El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, firmó una orden ejecutiva para planear y, en consecuencia, dar vida material al polémico muro entre su país y México. Hizo lo propio con el programa conocido como Obamacare, una estructura asistencialista en materia de salud.
En México se desató una campaña para condenar las acciones de ese mandatario: la clase política convoca a “la unidad”, pero resulta que los convocantes lo hacen sólo para preservar sus escandalosos privilegios utilizando al pueblo como carne de cañón.
El divorcio entre el gobierno de Enrique Peña Nieto y el pueblo es tan grande que hace inviable esa “unidad” en beneficio de quienes todo lo tienen y no lo quieren perder. Es como si el violador y la persona violada salieran juntos de la mano a realizar una serie de actividades para lograr “la unidad”.
El gobierno mexicano y la partidocracia han empezado a poner en práctica lo que se llama “pánico moral”, al identificar a Trump como el autor de todos los males que ocurren en el país. En esa misma dirección se dirigen varias operaciones psicológicas para desviar la atención de la sociedad mexicana y crear una demonización del gobernante estadunidense.
Después de hacer una exhaustiva búsqueda en tratados, convenios internacionales y convenios bilaterales, puedo afirmar que no hay soporte jurídico alguno que impida a Estados Unidos ejercer su soberanía mediante el famoso muro. Trump está actuando acorde con sus promesas de campaña y con la ley en la mano.
Ese muro no le ha gustado a buena parte de los mexicanos, a su gobierno y al conjunto de los partidos políticos. El problema es que la orden ejecutiva de Trump no representa, en modo alguno, un agravio para México. Por supuesto, eso sí, sería absurdo que nuestra nación pagara un solo centavo para ese propósito, por la simple razón de que está por entero fuera de su agenda pública y de que existe la convicción compartida –correctamente– de que ese muro es incompatible con los intereses del gobierno mexicano, que por su corrupción sistémica ha generado que porciones apreciables de compatriotas busquen allende las fronteras las oportunidades que las autoridades mexicanas les han negado.
Durante años Estados Unidos llevó a cabo una política paternalista con México en muchos rubros. Sólo excepcionalmente tuvieron algún impacto los recursos económicos y en especie que dio. Y ello ha sido así porque esas ayudas –con una débil fiscalización por parte de Washington– han sido aprovechadas para fines distintos al interés público.
Lo que ha decidido Trump lo ha hecho de manera fundamentada y motivada. Veo casi imposible que un tribunal internacional acepte y, menos todavía, condene a Estados Unidos a restringir su soberanía porque incomoda a un país vecino. Lo que no dicen Peña Nieto y la partidocracia es que el muro es consecuencia directa de años y años de corrupción, de injusta distribución de la riqueza nacional, de distancias abismales entre quienes menos ganan y quienes están en una posición de poder.
La corrupción congénita de México sigue gozando de cabal salud y hoy tiene una respuesta: el muro. Nadie con dos dedos de frente puede sostener que las transas y la impunidad en las esferas gubernamentales son responsabilidad de Trump.
El presidente estadunidense ha actuado –desde el punto de vista jurídico– de modo impecable en defensa de sus electores. Si erige –o quiere erigir– el muro es resultado de la abultada migración que ha producido México merced a su sistema antidemocrático. ¿Usted cree que si México no fuera el vecino de Estados Unidos, sino Japón o Suecia, se mencionaría siquiera el tema del muro? Por supuesto que no, porque en esos países la corrupción es mínima y severamente castigada. Incluso me atrevería a decir que, tal como sucede ahora, esos países no requerirían de visa para entrar a Estados Unidos.
Si esta medida agravia a los partidos mexicanos deberían voltear hacia ellos mismos, que han creado un sistema legal y un diseño institucional muy caro y muy malo, en el que la igualdad de oportunidades sólo es una ilusión óptica. Lo bueno de esta medida es que ha generado crisis que deben convertirse en oportunidades para iniciar el larguísimo camino hacia un sistema racional y equilibrado.
Si eso se hubiera puesto en marcha hace tiempo, tenga por seguro que la migración sería un asunto menor, como pasa, por ejemplo, entre Francia y Australia. Por vez primera, Donald Trump le hace, de manera involuntaria, un gran favor a México, porque le genera presiones al gobierno mexicano. Y cada día serán más si no se lleva a cabo una cirugía mayor en el modo de distribución de la riqueza, de aplicación del estado de derecho (que hoy es sólo una referencia), de reformas para generar, sin demagogia, pesos y contrapesos para el ejercicio del poder.
Quizá sea conveniente y oportuno que los estados fronterizos entre Estados Unidos y México, que con toda probabilidad se verán afectados con el muro, adopten un esquema de cooperación conjunta por razones económicas y sociales, no legales.
Así pues, parece que el paternalismo estadunidense con México llega a su fin. En este contexto el país debe adoptar su propia estrategia, sin contar con la ayuda a fondo perdido que por muchos años le otorgó el gobierno de Estados Unidos a los gobernantes mexicanos, y que el pueblo mexicano nunca vio.
Fuente: Proceso
Autor: Ernesto Villanueva (@evillanuevamx)
http://www.proceso.com.mx/473085/muro-alla-la-retorica