CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Si yo fuera un Walmart no sabría cómo administrarme le estaba diciendo a alguien que se había tomado la molestia de llamarme para comentar las declaraciones del rector del Instituto Tecnológico de México, el ITAM.
Era 6 de junio y lo dije porque la idea millonaria de los neos es, si acaso, que los estudiantes deben servirle a las empresas –así se ahorran invertir en ellos, ya que la mayoría de las escuelas se sostiene con recursos públicos– y que la educación es como un Walmart. Lo dicho por el rector del ITAM –algunos de cuyos egresados han sido buenos vendedores de los bienes de la nación a sus amigos– era de una vulgaridad de cuartel: “(Los maestros inconformes son) un animal herido de muerte, que lanza gruñidos y zarpazos a diestra y siniestra; se trata de una organización política que agrupa a un gremio radical formado en una ideología guerrillera, rémora de lo peor de nuestro pasado político”. Lo dijo en un acto de un banco y del secretario de Educación. Otros opinólogos habían retado a la inteligencia con llamados a reprimir a los profes sobre la base de que “el gobierno no les tuviera miedo” (la testosterona como política pública), pero nadie recordó “el peor pasado político” como el rector del ITAM, de donde egresaron los Carstens, Aspes, Videgarayes y hasta Sotas (aunque ella, me dicen, no terminó): su discurso era el del general Hermenegildo Cuenca Díaz contra “la subversión” en los años setenta. Se habían alineado los polos: del lado más beligerante –el que maneja a la policía– una idea desdeñosa de la educación pública (un animal herido), de la labor de los maestros (ideología guerrillera, cosa que no existe porque hay guerrillas de derecha, religiosas, sicóticas) y de qué podría hacerse con los inconformes de la “reforma educativa”: exterminarlos. Quisieran que la educación pública se manejara como un Walmart que divide a sus empleados en tres: los competitivos, los aterrorizados y los perdedores. Según las ideas de Mexicanos Primero, la organización empresarial que lanzó la campaña de odio contra la educación pública, los estudiantes son “alumnos” y, en realidad, “emprendedores”, “gerentes”. Cada uno debe ser un Walmart. Por eso dije:
–Si yo fuera un Walmart no sabría cómo administrarme.
Luego llamó Paco Taibo, agitado como siempre. Sentía la misma impotencia cuando escuchamos la propaganda contra la educación pública: los maestros son flojos; estar sindicalizado es “buscar privilegios” –“beneficios indebidos de vividores”– rector says; y la cantaleta del diazordacismo reloaded de que la disidencia debe estar manipulada por intereses ajenos a la idiosincrasia de la patria que, para todo fin práctico, es el Paraíso o vamos rumbo a (“En 20 años”, le calcula el rector del ITAM, vendrá “el México próspero”, es decir, cuando él tenga 83 años).
–Vamos a escucharlos –me propone Taibo.
El género que más practican los escritores no es el cuento, la novela o la poesía. Es la excusa. Pero esta vez me sentí obligado a aceptar: ante la demanda de diálogo de los maestros, el secretario de Educación había puesto como condición que aceptaran de antemano declinar sobre el tema a dialogar. Luego, si bien no manda sobre los profes, parece que sí es el jefe de los policías. La reforma educativa es un examen entre gases lacrimógenos.
A las cinco de la tarde llegamos unos cincuenta escritores a las puertas del Café Habana. En el camino pensé en una paradoja: los neos insisten en “desregular” los mercados –creen que la educación, la salud o el agua son mercancías– pero llenan todo con reglamentos, supervisiones, evaluaciones, monitoreos, cámaras, periscopeadas. Ante la falta de autoridad y confianza que su sistema ha generado imponen algo medible, es decir, números, cifras que ellos creen son incontestables. Una de las consecuencias de imponer números es que la opinión de las personas ya no importa y la gente ya no se compromete con su trabajo ni se hace responsable. Ya no tendrán maestros sino contestadores de opción múltiple. La idea de educación de los Mexicanos Primero es que las escuelas públicas ya no importen: nadie necesita ciudadanos críticos o sensibles; lo que se requiere es alumnos “flexibles” porque la educación debe residir en el trabajo y ya no en las escuelas.
Es 9 de junio. Nos vamos caminando hacia el campamento de los maestros inconformes en La Ciudadela. Curioso que la policía capitalina los replegara justo adonde comenzó la represión que dio origen al movimiento de 1968. Se sientan en una herradura delante de nosotros. Son de Michoacán, de Oaxaca, del Defe, de Guerrero o de un tiempo en que la memoria se usaba para lo sensible: “Un poema, una canción… los jubilados en acción”, gritan los maestros activos desde los sesenta. Lo que escuchamos es la historia de la disidencia magisterial: precariedad laboral, represiones, desdén. Se ven cansados. Discuten, planean, resisten –luchar es aprender a soportar los tiempos muertos– y duermen bajo lonas de plástico muy delgado, soportadas por endebles tubos de PVC que insisten en resbalarse. No sé cómo van a aguantar los aguaceros. Sobre las evaluaciones impuestas nos dicen:
–No tenemos derecho a revisión de examen para preguntas que no pueden contestarse con un simple “sí o no”. Si lo pasas, sólo tienes trabajo por otros cuatro años. Es un examen para castigarnos, no para evaluarnos.
–Tenemos 8 mil despedidos, entre cesados y amenazados. Otros 5 mil no han podido cobrar su sueldo en 10 meses.
–Con los certificados de infraestructura (CIEN) la iniciativa privada construye las escuelas, pero es con bonos en la Bolsa de Valores. Esa deuda la van a acabar pagando los padres de familia.
–La educación –dice un maestro bilingüe del náhuatl– es una forma de sentir el mundo. Eso no puede estandarizarse.
Antes de que baje el sol, los maestros se despiden de los escritores: se toman fotos, se autografían libros, se dan abrazos. Mentir convincentemente y no sentir es algo que aprecian mucho los gerentes de Walmart. Y en eso, también, disentimos.
Dos días después son detenidos dos líderes del magisterio. Desde hace tiempo los gobernantes confunden la autoridad con el uso de la fuerza pública. Lo nuevo es que el poder es ya un callcenter: sin rostro ni ubicación, hecho para contestar pero no para dar respuestas. No sé hacia dónde vamos. Lo único que sé es que no sabría vivir en un Walmart.
Fuente: Proceso
Autor: Fabrizio Mejía Madrid
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