Rara vez llegan las noticias de México a los medios europeos: a menudo no son suficientes los números de la narcoguerra o los datos de las desapariciones forzadas, o las terribles imágenes de las decapitaciones y mutilaciones para atraer la atención de los medios internacionales sobre la problemática mexicana. A menos de que se trate de Joaquín “El Chapo” Guzmán, la narcostar [narco estrella] cuyas hazañas han dado la vuelta al mundo rebotando de un periódico a otro, de un televisor a otro, de una red social a otra.
Desde el día de su recaptura, los medios de comunicación internacionales como los mexicanos, han seguido, paso a paso, episodio tras episodio, lo que ahora parece una telenovela cuyos ingredientes cinematográficos –el malo, la bella, la estrella del cine, la posible intriga pasional…– corren el riesgo de que se olvide todo el escenario criminal y económico detrás de esta historia. Pero mirando el asunto más de cerca, más en profundidad, nos damos cuenta por un lado de la fragilidad de un gobierno que espera más escándalos para seguir evitando confrontaciones; por el otro, la otra fragilidad de un jefe histórico que utiliza los medios de comunicación para su propio poder.
Políticamente, el gobierno de Enrique Peña Nieto ha explotado la detención de “El Chapo” para evitar dar respuestas a los ciudadanos mexicanos y a la comunidad internacional, quienes han estado esperando desde hace tiempo. La recaptura del capo más buscado del mundo fue una buena oportunidad para eclipsar el homicidio de Gisela Mota, la nueva Alcaldesa de Temixco, asesinada el 2 de enero del año en curso; fue la enésima oportunidad para evadir las preguntas sobre los 43 estudiantes de Iguala desaparecidos y de los cuales el Gobierno es ahora responsable.
Al mismo tiempo, el cortocircuito en que terminó “El Chapo” Guzmán es un ejemplo de la debilidad de la cabeza del Cártel de Sinaloa. ¿Cómo sabes cuando un líder se vuelve frágil? La fuerza de un capo y de un grupo criminal es mayor cuando no es facilmente visible, es mucho mayor cuando existe una especie de paz social que permite un crecimiento exponencial de sus negocios. Es cuando hay paz – y cuando hay una baja atención por parte de las fuerzas de seguridad y la comunidad internacional – que es posible un mayor crecimiento económico, el desarrollo pacífico de nuevas “líneas de negocio”. A pesar de lo que se pueda pensar, cuando un jefe y una organización disparan, asesinan, cometen masacres y llevan a cabo operaciones militares para unas estrategias internas a la organización (como castigar a los traidores) significa que están en un momento de debilidad. Por supuesto, la paz y el crecimiento no puede durar mucho porque – incluso si no están detenidos o muertos – los líderes envejecen y los de la nueva generación siempre estarán listos para la sucesión, que sólo en raras ocasiones no trae una contienda; sin embargo, siempre y cuando se pueda, es importante no llamar demasiado la atención y no hacer demasiado ruido. Y el ruido no sólo significa los disparos y las bombas, sino también los medios de comunicación.
La fuerza de “El Chapo” siempre había sido, hasta ahora, su invisibilidad, su capacidad de moverse en las sombras, su no existencia mediática, el respeto de aquel principio primero para un narcotraficante de drogas que había aprendido directamente de “El Padrino” Félix Gallardo: la no ostentación y el respeto de las reglas criminales. No hay ninguna necesidad de demostrar quien es el jefe, en la organización todo el mundo lo sabe y lo respetará automaticamente. Pero cuando esta función falla, ese es el momento en el que un jefe necesita ser protagonista, necesita salir de las sombras, hacer declaraciones públicas, operaciones simbólicas que lo llevan a las primeras páginas de los periódicos del mundo entero. Cuando el capo comienza a sentir que no lo es más, realmente necesita salir y comunicarle a los medios que él es la cabeza, que existe. Un jefe es frágil cuando los medios de comunicación no se hacen cargo de él, cuando es él que se acerca a ellos porque con su caja de resonancia pueden amplificar su poder que está disminuyendo, efectivamente, minado por las rivalidades internas y sucesores directos inadecuados. Esto explicaría la decisión de “El Chapo” de conceder una entrevista a Sean Penn y en esa ocasión de jactarse de ser el más grande traficante de drogas, el más eficiente para lavar el dinero, el mejor entre los malos. Una elección que resultó ser no sólo arriesgada, también desastrosa.
