En el contexto de la lucha política por la candidatura presidencial panista ha circulado una encuesta –cuya metodología no se precisa– que asevera que la esposa de Felipe Calderón, Margarita Zavala, es actualmente la aspirante que despierta mayores simpatías en todo el electorado. Esa “encuesta” también asienta que, si los comicios se celebraran ahora, ella los ganaría con una ventaja de 4.5 puntos porcentuales sobre Andrés Manuel López Obrador.
Aún más: el presunto ejercicio estadístico indica que si los candidatos del PAN fueran Ricardo Anaya o Rafael Moreno Valle, cualquiera de ellos obtendría menos votos que el virtual abanderado de Morena.
La creación y difusión de este dudoso sondeo muy probablemente se deba a Margarita y sus seguidores. Es muy posible, también, que esté dirigido al consumo interno de los tomadores de decisiones del PAN y que busque generar un contexto que haga inviable no elegirla como candidata. Sea como sea, sería gravísimo que el país encumbrara a un personaje impresentable como ella, quien por acción u omisión tiene las manos manchadas de sangre de miles de mexicanos –muertos, heridos o desaparecidos durante la administración de su esposo.
Felipe Calderón le robó la tranquilidad al pueblo de México. Su fallida lucha contra sus rivales del crimen organizado será recordada como una larga noche para los derechos humanos y como el momento en que la libertad de tránsito se convirtió en una frase retórica.
Eso ubica a Calderón a la altura de Idi Amin Dada, el célebre dictador de Uganda –y quien tuvo aficiones similares a Calderón. En el caso mexicano, el joven y brillante abogado Netzaí Sandoval generó el precedente histórico de presentar un caso de esta naturaleza ante la Corte Penal Internacional, que no ha prosperado por la corrupción y la impunidad de las autoridades mexicanas, y no por falta de evidencias. Nunca en la historia de México se había presentado un caso semejante, lleno además de datos concretos (jornada.unam.mx/2011/11/26/política/005n1pol).
Zavala representa los antivalores de un Estado democrático de derecho. No es cuestión de adivinar cómo va a gobernar. Eso lo demostró ya durante el sexenio anterior. Sería muy grave para el país que Zavala fuese candidata y, peor aún, presidenta de la República. Eso significaría una regresión que abonaría a la impunidad, promovería un ajuste de cuentas de Calderón con sus críticos y profundizaría la pérdida de la soberanía del Estado.
No existe en mí animadversión personal alguna contra Zavala. No la conozco. Mis opiniones se derivan de una deducción lógica, de una reflexión racional. Es sabido que Calderón y Zavala han tenido y tienen una relación fluida y de retroalimentación recíproca, que rebasa a la que generalmente ha habido entre los presidentes de México y sus respectivas esposas. Véase, como ejemplo, el vínculo de Enrique Peña Nieto con Angélica Rivera: es muy poco probable que la exempleada de Televisa cogobierne junto al otrora mandatario mexiquense.
Si Margarita estuvo al tanto de lo que pasó durante la administración de su marido y guardó silencio, muy mal. No es respeto ni intervención ilegítima, sino que fue cómplice por omisión de afrentas a la integridad física y emocional de muchos. Aquí no vale la expresión “no me correspondía”. Quizá no en estricto derecho, pero ¿no es una cuestión de ética personal y pública manifestar –si ése hubiera sido el caso– su discrepancia y sus objeciones ante hechos brutales que costaron miles y miles de vidas humanas? Si, por el contrario, no sólo se enteró, sino que acompañó esa política criminal por convicción y le dio soporte y fortaleza moral a Calderón para que siguiera adelante en ese empeño, es todavía muchísimo peor. En cualquiera de los casos no tiene forma de evadir su responsabilidad moral.
Es difícil pensar que sus contrincantes internos (Anaya y Moreno Valle) sean probos y unas almas de la caridad, pero incluso Moreno Valle –a pesar de sus ataques a los derechos humanos durante su gubernatura en Puebla y a quien he criticado de manera acre en estas páginas– no se compara con Calderón. Su accionar fue grave, pero comparado con el michoacano es un niño de brazos, y es poco menos que imposible hacer una extrapolación de su labor como mandatario estatal a la masacre recurrente del dúo Calderón-Zavala. Cabe esperar que el sentido común no se convierta en el menos común de los sentidos, por el bien de todos.
Fuente: Proceso
Autor: Ernesto Villanueva
http://www.proceso.com.mx/492157/margarita-zavala-no