“Mi mamá les dijo a los policías que no dispararan porque llevaba niños, pero no le hicieron caso y sacaron sus pistolas. Sólo me acuerdo que a mi hermano le pegaron un tiro en la cabeza y le atravesó la bala. Yo estaba junto a él. A mi mami la intentamos cargar para llevarla a la batea, pero ya pesaba mucho y se nos resbalaba con la sangre”, cuenta Héctor, un pequeño de nueve años, a sus compañeros de primaria.
Los niños le llevan flores blancas de crisantemo y lo llenan de abrazos. Casi no entra a la sala de su casa: allí solía ver películas con su familia y hoy se exponen dos féretros de cedro que lo llevan hasta el llanto. Se trata de Ricardo Sarro López, de 18 años, y Axaharim López Ronquillo, de 34 años. Ambos murieron a quemarropa el pasado lunes 13 de junio con armas de fuego sujetadas por policías municipales de Martínez de la Torre, Veracruz. Tema que para la Fiscalía General del Estado, se trató de una confusión.
Y no hay más pesquisas.
Ya en el fondo del patio arenoso está el padre de Héctor, don Francisco Sarro Vaillard, un charro acostumbrado a montar toros y soportar temperaturas infernales en las cosechas de tomate. Hoy es un hombre desahuciado, su mirada está perdida en el infinito.
Apenas se levanta de su asiento para recibir las condolencias. El contorno de sus ojos lo marcan ojeras rojizas tras 48 horas de sin dormir ni comer, recreando la escena y las 25 balas que impactaron contra su primogénito y su esposa, cayendo en cuenta que ya nada puede hacer.
Si se levanta a compartir su desgracia es para exigir justicia y evidenciar a los servidores públicos de su municipio. “Los policías ministeriales me trajeron a firmar unos papeles. Pero pendejos no somos, eran hojas en blanco. Además, el presidente municipal, Rolando Olivares Ahumada, ha declarado que ya se comunicó con la familia. Eso es mentira. A mí nadie me ha hablado. Nadie ha venido a ayudarnos”.
Comparte el viudo de 35 años, mientras arrastra una silla de plástico para relatar lo sucedido el pasado lunes, la noche que policías municipales no les marcaron el alto ni les pidieron salir del vehículo con las manos arriba. Menos les importó que hubiera menores adentro. Vaciaron su cargamento y luego se echaron a correr.
“FUE UNA SALIDA FAMILIAR”
“Fuimos, como cada año, a la feria de San Antonio Rayón, en Jonotla, Puebla. A todos nos gusta el jaripeo. Vimos las carreras de caballos, mis hijos los más pequeños se divirtieron en el brincolín. Todo iba bien hasta que cayó la noche y las torretas se encendieron detrás de nosotros. Los peritos dicen que fueron 25 disparos contra el parabrisas”, introduce don Francisco a la historia de terror en el norte veracruzano.La familia ocupó sus lugares en la camioneta a las 14 horas; al volante iba doña Axaharim; de copiloto, don Francisco; en la parte trasera, tres de sus cinco hijos, de izquierda a derecha: Aimé de 15 años, Héctor de 9 y Ricardo de 18.
La tarde en tierras poblanas concluyó como los cinco esperaban: aplaudieron las suertes de charros con sus lazos y apostaron a jinetes sobre caballos pura sangre. Antes de volver compartieron su última comida en la plazuela del pueblo. Fue alrededor de las 21 horas cuando decidieron regresar a casa. Ahí la noche trágica inició.
Doña Axaharim no pisaba el acelerador a más de 90 kilómetros por hora, don Francisco, cabeceaba por el sueño; ya sereno, pues su domicilio estaba a unos 20 minutos de distancia. El reloj en los celulares marcaban las 23 horas.
“En eso vimos que una camioneta color blanca nos rebasó, iba a exceso de velocidad, yo ni hice caso en un principio, pero a los dos minutos mi mujer me movió la pierna y dijo, “Paco, algo explotó atrás en la camioneta”, luego gritó espantada: “Paco, son balazos, nos viene persiguiendo la policía”.
