Muy pronto comenzó el año 2017 para México. Primero, con el llamado “gasolinazo” se han multiplicado las protestas ciudadanas por lo que se reconoce como el incumplimiento de una promesa gubernamental de acuerdo con la cual, después de puesta en marcha la reforma energética, no habría más alzas en los precios de las gasolinas y el diésel. Segundo, desde fuera y ya en los primeros días del año una organización independiente International Crisis Group (ICG) coloca a México entre “los 10 puntos críticos más volátiles del mundo”.
En el primer caso, el gasolinazo aparece como la gota que derrama el vaso de un profundo descontento social en el que la población no encuentra, en quienes han gobernado y gobiernan al país, un proyecto claro que permita mirar al futuro con esperanza. El hartazgo adquiere dimensiones reales cuando quien dice representar los intereses de sus gobernados toma decisiones que de una u otra manera afectan a todos. Pero, sobre todo, cuando quien debería ser el líder máximo no encuentra apoyo en una ciudadanía que no lo ve más, si es que alguna vez lo hizo, como alguien en quien creer y con la autoridad suficiente para ser obedecido.
En el segundo caso, el ICG compara la situación interna de México, en cuanto a tipo y nivel de violencia, con países como Siria, Afganistán, Yemen, Sudán del Sur, Irak, República Democrática del Congo, Gran Sahel y la región del Lago Chad, Birmania, Ucrania y Turquía. En este sentido, Iván Briscoe, director del Programa para América Latina del ICG, afirma que se incluyó a México, aunque no vive un conflicto “convencional”, dado que los niveles de violencia armada en el país “han llegado a cifras comparables a los de zonas de conflicto”. La pregunta necesaria en este punto es: si, formalmente, en México no se vive una guerra civil o la invasión declarada de otras naciones ¿Por qué el país registra cifras y niveles de violencia semejantes a los de países en guerra? ¿Vive México una guerra no convencional?
La respuesta por supuesto no es sencilla ni puede concretarse al análisis de un sólo factor. Por lo que se proponen aquí tres posibles líneas de investigación, las cuales confluyen en una sola hipótesis.
Primera, un cambio en el rostro de la civilización como hoy la conocemos, que va más allá de la lógica de fronteras abiertas o del proteccionismo económico que ahora pretenden imponer Gran Bretaña y Estados Unidos, después de haber probado y vivido en carne propia las consecuencias del neoliberalismo, el libre mercado, la liberalización de los mercados financieros, la globalización y todo aquello que acompañó su propia visión del mundo y la función del Estado.
Esta transformación se caracteriza por una competencia descarnada por los recursos, el individualismo y un egoísmo exacerbado, en el que los intereses económicos han transcendido a la política para imponerse con toda su fuerza desintegradora, peligro que, ya a inicios del siglo XIX, pensadores tan preclaros como Hegel habían advertido. El filósofo alemán afirmó que la política era incapaz de garantizar su propia hegemonía sobre el interés social económico, peor aún, observó, con mucha agudeza, como la economía comenzaba a imponer sus reglas a la política, más aún comprendió tempranamente el poder disolvente encarnado por el capital cuya lógica daba rienda suelta al afán egoísta del individuo al separarlo de los nexos que lo ligaban al espacio privado familiar y al espacio político del Estado.
En una primera aproximación podría expresarse esta relación como el enfrentamiento entre el “mercado”, como la imagen más visible del capitalismo y el “Estado”, como la representación de los intereses de la mayoría. Entre las décadas de los años 40 y 80 del siglo pasado el mundo conoció al Estado benefactor o de bienestar, en el cual, a través de impuestos diferenciados, subsidios, educación, servicio médico gratuito, etcétera, el Estado logró disminuir los efectos negativos del mercado, tratando de igualar las condiciones de quienes no tendrían oportunidad de una vida mejor al sujetarse sólo a las leyes de la oferta y la demanda.
Hacia los ochentas, el modelo cambió y se decretó la minimización del tamaño del Estado y el retiro de aquellas políticas de corte social que protegían a las grandes mayorías para dejarlas con sus propias fuerzas frente a un mercado cada vez más excluyente. Las y los individuos quedaron entonces solos y a la deriva, en muchas de las ocasiones sin el amparo de la familia y sin la protección del Estado, gracias a que la nueva lógica propicia un individualismo extremo.
Ahora, en pleno siglo XXI, no se ha podido encontrar un modelo que, en todo caso, reúna lo mejor de ambos paradigmas, la famosa tercera vía. Por el contrario, parece imponerse una tendencia que lleva a sus últimas consecuencias el pleno desenvolvimiento de la “fuerza desintegradora” de la economía sobre la política, observada por Hegel.
El resultado, poblaciones enfrentadas al vacío del poder político, encarnado en gobernantes incompetentes, débiles, no comprometidos con la población a la que dicen representar y sometidos a los intereses económicos de una pequeña, pequeñísima élite mundial y decididos a defenderlos a como dé lugar, con las armas en la mano si es preciso, de ahí la urgente necesidad de militarizar la vida civil.
