En agosto, el mes previo a su cuarto informe de gobierno, Enrique Peña Nieto alcanzó su nivel más bajo de aprobación popular, lanzado a un tobogán vertiginoso tras sus escándalos de presunta corrupción, conflictos de interés y conductas antiéticas. Todo en medio del agravamiento de la violencia y de las violaciones a los derechos humanos en todo el país, y en un entorno de desastre económico nacional sin precedentes.
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hizo bien el presidente Enrique Peña Nieto en cambiar el formato de la presentación pública de su cuarto informe de gobierno, el 1 de septiembre.
Nunca un presidente de la República, al menos en la historia reciente del país, había llegado con tan pésimo balance de su gestión a estas alturas del sexenio. Por eso, nada podría decir Peña Nieto en un mensaje tradicional de logros y avances; de noticias de un futuro mejor para los mexicanos.
No los hay.
Sí, por el contrario, el presidente de las reformas estructurales, el de la transformación y modernización del país, el que llegó con vitalidad, fuerza y energía en un momento que se creía de gloria y que señalaba un futuro promisorio para el país –Mexico’s moment, se decía en el extranjero–, llega, por decir lo menos, empequeñecido.
Ni la sombra del que asumió la Presidencia el 1 de diciembre de 2012, con todas las bendiciones y expectativas posibles, dentro y fuera del país.
Peña Nieto arriba a su informe de este jueves con el índice de aceptación popular más bajo, jamás visto para un presidente, marcado por la corrupción; manchadas de sangre las manos; incapaz de reducir los índices de inseguridad pública; ineficaz para abatir la delincuencia organizada y, en particular, el narcotráfico.
Y lo peor, en materia social y económica su gobierno arroja los peores resultados, comparado con los tres que lo antecedieron. Han sido insignificantes sus esfuerzos para bajar la desigualdad social y la pobreza. La economía ha registrado el crecimiento más mediocre de los últimos 25 años. El ejercicio del gasto público ha sido en extremo oscuro; crece y crece, pero no contribuye al crecimiento de la economía. Las finanzas públicas se llevan tan “en orden” que la deuda pública ha crecido más de10 puntos porcentuales del Producto Interno Bruto (PIB) en lo que va del gobierno, una velocidad de endeudamiento que no se veía desde José López Portillo.
Esto último ha traído como consecuencia que, apenas la semana pasada, dos de las grandes calificadoras internacionales, Standard & Poor’s Global Ratings (S&P) y Moody’s Investors Service, hayan bajado la perspectiva de largo plazo del gobierno mexicano, de “estable” a “negativa”.
Eso quiere decir, en términos llanos, que los mercados financieros le han perdido la confianza al país en su conducción económica, sobre todo de la política fiscal, que comanda Luis Videgaray Caso, el titular de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (CHCP).
Fuente: Proceso
Autor: Carlos Acosta Córdova
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