MÉXICO, DF (apro).- Ciudad Juárez es un aguijón que está bien clavado en el pecho de María Luisa García Andrade. Hace cuatro años, todos los recuerdos de su hogar fueron devorados por el fuego del crimen organizado. Sepultada de cenizas y polvo, ya no puede acercarse allí desde que un cártel de la droga la sentenció a muerte por investigar las desapariciones y feminicidios en Chihuahua.
Aun así ‘Malú’, como la llaman de cariño, se aferra, aprieta las manos, exprime sus ojos. Es la impotencia. “Quiero estar gritando con las otras mamás”, dice mientras se cubre con unas gafas oscuras.
Ahora se encuentra a kilómetros de distancia, en el Distrito Federal. Sus palabras no son alentadoras, ahora más que nunca sabe que Juárez arde en un infierno más intenso que el suscitado en los noventa, cuando tuvo atención mediática.
“Es muy triste y alarmante ver que ya son 20 años de lucha y está peor que antes”, menciona en entrevista.
“Ese reconocimiento nacional e internacional que tuvo el movimiento de las juarenses está minimizado en la actualidad” pues actualmente la atención está puesta en otras entidades, como el Estado de México.
“Se les olvida que en Juárez siguen matando mujeres, siguen desapareciendo mujeres, seguimos teniendo un problema”, así lo expresa al tiempo que el tono de su voz aumenta.
Después guarda unos segundos de silencio, clava sus ojos en el vacío y dispara una pregunta: “¿Qué más podemos hacer por Juárez? Tienes una fiscalía de género, una sentencia de Campo Algodonero, el mejor laboratorio en genética forense, unos fiscales especiales”.
Los cuestionamientos no dejan de surgir de su boca pintada con un labial rosa: “Ahora la pregunta es como familias de las víctimas: ¿Qué vas a lograr para el Estado de México que no hayas logrado para Ciudad Juárez? ¿Si en Juárez todo esto que se logró no ha funcionado y sigues con el problema, crees que te va a funcionar en otro estado?”.
Según las cifras oficiales, desde 1993 se han registrado 100 casos solamente, sin embargo, las organizaciones sociales han contabilizado más de 500 en Chihuahua, mismos que no han frenado. Hace cinco años fue asesinada Marisela Escobedo frente al palacio de gobierno local cuando exigía justicia por el feminicidio de su hija Rubí Marisol, perpetrado en 2008. Ambas, madre e hija, fueron sumidas en la impunidad.
Malú está convencida por lo anterior de que sin importar la administración que se encuentre al frente, ninguna ha estado a la altura para dar una solución, con la diferencia de que antes estaba posicionado el tema en los medios de comunicación. Pero la del priista que gobernó durante la escalada de violencia de género en el Estado de México, no es la excepción: “Juárez es el olvido de Presidencia de la República, del gobierno de Enrique Peña Nieto”.
La reconfiguración
García Andrade y sus actividades como detective amateur junto a su madre, Norma Andrade, para denunciar a las redes de tratantes controladas por La Línea, un brazo armado del Cártel de Juárez, están retratadas en el libro recién publicado De regreso a casa. La lucha contra el olvido en Ciudad Juárez, de la periodista española Elena Ortega. La historia inicia con la de su hermana Lilia Alejandra, de 17 años, desaparecida y asesinada en 2001. Después fundan la organización Nuestras hijas de regreso a casa y, a partir de ese momento, no dan tregua.
“Lo que Norma y Malú no sabían entonces era que pelear por la verdad, por descubrir a los responsables de la muerte de Alejandra, y solicitar al gobierno mexicano resolver los casos de desapariciones y detener los asesinatos de mujeres en Juárez haría llover sobre ellas serias amenazas de muerte y las obligaría a cambiar de domicilio, de ciudad y de vida. Pese a ello, ambas continúan comprometidas en su lucha contra la impunidad de los criminales –y contra la connivencia de las autoridades– de una de las ciudad más violentas del mundo”, puntualiza el libro.
