*Miriam, Valdez… ¿quién sigue?
*Jacobson suple a Peña
A la memoria de
Javier Valdez
“El gran pecado, el imperdonable delito, escribir sobre los dolorosos acontecimientos que sacuden a nuestro país. Denunciar los malos manejos del erario, las alianzas entre narcos y mandatarios, fotografiar el momento exacto de la represión, darle voz a las víctimas, a los inconformes, a los lastimados. El gran error, vivir en México y ser periodista”, escribió Javier Valdez en su último libro: “Narcoperiodismo”.
O como sentencia el admirado Roberto Saviano:
“El que escribe, muere…”.
De Culiacán a Nápoles, la distancia es corta: apenas el tamaño de una bala. Nada más.
A Javier le metieron doce balazos en plena mañana y a la vista de cualquiera. Brutales. Salvajes. Su inseparable sombrero quedó junto al cadáver de este mexicano valioso, valiente, franco, claridoso en palabra escrita y hablada. Hablamos por teléfono en diciembre pasado:
-¡Quihubo, bato! ¡Tú pregunta y yo respondo!
– Hablemos de Narcoperiodismo, Javier…de tu libro…
Él en Culiacán. Yo en una cabina de radio en Ciudad de México. Le agradecí, de paso, haberme mencionado en la página 187 de ese, el que sería su último libro, el que habla de la prensa acribillada, del poder político, del narco y de la censura. Escribió y me citó así:
“En octubre, tres periodistas fueron cesados: Martín Moreno, articulista crítico de Peña Nieto, y Luz Emilia Aguilar Zínser, crítica de teatro, ambos del diario Excélsior…”.
Javier Valdez ya había presentado en su casa editorial: Random House / Aguilar, la propuesta para su siguiente libro. Ya no le dio tiempo. Ya no le dieron tiempo de escribirlo. De doce balazos lo bajaron. Allí quedarán sus historias. Sus investigaciones. Sus libros. Sus columnas. Sus advertencias, como alas negras de la premonición funesta que se extendieran sobre sí mismo:
“Las balas cayeron al calor del solsticio y en plena luna llena, rojiza y envuelta en ese halo de tristeza y pálidos colores. La muerte sigue, entonces este libro no podrá cerrarse ni tendrá fin: puntos suspensivos sin punto final. No hay manera de contar tanto dolor”. (Narcoperiodismo).
Cierto, bato Valdez: ya no hay manera de contar tanto dolor cuando, en México, cada mes es asesinado un periodista. Allí están comunicadores ejecutados en este sexenio:
Miroslava Breach, Octavio Rojas, Atilano Román, María del Rosario Fuentes, Antonio Gamboa, Moisés Sánchez, Abel Bautista, Juan Carlos Cabrera, Rubén Espinoza, Filadelfo Sánchez, Juan Mendoza, Gerardo Nieto, Armando Saldaña, Anabel Flores, Marcos Hernández, Moisés Lutzow, Francisco Pacheco, Manuel Torres González, Elidio Ramos, Adrián Rodríguez, Aurelio Cabrera, Agustín Pavia, Pedro Tamayo, Salvador Olmos, Cecilio Pineda, Ricardo Monlui, Máximo Rodríguez, Jaime González Domínguez, Daniel Martínez Bazaldúa, Alberto López Bello, Mario Ricardo Chávez Jorge, Gregorio Jiménez, Nolberto Herrera y Javier Valdez.
¿Quién mandó asesinar a Javier Valdez, y por qué?
¿Qué periodista sigue?
Miriam Rodríguez era una activista valiente y marcada por el dolor más grande: encontró el cadáver de su hija en una fosa común en ese infierno mexicano llamado San Fernando, Tamaulipas, tras haber sido secuestrada. Desde entonces, Miriam no tuvo descanso a la hora de exigir justicia, de buscar a desaparecidos, realizando protestas, integrando la Caravana Contra El Miedo que llegó hasta McAllen y Brownsville. Su voz era escuchada y respetada.
Un comando armado la ejecutó la noche del 10 de mayo. Día de las Madres. Para que no se olvide. Para que quede bien marcado. Para que duela aún más.
En varias ocasiones, Miriam pidió apoyo al gobierno estatal tras recibir amenazas del crimen organizado por su activismo. Nadie le hizo caso. Sordas, ciegas y mudas, las autoridades le abrieron paso a los sicarios que acabaron con la vida de Miriam. Les permitieron cometer la canallada.
“Me van a matar un día, de eso no tengo dudas…”, decía Miriam. Y tenía razón. “Sólo pido que me dejen defender”. No la dejaron.
La acabaron a balazos.
El viernes 12 de mayo, un tuit enérgico de la embajadora de EU en México, Roberta Jacobson, avisaba al mundo de la tragedia mexicana:
“Lamentamos el asesinato de Miriam Rodríguez, quien buscaba justicia para su hija asesinada y para otros padres que sufrieron lo mismo”.
¿Y qué hacía, durante esas horas aciagas, el presidente Enrique Peña Nieto? Tuitear a Leonardo Di Caprio sobre la vaquita marina, olvidando el nombre de Miriam Rodríguez. Chabacano. Omiso. Insensible.
La embajadora Jacobson se ha erigido en vocera del dolor mexicano, ocupando el evidente vacío de gobierno, con Peña y Osorio Chong ausentes, diluidos. Miniaturas.
Jacobson condenó también el crimen de Javier Valdez. Lamentó el ataque contra la periodista Sonia Córdova y su hijo en Jalisco. Mostró en su cuenta de TW los hashtags #NoseMatalaVerdadMatandoPeriodistas o bien, #NoAlSilencio. Y por supuesto que la embajadora no consultó a nadie en Los Pinos a la hora de enviar esos mensajes de protesta.
Peña Nieto fue, una vez más, omiso ante el dolor de millones de mexicanos.
Acaso, tuiteó un cajonero y sobado…“El @GobMx condena el homicidio del periodista Javier Valdez…”. Pues sí, ni modo que lo aplauda.
El gobernador de Sinaloa, el priista Quirino Ordaz, por el estilo de Peña: “Condenamos la violencia…”. Pues sí: ni modo que la alabe.
Y el mandatario de Tamaulipas, el panista Cabeza de Vaca, prometiendo que el crimen de Miriam “no será una estadística más”. A ver si es cierto.
De Peña Nieto, no podíamos esperar algo diferente: siempre ha sido insensible ante la muerte, ante la desgracia de mexicanos. Allí están los más de mil feminicidios registrados cuando fue gobernador del Edomex. Nada investigó. A nadie castigó.
Vamos: si Peña ni siquiera supo decirle al periodista Jorge Ramos de qué murió su primera esposa, Mónica Pretellini, mucho menos estará consciente de las muertes de mexicanos valiosos como Miriam Rodríguez, Javier Valdez y decenas más.
¿Para qué activista o periodista será la siguiente bala?
¿Quién sigue?
FUENTE: SIN EMBARGO.
AUTOR: MARTÍN MORENO.
LINK: http://www.sinembargo.mx/17-05-2017/3218017