En el primer encuentro con los corresponsales mexicanos acreditados en esta capital, le pregunté al nuevo Embajador de México ante la Casa Blanca, Gerónimo Gutiérrez, si habrá reunión entre Donald Trump y Enrique Peña Nieto en el futuro cercano. “Ahora, por supuesto, no existen condiciones”, me respondió evidenciando lo obvio. No descartó que puedan verse en el marco de reuniones multilaterales. La próxima reunión de ese tipo es la cumbre del G-20 en julio en Hamburgo.
En condiciones normales, los primeros jefes de Estado extranjeros en ser recibidos por el nuevo líder del llamado mundo libre hubieran sido México y Canadá. Pero los tiempos que vive la relación son todo menos normales.
Empezó con mal pie. La reunión que habían cuidadosamente pactado para después de la toma de posesión en enero, fue abortada luego de que Trump le dijera a Peña, vía Twitter, of course, que si no iba a pagar por el muro mejor ni viniera a Washington.
Luego vino la insólita conversación telefónica. Trump amagó con enviar tropas a México para confrontar los carteles que están “masacrando” comunidades de trabajadores blancos que votaron por él. Llamó ineptos a los militares mexicanos. Afirmó que no necesita a México. Peña reaccionó sumiso. Titubeó. “Se dejó sobajar” (López Obrador dixit).
Trump y Peña no han vuelto a hablar, corroboró Gutiérrez. La comunicación a nivel presidencial está congelada. Lo cierto es que Trump, lo digo yo no Gutiérrez, no tiene interés en recibir a su contraparte mexicana. No le deja rédito político. Sabe que Peña es un político débil. Con escasa aceptación y credibilidad. Sin estatura internacional. Cuestionado por Breitbart y Fox News, medios de extrema derecha que nutren la visión conspirativa y antimexicana de Trump, por presunta corrupción.
Un encuentro con Trump en la Oficina Oval–imponente recinto que algunos sienten intimidatorio–se antoja especialmente arriesgado, contraproducente y potencialmente desastroso para Peña. Con la excepción del primer ministro japonés, quien astutamente le halló el lado y terminó siendo apapachado por Trump, casi todos los líderes extranjeros que han venido a Washington han sido victimas de su rudeza. O se hace a la manera de su canción favorita “My Way”, o no se hace.
La semana pasada, Trump y la Canciller alemana Ángela Merkel chocaron política y anímicamente. Trump demandó que Alemania no sólo eleve sus aportes económicos a la OTAN sino restituya presuntos cuotas vencidas. Denunció a los negociadores alemanes, al igual que a los chinos y de otros países por aprovecharse de Estados Unidos (no mencionó a México). Ante las cámaras se negó a saludar de mano a Mekel. La lideresa frunció el seño. Luego sonrío. Seguramente evocó a Bridget Fonda: “I never did mind about the little things”. Fue un encuentro incómodo. Tenso.
Experta en lidiar con machos prepotentes como Putin y Berlusconi, la alemana rechazó las imputaciones del bully. Defendió la política migratoria y de libre comercio de su país.
Una reunión Trump-Peña necesariamente abordaría los temas que más interesan al estadounidense: pago del muro, concesiones comerciales, repatriación masiva y combate a los carteles mexicanos con la fuerza militar estadounidense. Hay profundos desacuerdos en todos, en algunos irreconciliables.
¿Si maltrató a Merkel, líder de una potencia económica que ha ganado estatura internacional tras la unificación, como no va hacer pedazos de Peña?
Los bajos bonos del priista en Washington no son nuevos. No era santo de devoción de la previa administración. Barack Obama no le concedió el privilegio de una visita de Estado reservado para países aliados y amigos. La violación de derechos humanos en México pesaron sobre el ánimo del demócrata. Su relación con Peña fue respetuosa, pero fría. Al paso que va, Peña corre el riesgo de convertirse en el primer mandatario mexicano en 60 años (desde Adolfo López Mateos) a quien Estados Unidos niegue el honor de una visita de Estado.
Trump es impredecible. No se sabe cómo va a reaccionar. Hace comentarios impertinentes. No concilia, confronta. No respeta, insulta. Provoca a sus adversarios, si son débiles los aplasta y si son fuertes, negocia. Peña no es fuerte. Mejor que no venga. Será aplastado.
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: DOLIA ESTEVES.
LINK: http://www.sinembargo.mx/24-03-2017/3180200