El 26 de Septiembre indudablemente tendrá su propio capítulo en los libros de historia. El mundo lo recordará como el muchas veces impensado día en el que Colombia decidió dejar atrás una despiadada guerra que dejó una larga estela de dolor y muerte. El momento en el que América Latina eligió la paz.
Naturalmente, nadie quiso perderse la oportunidad de ser parte de todo aquello, ver al Presidente Colombiano Juan Manuel Santos y al líder de las FARC, Rodrigo Londoño, firmar ese acuerdo que cambiará la historia.
Enrique Peña Nieto fue uno de ellos. El Presidente Mexicano dijo que su país quería ser testigo de aquel momento histórico.
Pero si Peña Nieto hubiera estado esa noche en el Palacio Nacional en la ciudad de México, hubiera recordado que hace dos años, otro 26 de Septiembre había pasado a los libros de historia de su propio país, pero por las razones equivocadas.
Si hubiera estado en el balcón del Palacio Nacional, hubiera visto a cientos de personas rodear el majestuoso Zócalo, los hubiera escuchado gritar con todas sus fuerzas 43 nombres una y otra vez, hubiera tenido que enfrentar el dolor de 43 familias suplicando justicia hasta las lágrimas, hubiera olido el aroma de la frustración, de la rabia, de la incontrolable angustia que viene de la mano de una ausencia monumental.
Pero Enrique Peña Nieto decidió no estar ahí. Para el mandatario mexicano, ser testigo de la paz en un país cercano fue infinitamente más importante que enfrentar el trauma de la injusticia en el suyo, asumir su rol y trabajar para asegurar la justicia.
Decidió que era más adecuado prometer, nuevamente, esta vez desde Cartagena, que la investigación sobre la desaparición forzada de 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, Guerrero que tuvo lugar hace dos años continuará hasta que se encuentren todos los responsables.
Pero las cientos de personas que ocuparon el centro histórico de la capital mexicana no estuvieron de acuerdo.
“Cuando pienso en Ayotzinapa siento rabia, tristeza, porque estas son situaciones que ocurren todo el tiempo y hay un gobierno muy cínico que no acepta sus errores”, me dice Astrid, una estudiante de Filosofía de 22 años mientras camina hacia el Zócalo, frente al Palacio de Gobierno.
A su alrededor, decenas de otros estudiantes sostienen carteles, cantan, gritan, cuentan hasta 43, se enojan. Muchos dicen que si no hubieran sido desaparecidos, los 43 estarían aquí, marchando con ellos por alguna otra causa.
Muchos de los que marchan tienen la misma edad de los 43. Saben que podrían haber sido sus nombres los que tantos otros ahora gritan.
“El gobierno nos tiene miedo a los estudiantes porque estamos informados, porque nos involucramos. Es deprimente que no hagan nada para resolver los problemas,” dijo Paola, otra estudiante de 22 años.Todos se preguntan dónde está el presidente. La ausencia de Enrique Peña Nieto simboliza la actitud que sucesivos gobiernos mexicanos tienen sobre los derechos humanos: Esconder, ignorar, olvidar.
El catálogo de fallas que ha cometido este gobierno desde que los 43 estudiantes de la Escuela Rural de Ayotzinapa fueron desaparecidos es tan vasto que se necesitarían decenas de páginas para listarlos. De hecho, el último informe del grupo de expertos designados por la Comisión Inter Americana de Derechos Humanos resume algunas de ellas en 500 hojas – y no fue suficiente para mencionar muchas de las maniobras de las autoridades para asegurar que la verdad nunca llegara a la luz.
Ayotzinapa es uno de los ejemplos más recientes de la crisis de derechos humanos en la que México se encuentra sumergido desde hace décadas, pero no es el único.
Las cientos de personas que transitaron las calles de la capital Mexicana anoche representaban, cada una, algunos de aquellos problemas: la pobreza extrema, la desigualdad, la falta de inversión en la educación, los alarmantes niveles del uso de tortura, por nombrar algunos.
Para cada una de aquellas personas también representa la esencial persistencia que surge de la profunda necesidad de justicia. La persistencia sin la cual la crisis de derechos humanos en México sería una catástrofe.
“Estamos como si fuera el primer día,” grita Joaquina Sanchez García, mamá Martín Getsemany. “Pero no nos vamos a cansar nunca. Vamos a ir a todos lados y lo haremos por el amor a nuestros hijos. Porque vivos se los llevaron, vivos los queremos”.
FUENTE: SIN EMBARGO/ELDIARIO.ES.
AUTOR: REDACCIÓN.
LINK: http://www.sinembargo.mx/29-09-2016/3098069