Si Ricardo Anaya será capaz de rescatar al PAN de la ignominia política electoral en la que está sumido desde 2009 cuando inició la caída de los votos azul hasta llegar a perder la elección presidencial del 2012 con un deshonroso tercer lugar nacional, es algo que está muy en duda.
No porque no le vean estatura política a un muchacho de 36 años, que el más alto cargo que ha tenido en el Gobierno fue en el sexenio de Felipe Calderón en calidad de Subsecretario en Turismo, o que antes de ser dirigente nacional interno del PAN en lo que Gustavo Madero “peleaba” una diputación plurinominal, lo haya sido del albiazul en Querétaro.
Diputado Federal en la legislatura que está por concluir su periodo, Anaya es más conocido por su fidelidad al grupo de Madero que por su aporte a la cultura ideológica panista. Para muchos representa el continuismo de la era azul que, hermanada con el Partido Revolucionario Institucional del Presidente Enrique Peña Nieto, acabaron con las diferencias ideológicas y le apostaron a conservar el poder.
A pesar que llega Anaya con un apoyo “contundente” -193 mil 944 votos- no parece ser el reflejo de una confianza hacia el cambio, sino la contundencia de una línea oficial en un partido que cada vez es menos independiente en la participación individual.
En muchos estados de la República Mexicana la línea oficial, fuese dictada desde el centro del País, de los Comités Directivos Estatales o del Gobierno del Estado en las seis entidades que Gobiernan miembros de Acción Nacional, era a favor de Ricardo Anaya Cortés. A pesar de las denuncias de panistas, analistas, opositores y periodistas, de padrones de azules inflados a lo largo y ancho de México –también por parte de la clase poderosa del PAN-, la estrategia de afiliación masiva, sin compromiso ni ideología que los llevara a unirse a un partido, funcionó.
Con esos panistas instantáneos –”Maruchanes” les llaman- Anaya reunió para su registro 235 mil 404 firmas de “apoyo”, sin embargo solo votaron por él 193 mil 944 panistas activos. La diferencia es sustancial aunque no por ello, u obviando esos votos, Javier Corral habría ganado la elección interna. La diferencia de votos refleja el padrón inflado y la falta de participación de los instantáneos.
El panorama antes de estas condiciones de corrientes y líneazos panistas que parecen una mezcla entre las prácticas arrasadoras del PRI y la división interna del PRD, les habían antecedido escenarios no menos favorables para la psique panista. Denuncias de cobro de comisiones –Moches les ha puesto la cultura mexicana- a gobernantes a cambio de llevar presupuestos federales a sus regiones, señalamientos de una doble moral a partir de evidencias de una vida de despilfarro, lujo y lujuria por parte de los persignados panistas, y no menos grave, una complicidad con la Presidencia de la República para la aprobación de las reformas estructurales –con sus discordancias en una o dos- y los nombramientos de Enrique Peña Nieto.
La realidad era y es, que el Partido Acción Nacional dejó de ser oposición para convertirse en un negocio de la política y el gobierno, con la utilización de las nóminas para incidir en los institutos políticos, la negociación en la toma de decisiones, la votación en bloque, hasta convertirse en el comparsa del Gobierno Federal. La debacle del PAN, naciente a partir de los gobiernos de ese partido en la Presidencia de la República que demostraron que no iban a cambiar el sistema sino a vivir de él, se aderezó con estas conductas y acciones como oposición.
No es fácil el reto de Ricardo Anaya. Joven tiene dos caminos: Hacerse como en al PRI, un nuevo viejo –bebesaurios, les dicen- o retomar las riendas de la oposición real. Si decide lo primero, no habrá muchos cambios. Se escucharán más los aplausos a Peña que las críticas al PRI-Gobierno, y el PAN se alzará en algunas regiones producto de negociaciones político-electorales, al momento que gozará de presupuesto, nómina, dinero y posiciones. Pero si elige lo segundo, los mexicanos debemos empezar a escuchar denuncias, señalamientos y un acompañamiento de las causas sociales provenientes de las muchas necesidades que el PRI en el Gobierno no ha subsanado.
Si Ricardo Anaya quiere dejar de ser comparsa de la Presidencia de la República y del PRI con quienes en el Gobierno y el partido han hecho buenas migas, deberá encabezar la denuncia de la corrupción en el Gobierno de Peña, el señalamiento del tráfico de influencias que alcanza hasta la primera dama (que por cierto, no ha vendido la “Casa Blanca”), deberá motivar a sus diputados para no votar en bloque e intentar un cambio en las reformas pasadas y en las venideras.
Para hacer eso, para ser realmente un oposición y regresar al PAN su objetivo político y de gobierno alejado de la transa y la corrupción, Anaya debe iniciar por casa. Limpiar el padrón que lo llevó al triunfo, hacer parte de la estructura a las alas reformistas o inconformes con la línea seguida por el partido encabezado por Gustavo Madero, investigar y señalar a los gobernadores panistas que, al más puro estilo priísta se sirven de las arcas estatales, reprimen, se corrompen y salen impunes por el cobijo nacional.
Aquí está el caso de Baja California, donde Francisco Vega de Lamadrid no ha cumplido con los compromisos de campaña del PAN, que viaja –de placer y de negocios- más tiempo del que gobierna, que sostiene en su administración a personas señaladas por tráfico de influencias en licitaciones diversas, de espionaje, e incluso de malversar los dineros públicos.
No es el único Gobernador Francisco Vega, que administra el Estado con sus amigos y la sospecha de corrupción, pero si fue uno de los que le llevó a Ricardo Anaya –a través de su Oficial Mayor, Loreto Quintero- miles de firmas para que la línea azul fuera contundente contra Corral. De más de 9 mil firmas en un padrón inflado a favor del dirigente electo del PAN, solo 6 mil 569 votaron, cientos de ellos acarreados en camionetas, cientos de ellos que no conocían el partido y ni identificaban a sus líderes, que acudieron llevados y votaron en consecuencia.
Anaya debe empezar por cambiar este tipo de prácticas, de lo contrario, el PAN seguirá en picada, ante un PRI avorazado en el ejercicio del gobierno y los triunfos electorales.
México no necesita otro PRI. De hecho no podría sobrevivirlo. Y si la oposición no fuera una utopía no necesitaría más partidos.
Las acciones están en la cancha de Anaya, en los siguientes días veremos de qué está hecho y cuáles son sus compromisos de facto porque lo que sobran en este país son las promesas huecas y las palabras al viento.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: ADELA NAVARRO BELLO.
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