Moscú. Aunque hasta la fecha habían hablado por teléfono cuatro veces, por fin este viernes –ocho meses después de que el magnate ganó las elecciones presidenciales en Estados Unidos–, Vladimir Putin y Donald Trump se pudieron ver las caras como estaba previsto en Hamburgo, al margen de la cumbre del G-20, y como era de suponer, dado que tanto Moscú como Washington reconocen el pésimo estado de su relación bilateral, los presidentes de Rusia y EU no llegaron a ningún acuerdo.
Para salvar hoy la cara, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Serguei Lavrov, en funciones de portavoz de Putin compareció ante los medios –según se pudo ver en directo a través de la televisión pública rusa– para dar a conocer cuatro acuerdos que, en realidad, estaban negociados antes de las conversaciones de los presidentes y tampoco parecen ser el punto de inflexión que se necesita para revertir el deterioro bilateral.
Presentado por el canciller ruso como gran noticia del encuentro de los mandatarios, habrá una “zona de desescalada” y una tregua en el suroeste de Siria a partir del mediodía del domingo 9 de julio, acuerdo que se alcanzó horas antes en Ammán entre delegaciones de Rusia, Estados Unidos y Jordania, y en el cual también participará Israel. En otras palabras, un intento más de cesar las hostilidades que forma parte de un proyecto de reparto territorial similar al que ya tiene Rusia con Irán y Turquía en otras áreas de Siria, sin garantías de que pueda respetarse.
También un día antes de que Putin y Trump se sentaran a platicar, se hizo oficial que Washington nombró a un representante especial para Ucrania, que se encargará de contribuir a dar un impulso a las negociaciones para cumplir los acuerdos de Minsk-2, empantanados.
Tampoco parece un gran resultado de las conversaciones de los mandatarios adelantar la intención de crear un grupo que estudie cómo reforzar la seguridad en Internet, tema que adquirió notoriedad a raíz de las acusaciones, siempre desmentidas por Moscú, de la supuesta injerencia de hackers rusos en las elecciones estadounidenses.
Y por último Putin y Trump, conforme a Lavrov, consideraron conveniente acelerar el nombramiento de nuevos embajadores en Washington y Moscú, noticia que circula por lo menos desde hace seis meses, con nombres de los diplomáticos seleccionados incluidos.
Antes de enumerar estos aparentes logros de la reunión de hoy, Lavrov hizo gala de su experiencia diplomática para decir que ambos mandatarios expusieron su visión de los grandes problemas de las agendas bilateral y mundial “poniendo especial énfasis en la defensa de los intereses nacionales de sus países”.
Esto, traducido a un lenguaje menos refinado, quiere decir que –por ahora– ni Putin está dispuesto a hacer concesiones ni Trump, maniatado por el establishment estadounidense, puede hacer lo que prometió como candidato en campaña, en el supuesto de que ahora realmente quisiera.
Putin ni siquiera pudo lograr que Trump, en esta ocasión, aceptara devolver las dos residencias campestres que el anterior inquilino de la Casa Blanca, Barack Obama, quitó a la embajada rusa en Washington como represalia por la supuesta injerencia en las elecciones estadunidenses y que Rusia considera una “afrenta inadmisible al contar esas casas con inmunidad diplomática”.
Para la televisión pública rusa, es “fantástico” que el encuentro de los presidentes haya durado dos horas y quince minutos, en lugar de los sesenta minutos que estaban previstos. Restando la mitad del tiempo por la traducción, no parece suficiente para hablar en detalle de Siria, Ucrania, Corea del Norte, la expansión noratlántica hacia el este, el terrorismo internacional, el equilibrio estratégico, el desarme nuclear, la disputa por vender gas a Europa, las sanciones económicas y tantas otras discrepancias que separan a Moscú y Washington.
A pesar de ello, no deja de ser útil que Putin y Trump hayan tenido en Hamburgo la oportunidad de confirmar cara a cara lo lejos que están de poder alcanzar el “gran pacto” que ofreció el magnate estadunidense en sus tiempos de candidato presidencial, mientras sus diplomacias tendrán que trabajar mucho todavía para concertar una verdadera cumbre, como la primera que tuvieron Mijail Gorbachov y Ronald Reagan, en octubre de 1986, durante dos días en Islandia.
Sin voluntad para hacer concesiones recíprocas no será posible.
FUENTE: LA JORNADA
AUTOR: JUAN PABLO DUCH