A 14 años de su caso y el de otras tantas madres de esa entidad, la activista explica que la transformación de la violencia contra las mujeres tuvo su parteaguas durante la guerra contra el narcotráfico lanzada por expresidente Felipe Calderón, donde la presencia de militares y la pugna entre cárteles agudizó el fenómeno de la trata de personas. Las consecuencias llegaron pronto para ella: incendiaron su casa y le colocaron narcomantas. En aquel entonces también fue amenazada Marisela Ortiz antes de ser ejecutada.
Añade: “Antes hablábamos de un móvil diferente porque eran privadas de la libertad regularmente por las noches, era difícil que fuera por el día. Pero ahora cambió: es en el día, en la zona centro, con alguna excusa para que se vayan por su voluntad y no haya violencia; las formas en que son asesinadas, torturadas, donde dejan sus cuerpos, siguen siendo las mismas que por años hemos denunciado […] Nosotras no comprendemos cómo a más de 20 años de denuncia, sigue ocurriendo en Ciudad Juárez y en todo el país, sin que las autoridades hagan nada […] Hubo toda una omisión por parte de las autoridades”.
—¿Persiste la violencia institucional?
—Sí. Estamos hablando de que Chihuahua es el único estado sin tipificar el feminicidio. Estás hablando de una simulación de autoridades en decir ‘sí ayudamos a las familias porque creamos la primera fiscalía de género que existe en el país’. Pero realmente en los hechos, en la investigación, en reconocer que precisamente se trata de un feminicidio, tratan de minimizar diciendo que estaba a altas horas de la noche, porque estaba en malas compañías, en el momento inapropiado.
“Para ellos una joven que fue torturada, violada, expuesta, ya no es un feminicidio; una joven que fue asesinada por el crimen organizado no les importa […] Entonces seguimos teniendo esa violencia institucional de manera preocupante y alarmante, no sólo desde el Ejecutivo sino desde los ministerios públicos, el trato que le dan a la familia, el mismo discurso en el que le dicen a las mamás: ´¿Qué ha investigado?, ¿qué es lo que sabe?´; ¡se supone que es al revés, vengo para que tú me digas, no para que me preguntes!”, agrega.
El gobierno, “enemigo en común”
Pese a que su figura y la de otras madres es un emblema nacional, Malú no se percibe con la misma fortaleza de años atrás. Dice estar más tranquila en el DF, pero no deja de extrañar su pueblo natal. Anhela su verdadero hogar, ese que fue construido por las propias manos de su abuela, donde actualmente permanecen todos sus recuerdos aprisionados y vigilados por el hampa.
“Siempre decía que no le tenía miedo a la muerte; que si me iban a matar algún día, mi muerte iba a servir para algo, para que más voces se elevaran en justicia. Pero después de ver cómo otras familias han tenido que dejar Juárez, que intentaron incendiar mi casa, de las mantas de los cárteles, que intentaron asesinar a mi mamá, que asesinaron a Marisela Escobedo, el miedo en mi familia”, apunta.
Para Malú la realidad del sector femenino se resume en un pasaje del libro en el que reconoce que no puede cumplir una promesa que le hizo a su hija: protegerla ante cualquier daño. “Yo no le podía prometer algo que no sabía si podría cumplir, que no estaba en mis manos, y por eso en ese momento me hice la promesa de que pese a los obstáculos con los que me topara en esta vida, iba a continuar en esta lucha. Por ella”.
—¿Para dónde va Ciudad Juárez?
—Es difícil saber para dónde va Juárez, pero Ciudad Juárez va para continuar donde siguen: desapareciendo y asesinando mujeres sin tener justicia. Si han pasado 20 años y sigue así, quién no te puede decir que van a pasar otros 20 y no va a estar peor […] todos tenemos un enemigo en común, y ese enemigo es el gobierno, porque es el mayor obstáculo que tenemos nosotros para poder lograr la justicia.
Fuente: Proceso
Autor: Alejandro Melgoza Rocha
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