- El buen desempeño electoral de un partido como el Movimiento Ciudadano (6% de la votación) al que, incluso, muchos pronosticaron que perdería su registro.
- Que en las elecciones a gobernador en Nuevo León, el PRI quedaría en segundo lugar frente al fenómeno del candidato independiente Jaime Rodríguez, El Bronco. La derrota priista en esta entidad es más humillante porque contó con recursos, despliegue mediático y apoyo del gobierno estatal y federal.
- Que en la Ciudad de México, el gobierno de Miguel Ángel Mancera y del PRD perderían la hegemonía frente a la emergencia de Morena y el descalabro de los candidatos perredistas. Incluso, delegaciones como Azcapotzalco y Xochimilco eran señaladas como bastiones del PRD.
- Que los tres grandes partidos (PRI, PAN y PRD) resultarían con una menor votación absoluta, en relación con la jornada anterior de 2009, cuando también se renovó la Cámara de Diputados.
Prácticamente todas las encuestas perfilaron al PRI mucho más fuerte de lo que realmente estuvo: con 30 a 32% de los sufragios (quedó en la frontera con 29%); al PAN con 24 a 25% (quedó en 20.9%), y al PRD con 11 a 17% (quedó en 10.8%).
Pueden existir muchas explicaciones para indicar las fallas de las encuestas, pero lo principal es que han sobredimensionado a los aparatos partidistas y dejaron de medir fenómenos sociales mucho más importantes, como el voto de castigo que fue evidente en los casos de la Ciudad de México y de Nuevo León.
Junto con la derrota de las grandes casas encuestadoras está el fracaso de decenas de mercadólogos electorales que recomendaron una sobrexposición de los candidatos, la intoxicación de spots, pancartas, utilitarios y toda la parafernalia publicitaria –incluyendo “guerra sucia” a través de llamadas telefónicas– que acabaron saturando a los electores.
Los millones de recursos destinados en entrenadores mediáticos, agencias publicitarias, “expertos” en redes sociales y en comprar seguidores en Twitter y en Facebook no sirvieron para nada.
Simplemente ayudaron a maquillar el autoengaño y el dispendio en una de las elecciones más caras de la historia reciente.
El caso más emblemático es el de Juan Carlos Limón García, quien se presentó como “estratega y consultor político” que asesoró a la candidata del PRI en Nuevo León y a decenas de políticos priistas en Veracruz.
Limón García, quien presume ser el artífice de la campaña de Peña Nieto “te lo firmo y te lo cumplo”, simplemente acabó haciendo el ridículo en esta contienda.
En una entrevista realizada en ADN Político, Limón García minimizó así el fenómeno de El Bronco:
“Es un candidato priista. 35 años en el PRI. ¿Es priista o no es priista? Es priista. Lo que pasa es que él no aceptó con toda madurez que no le hayan dado la candidatura. El hizo un berrinche. Y hay un votante que es muy volátil, nosotros le llamamos switcher, que es muy propenso a estos justicieros… por eso le es atractivo a un perfil de votantes, no a todos, porque El Bronco además con el paso del tiempo ha demostrado que todo lo que dice es mentira”.
Explicable que minimice a su contendiente, lo que resulta mucho más grave es que Limón García haya cobrado millones de pesos para teorizar sobre votantes switcher cuando lo que se observó en Nuevo León fue un auténtico referéndum en contra del PRI y del gobierno corrupto de Rodrigo Medina. Su candidata, Ivonne Álvarez, se confió en un descompuesto aparato partidista y en el apoyo del gobierno peñista.
En escenarios donde las elecciones son competitivas, los mercadólogos no saben qué hacer. En los nueve estados donde el PRI repitió la vieja fórmula del “carro completo” (casos como Chiapas, Tamaulipas o Zacatecas fueron muy claros), los asesores y publicistas se convirtieron en un mecanismo para la fabricación de un consenso o para inducir a una baja votación.
Sin embargo, la derrota más grave es para el soberbio poder mediático de las dos grandes televisoras, Televisa y TV Azteca, cuyos dueños hicieron todo lo posible para encubrir las ilegalidades del Partido Verde, incluyendo los spots que transmitieron desde septiembre de 2014 a favor de esta organización en un auténtico operativo de contrarreforma electoral y de “donación en especie”, hasta los histéricos mensajes en Twitter de Ricardo Salinas Pliego el mismo domingo 7 de junio.
¿Cómo van a explicar ahora las televisoras que después de tanto despliegue publicitario, informativo y de compra de mensajes en redes sociales a favor del Partido Verde –incluyendo a sus “famosos” y al Piojo Herrera– un partido como Morena, que no tuvo ese mismo despliegue, haya obtenido un porcentaje mayor de votos al de los tucanes (8.39% frente a 7%)?
Aún más, el fenómeno del joven candidato a diputado local en Jalisco, Pedro Kumamoto, rompió el mito de que una campaña debe ser dispendiosa, cara y llena de asesores enviados por las televisoras.
Con 18 mil pesos este universitario demostró que se puede ganar una elección sin necesidad de cientos de miles de pesos.
El fenómeno de El Bronco también es muy incómodo para las televisoras. Desde su campaña, el candidato triunfador en Nuevo León advirtió que no pagará los millones de pesos del erario a Multimedios, TV Azteca y Televisa para promover su imagen, como lo hizo el priista Rodrigo Medina.
Las televisoras ahora pretenden “montarse” en la victoria de El Bronco y de los otros candidatos independientes, como también lo ha hecho el gobierno de Peña Nieto. Este fenómeno no es un mérito del peñismo y menos de las televisoras. Es una tendencia que se ha venido imponiendo en tribunales y en órganos jurisdiccionales, en contra de las resistencias del gobierno y de los tres grandes partidos.
Incluso, la reforma electoral dejó incompleta la legislación para evitar que las candidaturas independientes se vuelvan una peligrosa vía para que poderes fácticos como las mismas televisoras impulsen a “sus” candidatos sin topes de gastos de campaña y sin límites al financiamiento privado.
Este será uno de los capítulos posteriores a la jornada del 7 de junio.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: JENARO VILLAMIL.
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