparición de nuestros hijos, que se muevan. Sólo nos tenemos nosotros para exigir justicia. Como padres de familia les agradecemos”, fue la convicción de los padres.
Un joven del contingente de familiares llora, pero no se asusta: “Basta una gota de valentía para cruzar un mar de cobardía”, se le escuchó gritar.
La noche alcanzó a la primera caravana en avenida Juárez, al cruce con Reforma.
Como no había sucedido en las manifestaciones previas por esta causa, los negocios se atrincheraron con rejas y maderas, reflejo de una campaña de miedo que se difundió por distintos medios.
A las 7:11 entraron miles a la Plaza de la Constitución. Los gritos se fundieron con las otras caravanas.
Se hizo un minuto de silencio por los tres normalistas “caídos”, con los puños apuntando al cielo.
Siguió un pase de lista. Del uno al 43, retumbó el clamor por justicia. “Ayotzi vive y vive”, desgarraron las voces.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: SANTIAGO IGARTÚA.
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