Don Francisco, mientras traga saliva y cierra los ojos tras recordar, continua con el relato: “Yo le dije párate, párate, porque si no nos van a seguir tirando. Nos detuvimos y dos patrullas nos cerraron el paso, las número 030 y 031. Todavía apagaron las torretas, vi que eran seis policías, vi que tampoco se detuvieron y cargaron cartuchos”.
“TODO PASÓ EN UN MINUTO”
“Fue un minuto, poquito menos, lo que duró la emboscada. Sonaban tres, cuatro balazos, paraban y volvían a cargar, yo les decía a mis hijos, agáchense… y tiros y tiros y tiros. Todos estábamos agachados, pero mi mujer se enderezó y dijo que se detuvieran por los niños. Fue lo último que alcanzó a hablar. Ahí me la mataron”.
“Cuando terminaron de disparar los polis se nos acercaron, yo me quedé paralizado, creí que nos iban a matar a todos, pero cuando me vio se sorprendió y se echó para atrás. Luego se dio la vuelta y todos salieron corriendo”.
“Le dije a mis hijos que me ayudaran a llevar a su madre a la batea para atenderla, pero yo le vi el rostro y la sangre. Se fue inmediatamente. Entonces corrimos a donde estaba Ricardo, pero tampoco, quise moverlo y su cabeza se fue directo contra el siento”.
Sesenta segundos bastaron para acabar con la vida de dos personas. Sin embrago, según comparte don Francisco Sarro, los cadáveres de los suyos permanecieron tres horas sobre el asfalto de la carretera federal Amozoc-Nautla, en la congregación Emiliano Zapata.
SOÑABA CON SER FEDERAL DE CAMINOS
De vuelta al sepelio en la casa de los Sarro López, a uno de los féretros de cedro lo custodian cadenas de estudiantes del telebachillerato de Puntilla Aldama, jóvenes uniformados lloran al “Charris” o al “Rica”, como lo conocieron en las aulas. Un joven llevadero, impaciente por iniciar su carrera profesional comerse al mundo.
Para hablar del finado, Felipe Castañeda Iturbide se ofrece; lleva un lirio blanco en sus manos y tres años de recuerdos como su alumno, suficiente para exigir justicia ante los micrófonos, preocupado, dice, de la inseguridad que asedia a los jóvenes de la región.
“Fue un joven aplicado, de promedios arriba del 9. Con sueños, como cualquier chamaco. Varias veces me pidió que lo orientara pues planeaba con un empleo como federal de caminos. Yo le dije que le convenía cursar el área de humanidades para perfilarse en lo que quería desde la preparatoria”,“Los jóvenes deben andar con cuidado, es peligroso por acá, sino son asaltos son accidentes”, comparte el profesor, antes de pasar lista y gritar el nombre del estudiante con el folio 014IB054, asentado en su credencial que se expone sobre un altar floreado.
AXAHARIM, LA MADRE
Don Francisco pide disculpas y se dedica a secar su llanto. No puede hablar de su amada, sólo muestra una foto en la pantalla de su celular donde se le ve sonriente a la mujer de 34 años, de ojos color miel, cabello corto y piel canela. La misma que hace dos décadas alebrestó al charro de la barba de candado, el mismo que hoy está desecho.
Ante el ánimo de don Francisco le ayuda Aimé, de 15 años, quien junto su hermana se han dedicado a acomodar las cajas de aceite y pan que la gente obsequia para los gastos que implica el funeral. La adolescente comparte mientras talla el hombro de su padre:
“La recuerdo jugando con nosotros voleibol, planchando nuestros uniformes, diciendo que no nos desveláramos para llegar a tiempo a la escuela. Mi mami era una persona alegre. No me gusta entrar a verla en la sala. Adentro de una caja, no”.
Palabras, que apenas la zozobra y el estado anímico describen a las dos personas asesinadas por policías municipales de Martínez de la Torre. Esta tarde sus cuerpos fueron sepultados en su comunidad, Sanzapote, San Rafael, Veracruz, donde el pueblo entero ya camina hacia el camposanto con veladoras y prendas oscuras.
FUENTE: SIN EMBARGO/BLOGEXPEDIENTE.
AUTOR: REDACCIÓN/MIGUEL ÁNGEL LEÓN CARMONA.
LINK: http://www.sinembargo.mx/16-06-2016/3054966