En los últimos años, mientras que “El Chapo” entraba y salía de prisión, el Cártel de Sinaloa no había sufrido perturbaciones significativas porque seguía teniendo un guía fuerte y mucho más discreto: “El Mayo” Zambada, el cerebro y, probablemente, el nuevo líder de la organización. De hecho, si el Cártel de Sinaloa se ha mantenido como la más poderosa organización en México se debe a su propia presencia, lejos de los focos y la atención a nivel internacional. Si en cualquier lugar es ahora conocido el nombre de “El Chapo” y sus fotos con camisas extravagantes han dado la vuelta al mundo, pocas personas conocen el nombre de su socio más importante y menos aún conocen su rostro. Es esta invisibilidad la que ha hecho la suerte de Ismael “El Mayo” Zambada y lo ha convertido en este último período en el verdadero sostén de la organización. El cártel ha sido capaz en los últimos años de gestionar el tráfico internacional, controlar el territorio, coordinar una política amiga y luchar contra los rivales sin comprometer sus equilibrios.
Como sucede a menudo en las organizaciones mafiosas, el mando debería pasar naturalmente a los hijos del jefe, por consiguiente a uno de los hijos de “El Chapo” Guzmán: pero tanto Iván Archivaldo como Jesús Alfredo parecen ser víctimas de exhibicionismo y incapaces de tener una visión económica, peculiaridades que no encajan en la personalidad de un jefe de la mafia. Amantes del lujo, de los coches hermosos y de las bellas mujeres, en las redes sociales lanzan mensajes amenazantes al gobierno y dan rienda suelta a su deseo de hacer alarde de ser matones, pero parece que tienen más seguidores en Twitter que la propia organización.
Iván Archivaldo y Jesús Alfredo recuerdan mucho a los hijos de la mafia italoamericana, que, como contó Joe Pistone, el agente del FBI que trabajó como infiltrado en la mafia de Nueva York, se emanciparon y se convirtieron en matones, debilitándose y alejándose de las reglas de la mafia, que son los pilares de la organización. Iván Archivaldo Guzmán no tiene poder económico, sabe gastar el dinero que le da su padre pero no sabe cómo producirlo, no puede establecer “reglas”, o sea prácticas criminales compartidas, respetadas en el nombre de su funcionamiento y el miedo. Iván Archivaldo sólo sabe amenazar. Jesús Alfredo no tiene una verdadera dimensión criminal, no conoce alguna disciplina y en los años no ha logrado convertirse en lo que su padre quería, o sea, quien interactuara entre la familia mafiosa y el mundo de los negocios. Iván Archivaldo iba a ser el heredero de su padre en el segmento militar y organizativo; Jesús Alfredo iba a encargarse de la política y los negocios: hasta la fecha han sido dos fracasos. No son capaces y no les ayuda su corta edad y la forma en que fueron criados en vicios y lujos. No tuvieron la juventud campesina de su padre, ni tienen la capacidad de construir consensos. Ellos saben sólo otorgar dinero y susto, cosas muy diferentes del carisma y del welfare state [estado del bienestar] de “El Chapo”.
Muchas personas creen que los dos hijos de “El Chapo” no tienen lo que se necesita y no gozan del respeto necesario para dirigir la organización, y es probable que al intentar hacerlo se desencadenara una pelea: por un lado los hijos de “El Chapo” y por el otro la vieja generación de Sinaloa, dirigida por “El Mayo”, que teniendo en cuenta los últimos acontecimientos, se mostró más fiable que su socio.
Nunca me convenció esa historia, ni he podido entender realmente los distintos pasos. Si realmente Zambada hubiera cooperado con la DEA, significaría envenenar los pozos en México para obtener agua clara en Estados Unidos. Pero hay muchas dudas acerca del relato de Zambada, que hoy sin embargo sigue siendo el conocedor del mapa financiero del Cártel de Sinaloa.
