jueves, 15 de enero de 2015

Autoridades dan información falsa a Ana, que busca a su hermano desaparecido

Ana Luisa Pérez cuenta el viacrucis que ha vivido desde que su hermano menor, de 22 años, desapareció. Autoridades le han dado información falsa y confusa.

En el servicio forense del municipio de Chimalhuacán, Estado de México, un mes después de que Julio César Pérez desapareciera, intentaron convencer a Ana Luisa Pérez que el cuerpo de su hermano había sido enterrado por una funeraria y debía pagar 35 mil pesos por el servicio. “Yo no tengo estudios, pero no les creí.

Les pedí una fotografía o algo para saber si era”, relata la mujer de 34 años. Su sospecha resultó cierta. Nadie le pudo comprobar que el cadáver de una supuesta tumba era el del joven desaparecido el 22 de julio de 2011, justo cuando cumplió 22 años.

Con ese antecedente, Ana Luisa insistió con mayor vehemencia que el Semefo de La Perla buscara entre sus archivos para descartar que su hermano estuviera muerto. “Casi me le hinqué al director, pero sí me hizo caso”.

A los pocos días le informaron que el cuerpo había sido encontrado en el Río de los Remedios, tres días después de que el joven se suicidara, según concluyeron los médicos pues no encontraron rastros de golpes o heridas. Otra vez parecía que el fin a la tortura de cuatro semanas había llegado.

La hinchazón del cuerpo complicó la identificación y lo único que coincidía era un tatuaje en el brazo izquierdo del joven. Aunque este dato solo lo corroboró una de las hermanas, con quien Julio César tenía rencillas, pues el padre no recuerda dicha característica y Ana tenía mucho tiempo de no verlo.

Sin embargo, la declaración del médico forense sobre que el cuerpo correspondía a una persona de entre 35 y 40 años de edad, hizo dudar a Ana de que se tratara de su hermano. “Mi hija (de 15 años) ve las noticias, lee y me dijo que el Estado nos tenía que garantizar el derecho a una prueba de ADN”.

Así lo hizo y en el Palacio Municipal de Chimalhuacán hicieron el trámite para la realización del examen y compararlo con el cuerpo encontrado.

Han pasado tres años y cinco meses y aún desconoce el resultado. “Me dicen que vuelva en un mes, que en en 15 días porque el perito está en una diligencia. Luego regreso y que no está, que me siente a esperarlo. Han pasado los años y todavía me dicen que espere cinco minutos más”, dice Ana mientras intenta contener las lágrimas.

En este tiempo de incertidumbre ha perdido 40 kilogramos de peso, tuvo una parálisis en la mitad del cuerpo y lidia contra la diabetes. Son los estragos de sus gritos desesperados que no han conseguido hallar a su hermano. “Han de querer que llegue con billetes, pero no lo tengo, si lo tuviera, se los daría”.

Su desesperación tuvo un desfogue el 16 de octubre de 2014, cuando participó por primera vez en una manifestación en apoyo a los padres de los normalistas de Ayotzinapa. En un momento de “rabia” comenzó a gritar hacia el edificio de la Procuraduría General de la República como si todos los funcionarios con quienes ha tratado en los últimos tres años pudieran escucharla. Lloraba y suplicaba que le devolvieran a su hermano mientras las cámaras de televisión la enfocaban.

Al otro día, algunos conocidos le avisaron que había salido en fotografías de periódicos y notas televisivas. “Me dio gusto, dice, así más gente se entera de lo que está pasando, que son miles de desaparecidos en el país. Y alguien tiene que saber que yo sigo buscando al mío, que no me canso”.

Después de ese día, Ana y su hija menor, han ido a todas las manifestaciones por Ayotzinapa. Ella más que nadie puede decir “tu dolor es mi dolor”, como rezan las pancartas. “Ahí nadie me ve raro si lloro, si grito, porque sabemos lo que es tener una familia incompleta”.

Cuando ve en televisión las noticias sobre las fosas halladas en Guerrero le da “rabia y coraje” porque esos cuerpos no son de los normalistas, pero puede ser mi hermano o el hijo de una madre que sigue llorando” sin que hagan algo por identificarlos.

Cuando se le pregunta a Ana Luisa sobre la ocupación de Julio César, dice no saberlo exactamente, aunque reconoce que “se portaba mal”. Un año antes de su desaparición se drogaba y por eso decidió enviarlo a casa de otra hermana, en el municipio mexiquense de Chimalhuacán. No trabajaba ni estudiaba; solo terminó la primaria.

El 5 de julio, el día que desapareció, vehículos policíacos circulaban por el Río de los Remedios, según la investigación de Ana. Los vecinos le relataron que esa noche escucharon que a bordo de las patrullas varios jóvenes iban gritando que no habían hecho nada y pidiendo auxilio”. Los levantones policíacos es un secreto a voces en el municipio, insiste. Ha escuchado que jóvenes son secuestrados para trabajar para el crimen organizado y piensa que tal vez eso pudo pasarle a su hermano.

En las noches de insomnio ha buscado miles de explicaciones sobre el paradero del joven, por eso recorrió semefos, hospitales y reclusorios, agotando las posibilidades que la legalidad permitiría para hallar a una persona y aunque hay más caminos, “mi capacidad no me da para lugares peligrosos”, dice.

De las autoridades espera poco pues después de tres años, su confianza ha disminuido. Y es que entre enero de 2006 y julio de 2014, se han reportado 29 mil 707 casos de desaparición forzada en México, pero sólo se han iniciado 291 averiguaciones previas por este delito, equivalentes al 1%.

Hace aproximadamente seis meses, varios amigos de Julio César fueron aprehendidos y presentados en la Procuraduría del Estado de México como presuntos secuestradores. “Si mi hermano cometió un delito tendría que pagarlo conforme a la ley, pero no que lo desaparezcan. ¿por qué desaparecen a un ser humano, por lo que haya sido?”.


Todos tienen el derecho de sepultar a sus muertos o saber el paradero de sus seres queridos y Ana Luisa se levanta todos los días con el mismo deseo: saber dónde está Julio y “el día que lo sepa será el último que llore”, asegura.

FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: NAYELI ROLDÁN.

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