Arte, consignas, lluvia y hasta disturbios, así se vivió la marcha por el aniversario de la desaparición de los 43 estudiantes normalistas de Ayotzinapa.
Hace un año, bajo la lluvia, las fuerzas de seguridad asentadas en Iguala raptaron y desaparecieron de manera forzada a 43 adolescentes y jóvenes que se formaban como maestros campesinos en la Escuela Normal Rural Raúl Isidro Burgos, de Ayotzinapa, Guerrero, y como si el tiempo hubiera quedado detenido en ese momento, un año después de esos hechos la lluvia cae sobre los padres y madres de esos muchachos, cuando marchan por la capital del país, clamando por su vuelta.
Es como si fuera la misma lluvia, dice Emiliano, papá del normalista desaparecido José Ángel Navarrete, como si se tratara “de un mensaje de la naturaleza”.
Por primera vez en muchos meses, la ciudadanía se ha volcado de forma multitudinaria –como en las primeras protestas de hace un año– para cobijar con miles de pancartas, mantas y consignas a los padres y madres de los estudiantes de Ayotzinapa, desaparecidos, asesinados y heridos entre el 26 y el 27 de septiembre de 2014.
Marchan de nuevo amplios contingentes de las principales universidades del Valle de México, públicas y privadas (UNAM, UAM, IPN, ENAH, UACM, Chapingo, Ibero, Unitec, entre otras), y de nuevo también agrupaciones sindicales, esta vez ya no representadas por una sola manta sostenida por unos cuantos, sino por cientos de sus agremiados (como el Stunam, el Sindicato de Telefonistas, el SME o la CNTE).
Y a un año del ataque en Iguala, marchan nuevamente familias enteras, padres y madres con sus hijos e hijas en brazos, en carreolas, en rebozos, adultos mayores, grandes formaciones agrarias, organizaciones indígenas y populares, y también vienen grupos artísticos de todo cuño: fandangueros, batuqueros, performanceros, artistas plásticos, coros vocales, todos en una larga procesión, que no por colorida resulta menos triste.
“Si te callas, eres cómplice”, reza una pancarta. “Todos somos Ayotzinapa”, dice otra. “¡Vivos se los llevaron, vivos los queremos!”, “¿Dónde están nuestros hijos?”, “Nos valtan 43”, “Fuera Peña”, se clama en miles más.
Y lo que se lee en las pancartas, la gente lo grita, y cuando lo hace, a veces llora.
Unos se desgañitan, otros musitan. Pero nadie calla.
“Ha sido impresionante –reconoce Mario César, papá del normalista desaparecido César Manuel González, cuando habla al micrófono– ver tanta gente ahorita en la marcha, gente a la que se le salían las lágrimas, y que tenían pancartas mandando un mensaje a nuestros hijos… es impresionante ver que los corazones de los mexicanos sean tan grandes que, aún cuando tienen sus propios problemas, todavía caben ahí los 46 normalistas (los 43 desaparecidos y los tres asesinados en Iguala por la policía).”
Por todo este apoyo, asegura Emiliano, papá de José Ángel, aquellos que han salido a las calles “deben estar orgullosos de ser quiénes son… gracias a ustedes hemos llegado a este tiempo firmes, de pie, ustedes nos han sostenido cuando hemos caído, nos han dado aliento, cariño, amor, comprensión, y eso no lo tiene cualquier ser humano.”
Y ese apoyo, promete con esperanza en la voz, no será en vano. “El día que nuestros hijos regresen –avisora–, les comentaremos de ustedes, y ustedes los verán igual aquí, de frente, y cuando les pasemos lista, ellos mismos responderán” al escuchar sus nombres.
Esta asistencia masiva de la ciudadanía, subraya Melitón, papá del normalista desaparecido Mauricio Ortega, “es la muestra de la indignación, del coraje que tiene este pueblo, porque hemos dicho ya que el caso de Ayotzinapa no es aislado, sino que es algo (la desaparición forzada) que se da en todo el territorio nacional.”