De todas formas, a pesar de la desafortunada suerte de “El Chapo”, a pesar del ruido mediático y del júbilo de la clase dominante sobre su arresto, el gobierno no logra convencer y no convence porque no es creíble un gobierno que ha decidido proyectar la imagen de un México que no habla de tráfico de drogas (excepto en el caso de que, por supuesto, hay que celebrar un arresto). No convence porque no basta con callar la plaga del País para resolverla. Peña Nieto, para mostrarse diferente de la gestión fallida de su predecesor Felipe Calderón, no quiere dar la imagen del sheriff que trata de erradicar el problema, quiere representar la imagen limpia y nueva de México. Pero el problema del narcotráfico no desaparece simplemente porque no se hable del tema. Sobre todo porque los números nos dicen lo contrario. El sexenio de Peña Nieto está demostrando algo dramático: 54 mil 421 asesinatos en los últimos tres años, y 2015 fue el año más terrible, con 18 mil 650 casos registrados. 54 mil 421 asesinatos son impresionantes, es como si en tres años un pueblo entero hubiera desaparecido. Este progresivo aumento de los homicidios se debe al hecho de que la represión llevada a cabo en los últimos años por las fuerzas del orden mexicana y la inteligencia de los Estados Unidos dirigida a los que hasta hace poco tiempo eran los grandes cárteles -como el Cártel del Golfo o el de Juárez o la organización de los Beltrán Leyva- no condujo a la disolución de estos cárteles, a su aniquilación, sino llevó, a menudo, a una propagación de metástasis de microcarteles, sedientos de poder y dinero. Esas estructuras más pequeñas que nacen de vacíos de poder, las pandillas fuera de control, en las que, a diferencia de los cárteles históricos que se basaban en el respeto de las reglas de la mafia, la única regla para ellos es no tener reglas, y no tener reglas no es una buena manera de hacer negocios.
Incluso, la iniciativa del Mando Único, cuyo Presidente Peña Nieto tenía entre uno de los puntos cruciales para combatir el tráfico de drogas, parece no haber tenido los resultados esperados, sea porque es difícil de ser aceptada por las autoridades locales (que ven al Mando Único como una inútil imposición y una pérdida de autoridad), o porque, como algunos expertos señalan, no es una garantía real en la lucha contra el crimen organizado. El Mando Único, de hecho, permite una centralización del poder y más control sobre los políticos locales, pero no elimina el problema de la corrupción que puede ser generalizado a todos los niveles, municipal, estatal y federal. Me parece que detrás de este deseo de centralización de poderes en materia de seguridad pública haya en realidad un deseo de descentralización de la responsabilidad moral y de alejamiento del problema narcotráfico del gobierno central, es decir: sólo los políticos locales son corruptos, sólo los gobiernos locales no saben solucionar la cuestión criminal pero nosotros de las altas esferas somos limpios y eficientes. Alejar la plaga del narcotráfico de la imagen de México parece ser la verdadera estrategia antidrogas del gobierno de Peña Nieto y el Mando Único no hace más que aumentar la brecha que ya existe entre el gobierno y el pueblo mexicano.
Antes de emprender cualquier tipo de lucha contra el narcotráfico debemos emprender una lucha contra la corrupción, el principal problema real de México. Es difícil imaginar una lucha contra la corrupción sin la construcción de un mecanismo donde la honestidad es conveniente y no sólo una elección moral. No es una misión simple. Los narcotraficantes mexicanos tienen una cantidad de dinero líquido como para comprar un banco en California sólo para lavar sus narcodólares, como lo venía haciendo “El Chapo”. Esta noticia salió en México a finales de diciembre, pero fue ignorada por la prensa internacional; sin embargo, el hecho de que los ingresos de los narcos de la droga pueden comprar empresas, traficar con armas, liderar el mercado de bienes raíces, hacer importantes transacciones financieras y bancarias en el extranjero no puede quedar confinada a los periódicos locales o para las publicaciones financieras. El dinero del Cártel de Sinaloa se lava, como se ha demostrado en varias investigaciones, en los Estados Unidos, en Londres y –noticia de los últimos días– en Suiza y Liechtenstein. Por esto, el problema mexicano nos concierne a todos, porque nos afecta a todos. Por ello, la comunidad y los medios internacionales tienen el deber de apoyar a México, que no puede por sí solo hacer frente a una plaga que medio mundo contribuye a alimentar. El Gobierno mexicano, sin embargo, tiene una obligación para con la comunidad internacional: en primer lugar, dar respuestas sobre lo que le pasó a Iguala. Es inaceptable que en un país civilizado 43 estudiantes desaparezcan en el aire después de ser arrestados por la policía y que no se sepa nada. Es inaceptable que en el Estado de Derecho (utilizando las palabras del Presidente en la recaptura de “El Chapo”) desde 2006 han desaparecido más de 25 mil personas. ¿Qué confianza pueden tener en el Estado las madres, padres, hermanos, amigos que han visto a sus seres queridos desaparecer en cualquier momento y sin ninguna explicación real? ¿Qué confianza puede tener sus conciudadanos? Hasta terminar con la impunidad, uno de las columnas pilares de la República Mexicana, no se podrá hablar de vientos de cambio en México, ni de alguna misión cumplida, ni de algún Estado de derecho.
