En 2010 sicarios del cártel de Los Zetas les mataron a sus hijos e hijas en San Fernando, Tamaulipas, y desde entonces los padres de las 72 víctimas han visto eternizada su tragedia ante la actitud indolente, omisa y humillante de los gobiernos de México, El Salvador y Honduras en lo que respecta al proceso de identificación y entrega de cuerpos. Las autoridades de estos países siguen dando largas a los deudos que aún no reciben los restos, o de plano ya ni les toman las llamadas, en tanto que otros familiares carecen de pruebas confiables de que los cuerpos que recibieron en verdad correspondan a los de sus parientes.
MÉXICO, D.F: Eva Nohemí Hernández Cerrato se cansó de malabarear para encontrar empleo fijo en Honduras, se despidió de sus tres hijos y se fue a buscar ingresos a los Estados Unidos.
En el camino coincidió con Wilmer Antonio Núñez Posada, un paisano suyo recién deportado que deseaba volver a California para acompañar a su esposa en el parto de su segundo hijo.
En el mismo camión de redilas que se acercaba a la frontera de Tamaulipas con Texas iba Glenda Yaneira Medrano Solórzano, quien quería capitalizarse para cursar la carrera de maestra.
Una trampa mortal los esperaba a la altura de San Fernando, Tamaulipas: un retén de criminales, donde todos los pasajeros fueron secuestrados.
Lo que siguió es información conocida. El 24 de agosto de 2010 un grupo de marinos –guiados por un joven ecuatoriano malherido– llegó a un abandonado bodegón en medio de campos de sorgo. A la redonda, al pie de las paredes, encontraron los cuerpos de 72 personas (58 hombres y 14 mujeres) con los ojos vendados, maniatados, tiro en la cabeza. Esta barbarie sería conocida como la masacre de los 72 migrantes. Se responsabilizó del crimen a Los Zetas.
Desde esa fecha y en ataúdes sellados, los cuerpos de los migrantes fueron regresados por tandas a sus familias en Ecuador, Honduras, Guatemala, Brasil o El Salvador. Algunos de los masacrados fueron entregados en urnas, ya convertidos en cenizas, uno de ellos hasta India.
Este mes, en que se cumplen cinco años de la masacre, 11 de las víctimas permanecen en la fosa común, sin ser identificadas.
Eva Nohemí fue la última migrante a la que se le devolvió la identidad: Apenas el 24 de julio de 2014 el gobierno mexicano la entregó a su familia, cuando ya operaba una Comisión Forense en la que la Procuraduría General de la República (PGR) aceptó trabajar junto al Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) y organizaciones de víctimas de México y Centroamérica.
Desde una provincia de El Salvador, Mirna, la mamá de Glenda Yaneira sigue pidiendo una exhumación independiente del cuerpo que le fue entregado, pues desde el año 2010 duda que los restos que le dieron en un ataúd sellado y que abrió a escondidas sean de su hija.
(Fragmento del reportaje que se publica en la revista Proceso 2027, ya en circulación)
FUENTE: PROCESO.
AUTOR: MARCELA TURATI.
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