Por ello, aclaran los papás y mamás de Ayotzinapa, su lucha no termina con la recuperación de sus hijos, sino con la justicia para las decenas de miles de personas víctimas de desaparición forzada que se acumulan en México, para los pueblos indígenas que defienden sus tierras de la depredación, para los pueblos que defienden el agua, para los jóvenes que son reprimidos en Tlaxcala, en Michoacán, en Guerrero por defender la educación normalista, para los pobres en general.
Así, se anuncia al micrófono, en octubre próximo (los días 16, 17 y 18), la Normal Rural de Ayotzinapa será sede de una Asamblea Popular que, tal como informa Felipe de la Cruz, vocero del comité de padres y madres, para comenzar a trazar un plan de lucha nacional, “para ir formando el poder que va a derrocar a este sistema podrido que tenemos”.
El anuncio genera vítores, pero el pesar, como las nubes grises, aún se agolpa sobre el Zócalo capitalino, que ve dispersarse a la concurrencia ante el frío y la llovizna que no cesa.
“Hoy, el cielo está llorando, porque faltan los estudiantes”, dice Cristina, mamá del normalista desaparecido Benjamín Ascencio Bautista, ambos indígenas de habla náhuatl, de La Montaña de Guerrero–. Hoy el cielo llora, porque faltan los 43 y miles más…”
“Cuando sea necesario, vamos a responder”
Mientras en el Zócalo hablan los padres y madres de los normalistas, los últimos contingentes aún avanzan por paseo de la Reforma y, como ha ocurrido en otras movilizaciones, jóvenes encapuchados avanzan al final de la marcha, realizando pintas, dañando algunos negocios, y enfrentando a policías capitalinos.
Ante esta situación, el abogado Vidulfo Rosales –que como integrante del Centro de Derechos Humanos Tlachinollan brinda acompañamiento legal al comité de padres–, toma el micrófono y establece un peculiar deslinde.
“No somos pacifistas –aclara–, podemos decirlo porque muy mal nos ha tratado este gobierno, nos ha tratado con la punta del pie, nos ha reprimido. Y les decimos: cuando sea necesario, vamos a responder”, sin embargo, advierte: “No queremos que mañana los diarios desvíen la atención hacia la violencia”, y llama a no caer en provocaciones o confrontaciones con la policía capitalina.
Este llamado, sin embargo, no alcanza a escucharse hasta el Senado, donde el contingente de jóvenes encapuchados se separa de la columna principal de manifestantes que aún marchan hacia el zócalo, para lanzar una decena de globos con pintura roja contra el Senado de la República, así como al menos dos petardos.
Luego, ya en avenida Juárez, arrojan piedras primero contra un restaurante de comida rápida KFC (donde cuatro ventanales quedan en pedazos, incluyendo el que da hacia el área de juegos infantiles), y en donde, según comensales, el guardia del establecimiento sufrió lesión en la cabeza.
La misma estrategia siguen luego contra un restaurante Sanborns y una cafetería Starbucks ubicada en el centro comercial Parque Alameda, contra el edificio del Servicio de Administración Tributaria (SAT) en avenida Hidalgo y, finalmente, contra policías apostados en las inmediaciones del Palacio de Bellas Artes.
Minutos después, los uniformados jalonearon y retuvieron durante varios minutos a un joven bajo la sospecha de que había participado en las agresiones, lo que causó molestia en varios testigos que exigieron que lo liberaran y, tras verificar que en su mochila no tenía objetos peligrosos, lo dejaron ir.
La Secretaría de Gobierno del Distrito federal informó en un comunicado emitido ayer por la noche que dos policías de Tránsito resultaron lesionados por los objetos que arrojaron estas personas, pero confirmó que no hubo detenidos.
Cabe señalar que la mayor parte del recorrido del contingente estuvo acompañado solo por policías de Tránsito, aunque hubo agentes con equipos antimotines desplegados en el interior de edificios contiguos a Reforma y el Centro Histórico.
FUENTE: ANIMAL POLÍTICO.
AUTOR: Paris Martínez, Arturo Ángel, Gonzalo Ortuño, Nayeli Roldán, Tania Montalvo, Mayra Zepeda, Jardiel Palomec y Manuel Ureste.
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