No hablar, evadir preguntas, evitar dar respuestas, y no preservar el poder político, sólo consigue entregar el poder en las manos de la delincuencia organizada. Porque cuando no se habla de las mafias, ese es el momento en que son más fuertes que nunca. Cuando la política haya entendido esto y no tenga miedo de hablar del mal que quiere luchar y erradicar, entonces habremos elegido el camino correcto.
Por supuesto que no auguran nada bien los informes recientes sobre las investigaciones en curso en España sobre el ex Gobernador de Coahuila y ex presidente nacional del PRI, Humberto Moreira por lavado de dinero y vínculos con Los Zetas, pero el error que no se debe hacer es ver hoy hacia México y pensar que entre el Congreso y los narcos no hay diferencia, que la policía es una emanación directa de la voluntad de los narcos, que cualquiera que tenga algo que ver con la política y con la aplicación de la Ley es necesariamente corrupto: Se trata de una visión típica del radicalismo más ingenuo. La situación es mucho más compleja que esta aproximación trivial.
Los cárteles mexicanos han intentado y todavía tratan de jugar el papel de anti-Estado, el Estado en el Estado, obligado a tomar medidas para superar las deficiencias de un gobierno para el pueblo y para asumir su lugar imponiendo sus propias leyes. Por ejemplo, la Familia Michoacana nació precisamente para pregonar esta misión de protección y defensa de los más débiles, a raíz del paramilitarismo sudamericano, luego giró rápidamente (al igual que los paramilitares en América del Sur) en una copia – si es posible aún más despiadada – de las organizaciones que querían enfrentar. Varias veces los cárteles de narcotraficantes mexicanos han intentado llegar a un acuerdo con las autoridades al igual que las guerrillas en América Latina. El más famoso es probablemente la petición de Servando Gómez Martínez, “la Tuta”, que intervino personalmente en 2009 durante el programa de televisión Voz y Solución para proponer un acuerdo con el gobierno de Calderón: “Queremos que el señor Presidente de la República, el señor Felipe Calderón, sepa que no somos sus enemigos, nosotros le estimamos al señor… estamos abiertos al diálogo… no queremos que Los Zetas entren a Michoacán… lo que queremos es paz y tranquilidad, sabemos que somos un mal necesario… queremos llegar a un consenso, queremos llegar a un pacto nacional…”. Lo que se desprende de estas palabras es que las organizaciones mexicanas ya ni siquiera sienten la necesidad de fingir ser otra: no ocultan sus actividades, el tráfico de drogas, así como no lo escondió “El Chapo” en la entrevista con Sean Penn.
Siempre sostengo que la legalización de las drogas es la única manera de combatir el tráfico de drogas, pero lo que parece ocurrir en México es que los narcotraficantes están tratando algún tipo de legalización, de reconocimiento oficial por parte del Estado. Los narcos ya están tratando obtener algún tipo de legalización de su trabajo, delegando en grupos más pequeños las gestiones violentas. Esta cinética aún no ha sido completamente aclarada, pero parece ser lo que ocurrió después de la explosión del cártel de los Beltrán Leyva, del que los Guerreros Unidos parecen ser una emanación militar que se ocupa de las operaciones más violentas en las calles, y lo mismo sucedió con Los Rojos, promulgación del Cártel del Golfo. Y luego nacieron grupos como Los Viagras, entidad entre vigilantes y organización criminal, que están empeorando la ya difícil situación en Michoacán. Estas células parecen ir en la dirección que describimos, donde los cárteles asumen el rol puramente de negociación económica y política. En esta dirección están todos, con la excepción de Los Zetas que destacan por sus particularidades sangrientas.
Por eso, porque creo que sólo poniendo una atención constante de lo que está ocurriendo en México y sólo con una alianza con la sociedad civil mexicana se puede tratar de detener este estado de silencio que cayó sobre los cárteles, con la excepción de los momentos de espectáculo internacional. Que México esté en las manos de la iniciativa empresarial criminal es útil para una gran parte del sistema financiero mundial y denunciarlo es la única posibilidad de impedir que eso sea la herida abierta de Occidente que haga drenar el dinero del tráfico de drogas en su sistema linfático legal. No pueden hacerlo sólo los periodistas mexicanos.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: ROBERTO SAVIANO.
LINK: http://www.sinembargo.mx/01-02-2016/1608013
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