Cuando tomó posesión como Gobernador interino, hizo tres promesas de las cuales, sólo ha cumplido una. Era 26 de octubre de 2014 y había pasado un mes desde que un comando policiaco embistiera a 49 estudiantes de la Normal Rural Superior Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, Guerrero. En esa noche profunda y enmarañada, seis de ellos murieron y el resto desapareció. Desde entonces, a Guerrero sólo se le ha podido ver bajo una estela de crisis y fantasmas.
Ángel Aguirre Rivero, electo Gobernador el 30 de enero de 2011 y quien iba a concluir su mandato en octubre de 2015, fue orillado por esa circunstancia a solicitar licencia y meses después, a renunciar al partido que lo postuló, el de la Revolución Democrática (PRD).
Entonces, el Congreso de Guerrero llamó a Rogelio Ortega Martínez para que asumiera como interino. Ahí estaba ese mediodía, ante los legisladores, dentro de un grisáceo traje, con camisa rosada y corbata a rayas. Se abrazaba él mismo en cuanto oía un aplauso. Sonreía. Anunciaba cómo haría salir a su estado de la pesadilla: “Uno: trabajaré de la mano con autoridades federales y locales para encontrar con vida a los 43 desaparecidos.
Dos: quiero manifestarles a las señoras, a las madres, a los padres, a los familiares de los 43 jóvenes desaparecidos, que estoy con ellos, hermanados en la fe que mueve montañas, en la esperanza que nunca muere. Le pediremos al Presidente de la República, al licenciado Enrique Peña Nieto, que nos ayude, que Guerrero necesita en este momento de todos los recursos de las instituciones del Estado mexicano. Y si usted me apoya, señor Presidente, yo le entregaré buenas cuentas”.
Encontrarse con el Presidente de la República fue la promesa cumplida. Al día siguiente de la toma de posesión, Rogelio Ortega Martínez apareció retratado en Los Pinos al lado de Enrique Peña Nieto. El siguiente día, siguió apareciendo en actos públicos al lado de funcionarios federales. El tercer día, también…
Ya en la tarde del 29 de octubre, al concluir una reunión con el Gabinete de Seguridad en el Forum Mundo Imperial de Acapulco, Guerrero, el entonces Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, hizo ver un detalle que a esas alturas ya era llamativo: “Gobernador, ¡trae la misma ropa!” Era cierto. El nuevo Gobernador de Guerrero portaba el mismo traje grisáceo, de camisa rosada y corbata rayada con el que tomó posesión.
La anécdota la contó él mismo entre risas al salir del Forum Mundo Imperial, como en un primer acto popular, como si deseara enviar el mensaje de trabajo arduo que no deja espacio para el cambio de ropa, como si con esas formas comunicara lo bien que se sentía siendo político cuando hasta hacía unos días, en su cargo de Secretario General de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGRO), todavía le decían “Camilo”, el clandestino “Camilo”.
Ayer, el clandestino “Camilo” o “Tigre”, un profesor universitario salido de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGRO) que optó por la rebeldía de los años 70 en el sur de México. Hoy, el mandatario que vive con la encomienda de concluir el gobierno que inició el 1 de abril de 2011, Ángel Aguirre Rivero, a quien él definió en el pasado como “un tanque de la política”.
Acaso el azar que entraña la misma política, le mandó a este hombre una prueba de fuego que no esperaba. ¿Mandatario que le regresará un poco de armonía a Guerrero o un represor más? –se preguntan los analistas de la prensa local, nacional e internacional cuando intentan definir su personalidad. Por lo pronto, sus palabras han construido un discurso que se acerca más al control de la mano dura –la que siempre aparece en Guerrero– que al de la negociación o la búsqueda de paz.
Sobre la irrupción de elementos de la Policía Estatal en la manifestación de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación (CETEG), en febrero pasado, frente al Aeropuerto de Acapulco, sostuvo en una entrevista con Grupo Imagen: “El Gobierno de Guerrero ha sido absolutamente tolerante, pero lo de ayer fue la gota que derramó el vaso. Yo les estuve diciendo que no siguieran con la radicalización del movimiento porque se les iba a aplicar la ley. Hemos sido absolutamente tolerantes al extremo, nos hemos ganado los cuestionamientos y la censura de varios sectores”.
En esa ocasión, hubo 12 heridos. Y un muerto: el profesor Claudio Castillo Peña quien tenía 65 años en esa última hora. Su acta de defunción indicó que falleció por traumatismo craneal. Se cayó contra el pavimento después de que los elementos de la Policía Estatal–bajo la orden de Rogelio Ortega– chocaron con los miembros de la CETEG.
Y en el boletín que sobre los hechos envió el Gobierno del Estado, Rogelio Ortega Martínez expuso: “Ya no podíamos seguir manteniendo el clima de tolerancia, de sensatez y con la misma actitud que hemos asumido la responsabilidad de conducir Guerrero, se tomó la determinación de impedir que siguieran agrediendo y realizando actos de violencia”.
