MÉXICO, D.F: El anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos no pudo llegar en peor momento para México. Debilitado hacia el exterior con la imagen de un Estado corrupto y mafioso, se quedó al margen de lo que ocurre en dos de sus fronteras estratégicas.
El gobierno mexicano acabó reducido a un mero espectador más del anuncio hecho el miércoles 17 en Washington y La Habana sobre el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre los dos países después de medio siglo de ruptura.
En los 54 años que duró ese rompimiento en plena Guerra Fría, como parte del enfrentamiento entre el bloque soviético y el capitalista, México fue vértice en las relaciones entre esos dos países. Lo que pasaba entre Cuba y Estados Unidos no se podía entender sin la presencia de México.
Más allá de la muy conocida decisión diplomática de México de ser el único país del continente de mantener relaciones con Cuba, estuvo el doble juego político que tuvo el gobierno mexicano.
Al apoyar a Fidel Castro en la preparación de su revolución y después mantenerse solidario con el régimen castrista, evitaba que la isla apoyara cualquier movimiento guerrillero en México, como lo hizo en América Latina y África.
México no condenaba al régimen de Castro y Cuba no se solidarizaba con los grupos armados que actuaban contra el régimen autoritario del PRI. Una mutua conveniencia.
Al mismo tiempo, en los años más intensos de la Guerra Fría, México facilitaba a Estados Unidos el seguimiento y monitoreo de los activos representantes de los países soviéticos en nuestro territorio, incluidos por supuesto los cubanos.
Agentes de la desaparecida Dirección Federal de Seguridad (DFS) servían de correo para la CIA. Peor aún, el propio expresidente Luis Echeverría se ofreció a su homólogo Richard Nixon como interlocutor en la región como contrapeso de Fidel Castro, según grabaciones de la Casa Blanca desclasificadas por la organización no gubernamental estadunidense National Security Archives.
Con la Guerra Fría a punto de terminar, era todavía tal el agradecimiento de Fidel al régimen del PRI que, en diciembre de 1988, asistió a la toma de posesión de Carlos Salinas, desacreditando la extendida impugnación del fraude electoral cometido a la izquierda mexicana en la persona de Cuauhtémoc Cárdenas.
Castro también hizo su doble juego. Con Salinas como mediador con Estados Unidos, el erigido jefe de la Revolución Cubana no cuestionó públicamente el neoliberalismo económico impulsado por Salinas. Sí lo hizo con Ernesto Zedillo y mucho más con el panista Vicente Fox y en especial con su secretario de Relaciones Exteriores, Jorge Castañeda, a quien considera un traidor. Ambos expresidentes mexicanos fomentaron la relación con el exilio cubano y presionaron a Cuba por la falta de libertades.
Fue la separación de México de Fidel y del rompimiento del castrismo con México. El ascenso del pragmatismo económico y político en México y la cerrazón del régimen de Castro, sintetizados en el vergonzoso capítulo del “comes y te vas” de Fox a Castro en la cumbre de Monterrey en 2002, alejaron a los dos países. Por más de una década, México ha dejado de ser interlocutor con Cuba.
Desde hace más de 20 años, la política exterior mexicana dejó de estar en manos de diplomáticos de carrera para quedar en manos de economistas. La auténtica diplomacia mexicana consideraba al Caribe como lo que es: la tercera frontera estratégica del país, después de Estados Unidos y Guatemala.
Para cualquier país, lo que ocurre en sus fronteras es sustancial por las consecuencias que puede tener dentro de su propio territorio, ya sea en impacto migratorio, económico, político y hasta delictivo.
Una muestra es el actual acuerdo migratorio entre Estados Unidos y Cuba que ha dejado a México el trabajo sucio de deportar a los cubanos que huyen de la isla para impedir que lleguen a Estados Unidos.
Esta práctica se ha convertido en un incentivo para la delincuencia organizada, que en años recientes ha hecho un botín de los migrantes cubanos que van hacia el norte. Beneficiados de esa práctica son también los cubanos establecidos en el Caribe mexicano.
La apertura económica y el paulatino flujo comercial entre La Habana y Estados Unidos, particularmente Miami, tendrá consecuencias para México más allá de las económicas.
La estrechez de los dirigentes mexicanos es ver a Cuba como una mera oportunidad de negocios, sin considerar que el corredor Miami-Cancún-La Habana puede ser también una ventana de oportunidad más para la delincuencia organizada, ya de por sí muy activa en el tráfico de personas. Cualquier gobierno sensato, actuaría y no sería un simple espectador.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: JORGE CARRASCO ARAIZAGA (ANÁLISIS)
No hay comentarios:
Publicar un comentario