Salió por la puerta P de la Terminal 2 del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM), con la mirada cansada, de bermuda café, sudadera gris, tenis y, en la mano derecha, un pequeño costal blanco como toda pertenencia. Dobló de inmediato en dirección a la sala de llegadas y sólo de reojo notó a la promotora de la Secretaría del Trabajo de la Ciudad de México que, en segundos, lo abordó para tomarle datos.
–Ya llegaste a la Ciudad de México, y eres bienvenido, ¿vale? ¿Me das tu nombre, por favor? –le pide Beatriz Camacho, inclinada para apuntar en su hoja de registros.
–Daniel Alvarado Jaramillo –le responde el recién llegado.
–¿Por qué fue que te repatriaron, amigo?
–Por no tener documentos.
–¿Dónde te agarraron?
–En Louisiana.
–¿Andabas en la calle? ¿Trabajando?
–Trabajando.
–¿Dejaste familiares allá?
–Sí, mi esposa y mis hijos.
Tiene 28 años, es originario de Guerrero y fue deportado ayer por la mañana de Estados Unidos. Es también el primero de los 135 mexicanos retornados en el vuelo del lunes pasado que abandonó la sala del Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México en la que, por más de una hora, los registró el Instituto Nacional de Migración (INM).
Escueto, cuenta ante los periodistas que duró tres años en el otro lado de la frontera, que trabajó en la construcción, que cruzó con un coyote por Laredo, Tamaulipas, que se fue por falta de un buen trabajo y que, antes de migrar, vivía en la frontera coahuilense de Piedras Negras como despachador de una tienda Oxxo.
–¡De un Oxxo! –repite como acentuando la precariedad del puesto.
Se le ve aturdido y agotado. En el AICM lo esperaba desde hacía horas su cuñado, Ignacio Cruz, quien había contado que el migrante tenía el plan de volver a cruzar la frontera en cuanto pudiera. Alvarado, sin embargo, responde a los medios no saber cuáles son sus planes y sólo desea querer llegar a casa. Una pregunta final sobre los detalles de su estancia de mes y medio en el centro de detención termina por quebrarle la voz y enrojecerle los ojos antes de su último comentario: “Pues tratan bien, pero pues… tratan… lo encierran a uno”.
Como él, otros 18 repatriados fueron ayer entrevistados por el personal de la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo de la Ciudad de México que, desde hace dos años, ofrece seguros de desempleo por 2 mil 264 pesos y seguimiento a su retorno a México.
Las cifras de retornados son las mismas desde hace dos años, dice Beatriz Camacho, de 405 personas por semana en tres vuelos que aterrizan cada lunes, martes y jueves desde al menos 2014.
La diferencia desde el triunfo del ahora Presidente Donald Trump, comenta la empleada del Gobierno capitalino, es que cada vez llegan personas más jóvenes, incluyendo estudiantes que, hasta este año, habían sido beneficiados por el Programa de Acción Diferida para Jóvenes, conocido en inglés como DACA.
Los vuelos son parte del programa Somos Mexicanos, del Instituto Nacional de Migración y que promovió el Presidente Enrique Peña Nieto el pasado 8 de febrero, cuando acudió a la misma terminal del AICM y, en privado, de acuerdo con reportes de prensa, les “ofreció todo el respaldo del Gobierno de la República” y les aseguró que México es “una tierra de oportunidades”.
El respaldo que les da programa al llegar, sin embargo, son sólo una “constancia de repatriación”, la Cédula Única del Registro de Población, afiliación al Seguro Popular y, como cargaban ayer los repatriados, una bolsa con una botella con agua, un pan blanco, una manzana y un jugo procesado.
CON MEJORES SUELDOS, NO NOS IRÍAMOS
Ninguno, además, dijo tener una idea clara de lo que haría en su regreso y, para todos, la falta de empleo y, sobre todo, los bajos salarios, habían sido los motivos de la partida, algunos hace casi 20 años.
“Si los sueldos fueran mejores, no nos iríamos. El Presidente tiene que hacer algo al respecto y no lo está haciendo”, dijo José Feliciano López Díaz, también repatriado ayer y detenido el mes pasado en Nashville, Tenesse.
Para nadie, tampoco, la experiencia en Estados Unidos se mide sólo en ganancias económicas. El estrés de evitar las detenciones les resta movilidad y los mantiene, como narró Germán Caballero, de 47 años y también repatriado ayer, temerosos y encerrados.
“El ambiente está muy tenso ahorita. La gente tiene mucho miedo, y ya no quieren salir a manejar, porque ahora con una infracción de tránsito ya los van a levantar, y creo que la gente va a regresar”, dijo el recién llegado después de 18 años de trabajo en los campos de cultivo del Estado de Washington.
La zozobra para la población mexicana en Estados Unidos se agudizó a partir de noviembre, cuando el empresario Donald Trump ganó la Presidencia de Estados Unidos y, de inmediato, reforzó su discurso contra la migración y a favor de la construcción de un muro en la frontera.
A varios, empezando por quienes tenían infracciones aun sólo de tránsito, como a Caballero, fue entonces el personal de la Policía de Migración (ICE) a buscarlos a sus casas.
“Eran las 5:30, hace como un mes. Salgo de la casa, arreglo toda mi troca para ir al trabajo, con todas mis herramientas y, al momento de abrir el portón, ellos se meten”, narró.
“Yo no pensé que era migración, pero cuando me llama y me volteó, ya me muestra que es del ICE, y entonces ya me detiene y me dice: ‘tu has sido deportado’”, agregó.
Dentro quedaron sus dos hijos adolescentes y su esposa, con quien su último contacto fue cuando se acercó a decirle a través de la puerta que había llegado el ICE y que no abriera. De ahí, fue enviado a un centro de detención del Estado de Alabama y luego a otro en Luisiana, donde de otros mexicanos escuchó el mismo plan que dijo tener él: quedarse en México ante el clima de persecución en Estados Unidos.
“Porque ahora, si regresan, van a pagar dinero para los coyotes y después con una cosa pequeña los van a volver a deportar; entonces, no se puede”, explicó.
Quedarse también es la única opción que dijo ver Rogelio San Juán, de 35 años, originario de Guerrero, también repatriado ayer y para quien la peor parte de la experiencia fueron los 13 meses que pasó en centros de detención del Estado de Washington, Texas, Luisiana y Alabama: “Mi señora tenía semanas de embarazo y nació mi hijo sin conocerlo, sin mirarlo, y ahora pos me deportaron”.
Nervioso en su regreso y con el plan de probar suerte en la Ciudad de México como primer opción, Sanjuán recordó que hace casi dos décadas partió de su natal Pochahuizco, Guerrero, “a buscar una vida mejor”.
El sueño, sin embargo, dice ahora, no es lo que esperaba, porque el personal de ICE “tratan mejor a un perro que a una persona”, dice.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: SANDRA RODRÍGUEZ NIETO.
LINK: http://www.sinembargo.mx/21-02-2017/3156699