Para el analista político José Fernández Santillán, del Instituto Tecnológico de Estudios Superiores de México (ITESM), si bien el escenario que gobierna Rogelio Ortega Martínez es inusitado, no convienen las tácticas de represión. “La violencia criminal se traslapó a la social. De modo que se requieren métodos de contención, pero no de violación de los derechos humanos. Esos son los que han dejado un pasado traumático”.
Apenas el pasado domingo 29 de marzo, ocurrió otro enfrentamiento en la comunidad de San Juan del Reparo, municipio de Tierra Colorada, en el que fallecieron cuatro personas y ocho más resultaron heridas. De los hechos, el dirigente de la Unión de Pueblos Organizados del Estado de Guerrero (UPOEG), Bruno Plácido Valerio, responsabilizó de inmediato al Gobernador interino. Y su argumento fue que el mandatario ha demostrado apegarse a la misma política que sus antecesores. Según él, en Tierra Colorada hay grupos de autodefensas dispuestos a todo. Narró que las cuatro personas muertas y ocho heridas, pertenecientes a su agrupación, habían acudido a esa comunidad para recordar el segundo aniversario de la muerte del comandante Quiñones, cuando fueron atacados por integrantes del Frente Unidos para la Seguridad y Desarrollo del Estado de Guerrero (FUSDEG).
La reconocida profesora Rosaura Martínez Ríos lo trajo al mundo en Taxco, el 26 de julio de 1955. De su padre se sabe poco, casi nada. Su adolescencia concluyó con el arranque de los 70. En sus veinte años ya dirigía la Federación Estudiantil Universitaria Guerrerense (FEUG). Como muchos, muchos otros de esa organización, fue detenido por la policía y desaparecido.
Al reportero Jahn Martínez Ahrens de El País, Ortega Martínez le dijo que le horroriza dormir con la luz encendida. Eso se debe a un recuerdo que no se puede quitar ni del cuerpo ni de la cabeza. Cuando fue maestro lo llamaban “El Tigre”. Detenido a las puertas de su casa, elementos policiacos lo trasladaron a una mazmorra. Ahí, sin descanso, escuchó que tenía las horas contadas. Fueron 38 días con sus noches.
Afuera, Rosaura, su madre denunciaba su desaparición. Gritaba por él. De hecho, ella tuvo la oportunidad de ver cara a cara al entonces Gobernador Rubén Figueroa Figueroa a quien intentó colocarle la medalla Altamirano, que se otorga a los maestros por sus años de servicio. La rechazó. Le dijo que no quería ni medalla ni diploma, ni nada que viniera de él. Quería a su hijo vivo.
A Rogelio Ortega Martínez lo liberaron y la vida empezó a dar vueltas.
Toda su trayectoria profesional fue construida en la academia y el análisis de la política de izquierda. Egresó de la licenciatura en Sociología por la UAGRO con especialidad en Historia por la Escuela Normal Superior de esa institución. Luego, obtuvo una Maestría en Estudios Iberoamericanos por la Universidad Complutense de Madrid y un doctorado en Ciencias Políticas y Sociología por la misma institución.
Es coautor con su esposa Rosa Icela Ojeda Rivera, del libro “Cómo estudiar un doctorado en Madrid y ser feliz en el intento”, publicado en 2000. También escribió los siguientes títulos: “México: la transición votada”, “Guerrero. El nuevo horizontes político”, “Política: globalización, transición y democracia”, “La construcción de la paz: enseñanza para el nuevo milenio”, “La ciencia política en Guerrero: Intercambio académico y movilidad estudiantil, una experiencia concreta”.
En la UAGRO se le conocía como luchador eterno e incansable por la Rectoría. Mientras daba esas batallas publicó varios ensayos en la Gaceta Universitaria Altamiranista de esa institución. Algunos son: “A 40 años: ¡2 de octubre no se olvida!”, “Elecciones Guerrero: 2008”, “La Radiografía de la Democracia en México, Alternancia y oposición de lo local a lo federal” y “La Violencia Feminicida contra las mujeres en el estado de Guerrero”.
Cuenta con una capacidad oratoria demostrada. Pero el tedio es el tedio y los 40 minutos de su discurso del 26 de octubre en el pleno del Congreso del Estado, no logró suscitar la atención fija de los diputados que, aunque aplaudían, a veces volteaban hacia otro lado y bostezaban. Lo mismo citó el pasado normalista de la madre y hermanos que nombró a sus ocho hijos. Lo mismo ofreció ser efectivo en resolver la crisis de Ayotzinapa que pidió tener de esas esperanzas que mueven montañas.
Luego pasó a las promesas.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: LINALOE R. FLORES.
LINK: http://www.sinembargo.mx/05-04-2015/1302595.
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