Segunda, la geopolítica es un segundo factor que podría proporcionar elementos para entender lo que está pasando en México y lo que ha llevado al país a estar en el grupo de los 10 puntos más críticos del planeta en términos político sociales. La explicación en este punto se relaciona, por supuesto, con el hecho de que México tenga como vecino al, aún, país más poderoso del mundo, Estados Unidos. En una interesante reflexión, Campo de guerra, Premio Anagrama de Ensayo, el periodista mexicano Sergio González Rodríguez, sostiene que: “la meta es acrecentar la inestabilidad en México, para imponer el Estado ‘fuerte’ y la misión de que México actué como gendarme de la región al sur de EE. UU., Centroamérica y el Caribe (…) El caos, el desastre educativo y la imposición de la barbarie (armas, droga, violencia, explotación masiva) terminan por ser redituables dentro de la geometría asimétrica de México con sus vecinos del norte” (Pág: 31).
En términos simples, México, convertido en un campo de guerra, sirve de barrera para frenar, en lo posible, los efectos negativos de un modelo económico-político brutal basado en la extracción de recursos naturales, humanos, económicos, técnicos, tecnológicos, científicos de las sociedades vulnerables en función del lugar que ocupan en la geografía mundial, y que de llegar a Estados Unidos harían de ésta una sociedad en peligro. Estos efectos son: enormes olas migratorias, el terrorismo, las bandas del narco y el crimen organizado, los delitos que en México han sentado sus reales como la trata de personas, los asaltos, los asesinatos, los secuestros y muchos otros. “Negocios” que generan ganancias estratosféricas en millones de dólares y a las que sí se permite cruzar la frontera norte. Por supuesto, no hay que dejar de lado el enorme negocio que para Estados Unidos significa la venta de armas en el mundo, incluido México como uno de sus clientes más cercanos. Negocio redondo, México paga por las armas con las que ha de evitar que el desorden y el caos llegué a su vecino del norte y con las que los propios connacionales se están matando.
Como refuerzo a la tesis de la necesidad de militarizar la vida civil, baste como ejemplo la conocida Iniciativa Mérida, concertada entre Felipe Calderón y George Bush, 2008, cuyo objetivo principal fue dotar de equipo bélico al gobierno mexicano: helicópteros, aviones con aparatos de rastreo térmico, programas de cómputo y radiocomunicación y entrenamiento en operaciones antinarcóticos. Pero ni a Calderón ni a Bush se les ocurrió que podrían atender el problema fortaleciendo las redes sociales de apoyo a sectores desprotegidos, programas para la creación de empleos, asesoría técnica para desmontar las redes financieras de los narcos o para atacar la enorme corrupción que ha convertido a muchos gobernantes y empresarios en “socios” de los narcos. Nada de eso, su primera opción fue fortalecer técnicamente a las fuerzas armadas.
Tercera, la histórico-política, México atraviesa por un periodo histórico de gran inestabilidad política y social caracterizado por el agotamiento de un modelo político de corte autoritario-corporativo-clientelar y una transición inconclusa a la democracia que aunque se tradujo en un mejor sistema electoral no aseguró la independencia de éste respecto de los partidos políticos, ni un cambio positivo en la relación entre poderes (ejecutivo, legislativo y judicial) ni entre los diversos niveles de gobierno (municipal, estatal y federal) y menos entre el Estado y la sociedad.
Ambos fenómenos, el modelo agotado y la transición inconclusa han permitido el arribo al poder de una clase política incompetente, corrupta, trepadora, ignorante, sin proyecto de país y no comprometida con los intereses de aquella gente a quien gobierna o dice representar. Han provocado además una honda ruptura en el pacto social que obligaba al gobierno a vigilar el bienestar de las grandes mayorías y a la sociedad a obedecer y apoyar los mandatos de tal gobierno. El resultado es el caos, la desobediencia civil, el rompimiento del tejido social, la impunidad, la proliferación de los delitos y con ellos la necesidad imperiosa de un nuevo pacto y de liderazgos que logren encausar la energía social de manera positiva hacia la conformación de un nuevo proyecto de país.
De aquí que el “gasolinazo” prácticamente “rocié gasolina” sobre un malestar social acrecentado por las acciones de un gobierno incapaz de mirar más allá de los intereses de su pequeño grupo y que con cada una de sus acciones aviva más el fuego del “mal humor social”.
Resumiendo, México vive una guerra no convencional resultado primero, de la imposición de los intereses económicos (de unos cuantos) sobre los intereses políticos (de la mayoría); segundo, de la estrategia geopolítica de Estados Unidos, que con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca convertirá a México en enemigo además de parapeto; tercero, de la decadencia del sistema político mexicano y una transición inacabada a la democracia que ha propiciado el arribo de la peor clase política en décadas, por decir lo menos.
Fuente: Desinformémonos
Autora: Ivonne Murillo Acuña
https://desinformemonos.org/tres-claves-entender-la-guerra-no-convencional-vive-mexico/