MÉXICO, D.F: Resultado de miles de años de selección por las diversas culturas, México cuenta con más de 60 variedades nativas de maíz que cada día se ven más amenazadas por la siembra de semillas transgénicas, afirma Emmanuel González-Ortega, quien realiza una estancia posdoctoral en el Instituto de Ecología (IE) de la UNAM.
Según el investigador, cada vez hay mayor evidencia científica sobre los daños potenciales a la salud por el uso de la agrobiotecnología transgénica y herbicidas como el glifosato.
Si bien, dice, no se sabe a profundidad cuáles son los efectos que producen las inserciones de transgenes en el genoma y proteoma de las plantas, hay estudios que han encontrado, en las de maíz, alteraciones en la expresión general de proteínas.
Los grupos que están a favor de los transgénicos, dice, afirman que desde hace por lo menos 25 años se consume y no se han reportado efectos adversos, “pero esa postura es irresponsable”, acota.
González Ortega afirma que si no se han hecho estudios en laboratorio sobre los efectos en los genomas o en la expresión de las proteínas de las plantas, en un contexto agrícola específico, o en las condiciones socio-económicas o culturales de una población, no puede aseverarse que no hay efectos secundarios o que la agrobiotecnología es inofensiva.
En ciencia, en la tecnología agrícola y en cualquier actividad humana, subraya, debe observarse irrestrictamente el principio precautorio.
Pone como ejemplo de lo que podría pasar en México, el caso de Argentina, país en el que en la década de los 90 se permitió el cultivo de soya transgénica y actualmente es el mayor exportador mundial; percibe grandes ingresos por la venta de su producto, resistente al herbicida glifosato.
Sin embargo, advierte, desde hace años en las zonas sojeras de Argentina, en las que se asperja el herbicida desde avionetas, se ha denunciado un aumento en el número de casos de cáncer, malformaciones congénitas y abortos espontáneos.
El hecho, abunda el investigador, coincide con el informe de una entidad de la Organización Mundial de la Salud, que reclasificó al glifosato como probablemente cancerígeno.
En México, quienes se oponen a ese tipo de cultivos lo hacen por el peligro que representan las variedades transgénicas para la biodiversidad del maíz. Además porque no se puede dejar de lado la parte cultural, simbólica y económica que tiene para los pueblos en México.
Consideran que las más de 60 variedades nativas de ese cereal constituyen una enorme riqueza genética que servirá para cubrir las necesidades de mejoramiento genético actual y futuro y la producción agrícola actual del grano nativo cubre los requerimientos de cantidad y necesidades alimenticias de la población.
Asimismo sostienen que en el contexto de eventualidades como el cambio climático, las variedades tradicionalmente adaptadas a condiciones que pueden considerarse extremas serían “una reserva genética invaluable” para generar híbridos tolerantes.
“No se puede permitir que en México, donde surgió y se domesticó el maíz, se destruya la herencia biocultural que representa”, reclama González Ortega.
Mediante una investigación coordinada por Elena Álvarez-Buylla, del IE de la UNAM, González-Ortega efectúa un monitoreo e identificación de secuencias transgénicas en alimentos elaborados con maíz, tanto tradicionales como en productos elaborados industrialmente, y en muestras de semillas colectadas en diversos puntos del territorio.
Incluso invita a campesinos y productores agrícolas a tener contacto con el laboratorio del IE a fin de analizar sus cultivos y corroborar que no existan secuencias transgénicas en sus maíces, que muchas veces son herencia ancestral ya que “encontrar transgenes en variedades nativas podría implicar riesgos a la biodiversidad, a la salud de las personas y pérdida de la soberanía alimentaria”, afirma.
Los cultivos convencionales usados actualmente son resultado de procesos de domesticación de especies nativas, realizados por los pueblos originarios a través de miles de años.
En cambio, la introducción de genes específicos (particularmente de material genético proveniente de organismos diferentes a los receptores) se hace mediante la ingeniería genética, una técnica relativamente reciente que se lleva a cabo en laboratorios especializados. “Esto y la generación tradicional de variedades son cosas muy diferentes”, recalca el posdoctorante.
El monitoreo que realiza la UNAM, dice el investigador, es importante por cuestiones nutricionales, económicas, culturales e históricas.
El maíz, apunta, es el principal alimento de nuestra población, algunos datos indican que el mexicano promedio consume más de 500 gramos al día en diferentes presentaciones (tortillas, atoles o tostadas). Además, en la cocina tradicional se caracteriza por estar poco procesado, en comparación con alimentos industrializados.
Con el supuesto de que México es el país que consume más maíz, y en el caso de que exista grano transgénico en los alimentos, ello implicaría un potencial riesgo para la salud pública, resaltó González-Ortega.
En México se producen unos 22 millones de toneladas de maíz, la mayoría en tierras de propiedad comunal señala el posdoctorante y cuestiona:
“¿Qué podría pasar si hay siembra masiva de maíz transgénico? ¿Qué ocurrirá si la población lo consume de manera indiscriminada? Aquí ya se han aprobado cultivos transgénicos de maíz, soya y algodón tolerantes al glifosato. ¿Podríamos esperar aumentos drásticos en el número de enfermedades? No lo sabemos, pero sería oportuno estudiar el caso de Argentina”, sugiere.
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: REDACCIÓN.
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