martes, 23 de junio de 2015

Casta maldita

Perseguidos por los delitos de sus padres, los hijos de quienes fueron líderes de Los Templarios enfrentan una doble condena: dejaron atrás su vida de riqueza y ahora son blanco de las venganzas de quienes buscan saldar deudas de sangre.

Más allá de la guerra que persiste en Michoacán, donde siguen recios los enfrentamientos entre células de Caballeros Templarios y grupos de autodefensas, surge el drama de los otros perseguidos.

El de las familias de los que fueron jefes de plaza del cártel que gobernó a Michoacán, y que hoy –asediados por los grupos de civiles armados de las autodefensas- se esconden con miedo.

Atrás quedó la opulencia y displicencia de mujeres emperifolladas y juniors omnipotentes. La historia se ha revertido. Ahora sobre las familias de los principales jefes de plaza del cártel templario recae la venganza: pesan sendas sentencias de muerte. Por eso huyeron de Michoacán y se diseminaron en lo más recóndito del territorio nacional. 

Durante el auge de la época del terror, los michoacanos fueron sometidos al gobierno tácito que impusieron Nazario Moreno González “El Chayo”; Servando Gómez Martínez “La Tuta”; Enrique Plancarte Solís, “El Kike”; Dionisio Loya Placarte, “El Tío”; Samer José Servín, Héctor Chávez Quiroz, “El Mariachi”; Francisco Galeana Núñez, “El Pantera”; Jesús Vázquez Macías, “El Toro”; Joaquín Negrete Arriaga, “El Alegreti”; Héctor Guadalupe Partida y Heliodoro Moreno Anguiano.

La mayoría del estado mayor del cártel está desmovilizada. Unos fueron abatidos y otros están encarcelados. De acuerdo a cifras de la Procuraduría General de la República (PGR), hasta marzo del 2015, ya habían sido detenidas mil 542 personas de las que al menos 268 eran parte de la estructura de mando de la organización criminal.

Reporte Indigo pudo contactar a algunos de los hijos de los jefes de plaza que mantuvieron asolado todo el estado. Son parte de una realeza caída, que vive a hurtadillas, la mayoría de ellos en la absoluta pobreza. Fueron despojados de todo. Y lo que no les arrebataron, ellos mismos se lo quitaron: la mayoría ha cambiado de nombre. Tratan de sepultar un pasado que no solo no los deja vivir, sino que amenaza con hacerlos morir.

En una suerte de venganza y barbarie, a las esposas e hijos de los que bajo la ley del terror gobernaron a Michoacán, les despojaron de todo. Los grupos de autodefensa, apenas ingresaron a las zonas controladas por los jefes del narco, decomisaron viviendas, vehículos, huertas, ganado, propiedades acumuladas ilegalmente. Pusieron precio a las cabezas de los familiares directos de los jefes templarios.

Las opulentas mansiones que contrastaron con la pobreza reinante en los llanos y cañadas, desde la  Costa hasta la Tierra Caliente, edificadas a gusto de los templarios, hoy son cuarteles de los grupos de autodefensa. En el mejor de los casos son casas abandonadas. Los añicos de cristales y paredes hablan del desprecio escupido por la población, que las blanqueó a pedradas.

Por eso, algunos de los hijos de los jefes del narco decidieron no quedarse a ver cuál sería el resultado de su persecución. Los grupos de autodefensas han logrado detener a cerca de 36 familiares directos de jefes del narco y todos han sido procesados por el delito de lavado de dinero y/o uso de recursos de procedencia ilícita. Todos los detenidos se encuentran recluidos en cárceles federales. En los últimos tres años, al menos 18 familiares de jefes de plaza han aparecido ejecutados en las regiones de Lázaro Cárdenas, Sierra Nahua y Tierra Caliente.

De ‘niña de papá’ a cajera de autoservicio

Dice que le llame Elisa  aunque no es su nombre verdadero. Tiene 24 años y desde el 2012 salió de Michoacán. Su intención era viajar a Estados Unidos, junto con su madre y hermanos, pero optó no llegar a Tijuana. 

“Dicen que allí andaba un grupo de autodefensas cazando a las familias de los templarios”, explica. “Nosotros no quisimos arriesgarnos”. 

Voltea hacia todos lados. Se le nota el temor. 

“Todos los días uno vive con miedo”, dice mientras esconde la mirada. En los últimos tres años se ha cambiado de ciudad y de nombre en dos ocasiones. Salió de Michoacán porque sobre ella pesan dos amenazas: violarla y matarla. Fue la sentencia que le dictó un grupo de autodefensas que busca vengar la muerte de por lo menos 12 niñas muertas a manos de su padre.

Elisa todavía no puede creer por las que está pasando. El pelo rojizo con el que intenta cambiar su imagen ya amenaza con raíces rubias. 

“Es que no me lo he pintado. Se me olvida”, reconoce  intentando sonreír al descubrir la mirada del reportero. “Hasta a eso me he tenido que ir acostumbrando”. 

Todos en su familia intentaron cambiar de imagen. Los muchachos, unos se raparon y otros se tiñeron también el pelo. Su mamá se hizo la base. 

“Se ve muy chistosa con su pelo chino. Parece una negrita güera”.

-¿Cómo vivían en Michoacán?

“No nos faltaba nada, más bien nos sobraba todo. Había lujos al por mayor. Yo era la niña consentida de mi papá. No había nada que no le pidiera y que no me lo cumpliera. Para un cumpleaños le pedí que me llevara banda, y me llevó tres bandas y me regaló un BMW. A mis hermanos sin que fuera ocasión especial les regalaba motocicletas y autos. El dinero era algo que nos sobraba.

“Nosotros sabíamos que estaba con Los Templarios. Pero no sabíamos que le achacaron la muerte y violación de 12 niñas”. No puede contener el llanto cuando habla de su padre. 


“Ahora los autodefensas quieren que yo pague por esas muertes, no creo que sea justo ¿o sí? Mi papá ya pagó con su muerte. Por eso es mi miedo de todos los días. Porque siento que en cualquier rato me raptan”.

FUENTE: REPORTE INDIGO.
AUTOR: J. JESÚS LEMUS.

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